29 de diciembre de 2009

GRAMÁTICA PARDA

Entendemos por «gramática parda» esa forma de inteligencia ―astucia, más bien― que no se cultiva mediante el estudio (es decir, la «gramática») sino que se adquiere en la universidad de la vida, en el contacto con la realidad, en el enfrentamiento con problemas prácticos que requieren un fino olfato para percibirlos y una intuición especial para resolverlos. El dotado de gramática parda es hábil, taimado, zorro y pícaro, aunque aparente tener pocas luces. Pero ¿por qué «parda»? El pardo es el color del campo y también el color de las ropas del rústico. En la literatura del Siglo de Oro, los campesinos aparecen a menudo como tipos de comedia. Los dramaturgos daban a estos personajes ―a menudo encargados de hacer el papel de gracioso o ‘donaire’― un tratamiento de doble cara: por un lado cometían torpezas que les llevaban a ser objeto de burla, pero por otro representaban la quintaesencia de la sabiduría popular. Algunos de los epítetos con que se le conocía eran precisamente «pardo», «pardal» o «pardillo», por el color de su indumentaria: el mismo de ese «pardo sayo que esconde un alma fea» de que hablaría más tarde Antonio Machado. De «pardillo» ha llegado hasta nuestros días la acepción vejatoria de ‘bobo’ o ‘ingenuo’. Pero el aldeano pardo del teatro, aunque sufriera los engaños y las mofas de los más cultivados, salía finalmente victorioso en las disputas con los estudiantes merced a la superioridad de sus habilidades naturales sobre la malicia de los más instruidos. En el siglo XVIII, el Diccionario de Autoridades recogerá la expresión ya con el sentido que conocemos hoy: «Gramática parda. Se llama la ciencia natural que tiene el hombre que no ha sido educado y con la cual discurre en sus negocios de suerte que no se deje engañar. Díjose parda porque su método en hablar es basto y rudo».

28 de diciembre de 2009

PLACEBO


El lenguaje especializado de la medicina penetra fácilmente en el habla común. Desde los nombres de las enfermedades hasta las denominaciones de los fármacos, hay un amplio repertorio de vocablos que ya no sólo forma parte de nuestro registro habitual, sino que abastece también nuestras metáforas. Así ocurre con el «efecto placebo», usado para aquellos remedios que actúan por simple sugestión. Para la medicina, el placebo es un fármaco sin principios activos que se administra a los enfermos reales o imaginarios haciéndoles creer en unas propiedades de las que carece. Es el cerebro del paciente, y no la sustancia administrada, el que transmite al organismo la orden de curación. Los antiguos galenos ya conocían el procedimiento, al que se le llamó «mica panis»: una simple miga de pan con apariencia de medicamento que, convenientemente disimulada, ayudaba a los enfermos más aprensivos a sanar por sí solos. De ahí el término «placebo», primera persona del singular del futuro del verbo latino «placere» (complacer, dar gusto a alguien). «Te complaceré», promete el falso fármaco. «Te haré creer que estás curado, y eso te ayudará a curar». El procedimiento opuesto a éste es el conocido desde tiempos remotos como «dorar la píldora». Muchas medicinas resultaban repugnantes por su olor o por su sabor, lo que provocaba el rechazo de los enfermos. A fin de que la ingestión fuera menos desagradable, la píldora era coloreada o bañada en dulce («dorada»). Fuera del ámbito médico, dorar la píldora significa hoy presentar como grato o por lo menos como llevadero lo que comporta dolor, sacrificio o daño. Tal vez el éxito de ambas expresiones tenga algo que ver con estos tiempos de apariencias e imposturas en los que nada es lo que parece y vamos continuamente de los placebos a las píldoras doradas, y a la inversa.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 26.12.09

22 de diciembre de 2009

Felices días geniales




Diccionario de Autoridades, 1726

13 de diciembre de 2009

Bebidas


Salamanca, 3.12.09

1 de diciembre de 2009

Nueva gramática


Han transcurrido tres cuartos de siglo desde la edición de la Gramática de la lengua española de la RAE que aún sigue en vigor. Es cierto que en ese tiempo la Academia no se ha quedado quieta en cuestiones gramaticales. En 1973 ya publicó el ‘Esbozo’, considerado un «mero anticipo provisional» de un texto que nunca llegó a redactarse. Por eso, pese a la calidad de la obra, no se le dio validez normativa. Pasarían más de veinte años hasta la aparición de la Gramática del académico Emilio Alarcos Llorach (1994), editada por la RAE pero expresamente presentada como ‘obra de autor’, esto es, no representativa del punto de vista oficial de la institución. Auspiciada también por la Docta Casa, en 1999 se publicó la formidable ‘Gramática descriptiva de la lengua española’, un trabajo de equipo dirigido por Ignacio Bosque y Violeta Demonte. A lo largo de sus tres volúmenes, con más de cinco mil páginas en total, pretendía –y lograba- mostrar la realidad del idioma en toda su amplitud; pero tampoco estaba pensada para ‘limpiar, fijar y dar esplendor’ al español sino sólo para describirlo exhaustivamente. Es ahora cuando, por fin, la Academia va a presentar su nueva gramática normativa, fruto de once años de trabajo junto con las otras veintiuna Academias de la Lengua española. En los primeros días de diciembre verá la luz gracias al mismo Ignacio Bosque, director y coordinador de las tareas. Toda una garantía. Suele creerse que, mientras el léxico muda con cierta rapidez, la morfología, la sintaxis y la fonética no sufren alteraciones con el paso del tiempo. No es así. Por fin la comunidad castellanohablante va a contar con unas reglas gramaticales modernizadas y adaptadas a la evolución de la lengua en los últimos decenios. Esperemos que sean unas reglas sensatas.


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 28.11.09

23 de noviembre de 2009

CORSARIOS


Con motivo del secuestro del Alakrana por parte de unos piratas somalíes, las informaciones han hablado en varios casos de «corsarios». Es un error. Leve, pero error. Por «piratas» siempre se ha conocido a los bandoleros marinos, desde el origen griego de la palabra («peiratés», el que prueba fortuna, el que se lanza a la aventura). El pirata ataca barcos y se apropia de ellos o los saquea actuando fuera de la ley. En cambio el corsario era un marino contratado por el gobierno de un país para atacar las naves enemigas. Aunque su actividad fuera el pillaje, estaba amparada por la «patente de corso», un permiso escrito y de valor legal según las leyes marítimas. Tal vez los piratas de las costas de Somalia obedecen órdenes de alguien más poderoso, pero sin documentos que lo acrediten; de modo que en propiedad no pueden denominarse «corsarios». Ni siquiera si pensamos que gozan de cierta impunidad, en el sentido metafórico que hoy damos al sintagma «patente de corso»: bula, licencia tácita, consentimiento interesado. Sí parece más aceptable decir «bucaneros» o «filibusteros» como también hemos podido leer estos días, puesto que ambos eran hipónimos de ‘piratas’. Los primeros actuaban en el Caribe y recibían su nombre de los habitantes de la isla de La Española (quienes comerciaban con carne ahumada en un «bucán» o parrilla). Los filibusteros, cuyo campo de acción se extendía por las costas antillanas sin aventurarse nunca por alta mar, fueron así llamados por asociación con el «fly boat» o barco ligero y rápido en que se desplazaban. Estos sí eran piratas, no corsarios.


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 21.11.09

16 de noviembre de 2009

PENA DE TELEDIARIO

Será tal vez debido al efecto multiplicador de la televisión y otros medios, pero es asombrosa la facilidad con que las voces recién inventadas prenden en el idioma. No habrá pasado un mes desde la primera vez que oímos hablar de la «pena de telediario» y ya no hay columnista, articulista o tertuliano que no la emplee. Vaya por delante que se trata de un feliz acierto. Así como hay penas de muerte, de privación de libertad o de trabajos forzados, existen las de escarnio público. Antes se aplicaban atando al reo en la picota o paseándolo embreado y emplumado a lomos de un burro por las calles del pueblo, y ahora el instrumento de tortura aplicado es la televisión. Alguien es detenido por sospechoso, o llamado a declarar ya sea como testigo o como imputado, y el principio de presunción de inocencia queda abolido desde el momento en que las cámaras lo muestran saliendo del furgón policial a la entrada de los juzgados. Con el sintagma «pena de telediario» se expresa esa especie de condena sumarísima dictada por la opinión pública, una condena inapelable y sin reparación ante la que el penado queda indefenso. Parece ser que «pena de telediario» empezó a usarse como queja por parte de algunos detenidos en la ‘Operación Pretoria’, a quienes la cámara indiscreta captó esposados y cargando una bolsa con sus pertenencias camino de la Audiencia Nacional. De entonces a aquí, aunque haya llovido poco, la etiqueta es aplicada a todos cuantos aparecen de esa guisa en las pantallas. Un buen hallazgo verbal, si no fuera por la insistente y machacona repetición.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 14.11.09

15 de noviembre de 2009

PUYAS y PULLAS

Cuando una persona provoca, insulta o zahiere a otra mediante algún dicho agudo, se dice que le ha lanzado una «pulla». Es pulla un término de origen portugués (de «pulha»), registrado en castellano desde antes del siglo XVII. En sus sátiras contra Góngora («Yo te untaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla»), Quevedo acusa al poeta cordobés de ser «docto en pullas, cual mozo de camino». Y es que la pulla de entonces no era cualquier broma. Las pullas tenían por lo general un componente obsceno y grosero propio de gente vulgar. Las decían los muchachos al cruzarse con desconocidos, los gamberros en las fiestas y «los labradores que están cultivando los campos, especialmente en tiempos de siega y vendimia», según el Diccionario de Autoridades. Hoy la pulla puede ser una simple broma, pero ha de tener ánimo provocador y no estar exenta de carga ofensiva. Tal vez por eso muchos dicen y escriben «puya», cada vez con más frecuencia: «en la rueda de prensa, el sindicalista lanzó unas puyas al Gobierno»; «no hay que reaccionar frente a las puyas de los envidiosos». La puya es el arma del picador, esa punta afilada de la garrocha con la que hiere al toro en la suerte de varas. La casi inapreciable diferencia fonética entre una y otra palabra ha propiciado el trasvase semántico y justifica en cierto modo la confusión. Ahora bien, si nos quedamos con el erróneo «puya», convendría recordar que la acción del picador se llama «puyazo», término que admite también un uso figurado muy cercano al significado de «pulla». Así que quedémonos en «lanzar pullas» o «dar puyazos», mejor que «puyas».

9 de noviembre de 2009

REINO, *REYNO



Nos mofamos, y con sobrado motivo, del parlamentario vasco que días atrás presentó una moción referida a las recientes hinundaciones (sic), pero no preocupa gran cosa ver cómo aquí mismo se comete otro atentado contra la ortografía, con los agravantes de deliberación e insistencia. Nadie ha explicado aún por qué en rótulos oficiales, en camisetas de equipos deportivos patrocinados por organismos oficiales y en anuncios de instalaciones que van a ser construidas con fondos oficiales se lee «Reyno (sic) de Navarra» cuando los diccionarios sólo registran «reino», con i latina.




Ya sabemos de la alta autoridad que ostentan los miembros de nuestro Gobierno. Los consejeros con su presidente a la cabeza tienen poder sobre nuestros tributos, nuestras carreteras y nuestros colegios. Pueden hacer y deshacer en política de sanidad o de vivienda. Están facultados para dictar normas en materia de orden público, transportes, servicios sociales, cultura, turismo y, más aún, culturismo. Pero las normas ortográficas todavía no están bajo su dominio. En tanto no se negocien transferencias con la RAE y la ortografía pase a ser competencia foral –miedo da sólo pensarlo-, un reino es un reino y quien lo escriba de otra forma no aprueba la selectividad. Se supone que la ocurrencia responde a motivos estéticos. Algún aristotélico convencido de la superioridad de Atenas sobre Roma consideró que la y griega daba más prestancia que la latina. Y que el sello del Reyno (sic) evocaría tiempos de antiguas grandezas y de pasadas pompas y boatos palaciegos. Memeces. Uno ve escrito Reyno y saca la impresión de estar en tierra de paletos. Es como asistir a esos mercados que se hacen llamar medievales donde luego venden productos de nuevo cuño y pasean tipos ataviados con ropajes barrocos. Nos han colado una y griega absurda, apergaminada y cómica creyendo que nos daban una denominación de origen. Y, lejos de enmendar el error, lo quieren redoblar ahora colocándolo en el nombre del nuevo macrohospital. No sé a ustedes, pero a mí no me agradaría ingresar en él y que vinieran a atenderme unos curanderos del siglo XV.

3 de noviembre de 2009

Unas eñes perdidas junto a la cuna del español


Todos sabemos de programas informáticos que juegan malas pasadas con los textos. Una de las más frecuentes deriva del uso de ciertos tipos de letra que no contienen o no reconocen determinados signos. Ocurre a menudo con la letra eñe, a la que vemos convertida en un diabólico jeroglífico cuando creíamos haberla escrito correctamente. Entonces no queda otra solución que desandar el camino, renunciar a la tipografía elegida y emplear en su lugar otra que nos dé más garantías. Sin embargo en Nájera no lo han hecho así. Hace ya algún tiempo, el ayuntamiento de la histórica villa colocó estos paneles informativos de notables dimensiones en uno de los puntos más pisados por los turistas. En ellos se lee una rara transcripción de la palabra «año», y por partida doble, según señala el dedo índice del visitante en la fotografía:



Cuesta creer que los responsables municipales no se hayan percatado de la errata. Y más increíble todavía resulta que no se haya retirado el mupi teniendo en cuenta que a pocos kilómetros de aquí nació la lengua castellana. Últimamente La Rioja ha tomado el español como bandera, cosa muy legítima. Y la letra Ñ se ha convertido en una especie de símbolo de identidad que sella esa relación secular entre la región y nuestro idioma. Una muestra la ofrece el jardincillo donde flores rojas y blancas dibujan una magnífica eñe, en el parque de San Miguel de Logroño, la capital riojana:




Tanto Logroño como Nájera son paso forzoso para todo aquel que desee visitar el lugar donde fueron hallados los primeros testimonios escritos de nuestra lengua romance. Sólo por eso merecería la pena que el Gobierno de La Rioja tomase cartas en el asunto y corrigiera de una vez ese imperdonable error tipográfico.

29 de octubre de 2009

Suspenso en Gramática




«El Comité recuerda a todos los militantes su obligación de abstenerse y de hacer manifestaciones o declaraciones». es decir, que los militantes están obligados a hacer manifestaciones o declaraciones y además a abstenerse de algo, no se sabe bien qué.


«[...] advierte que, de producirse [...]»: de producirse, ¿qué? ¿La obligación de abstenerse, tal vez?


La Dirección del PP ha suspendido cautelarmente a Costa y a la sintaxis.

28 de octubre de 2009

Desollando la ortografía

«Vacía la bacina del bovino que está al lado de la bobina metálica y después llénala de agua antes de que se desolle las patas». La ganadora del certamen aragonés de Ortografía tuvo que escribir correctamente esta frase para obtener su título y acceder así a la fase nacional del Campeonato. De la nota de prensa del Gobierno de Aragón se desprende que la autoría de la frase corresponde al jurado, compuesto por profesores de bachillerato y unos técnicos del departamento de Educación. Todo en orden, si no fuera porque una de las palabras dictadas no existe. El verbo desollar es irregular y se conjuga como contar, es decir: diptonga en las formas cuya raíz es tónica (desuellas, desuellan, desuelle, etc.). Por tanto, ese desolle es erróneo. Y no sólo eso; da la impresión de que ha sido puesto ahí para averiguar si los estudiantes saben distinguir el uso de y y ll (es decir, *desolle frente a desoye). Hasta el momento, no se sabe de ningún competidor o profesor suyo que haya pedido la repetición de la prueba alegando esta inexplicable anomalía.

26 de octubre de 2009

Una lengua de pobres y de gángsters

Hablar español es de pobres. Lo ha vuelto a decir Salvador Sostres, un conocido columnista catalán, que ya expresó esta opinión hace cuatro años en un artículo donde mostraba una lista de países hispanohablantes y de sus bajas renta per cápita. En cambio, Islandia, Noruega o Suecia, «donde se hablan lenguas minoritarias como la catalana», presentan unos indicadores económicos muy superiores. Un argumento aplastante. Ahora Sostres ve confirmada su teoría con nuevos datos de la realidad. En un reciente comentario de su blog trae el ejemplo de Brasil, «el único país en emergencia de aquella zona que no tiene la lengua española como propia» y que «va a organizar unos Juegos olímpicos después de haber derrotado a Madrid». Y, ya puesto, da otro paso adelante y afirma que el castellano no sólo es cosa de pobres, sino «de gángsters». La prueba: esa «insólita colección de dictadores y mafiosos como Castro, Chávez o Zelaya, que hablan todos español». ¿También eso es casualidad?, se pregunta el periodista convencido de tener toda la razón. Aunque admite que el español tiene «la mejor literatura del mundo», lo cierto es que «allá donde se habla español, las cosas no funcionan». Necesitamos personas como Sostres. La filología comparada, la sociología y el derecho penal deben estar agradecidas a estos talentos, los únicos capaces de desvelarnos las secretas conexiones entre idioma y miseria, entre las lenguas y el delito. Ya saben: si hablan español, aunque no se hayan dado cuenta llevan dentro un mendigo y a la vez un tipo con metralleta dispuesto a cualquier cosa. Cuidado con lo que dicen.

19 de octubre de 2009

ESCOÑAR


He aquí un titular audaz, inusitado, de impacto, que desafía las reglas de uso del idioma. Me enteré de él gracias a C. C., justamente cuando acababa yo de enviar para su publicación el artículo que viene más abajo. No creo que haga falta decir mucho más:



COLOQUIALISMO


Pocos años atrás el hablante medio aún sabía cambiar de registro según las situaciones en que se encontrara. Era consciente de que no se puede usar el mismo tono en una conversación informal y en una entrevista de trabajo, y de que tampoco los términos empleados para comunicarse con los amigos en el bar son recomendables en la defensa de una tesis doctoral. La riqueza de un idioma se mide entre otras cosas por su capacidad de ofrecer variantes diversas para cada circunstancia. De un tiempo a esta parte, sin embargo, se van rompiendo las barreras entre los distintos niveles de uso. Tan pronto encontramos un titular de prensa redactado en alegres términos de argot como oímos a un profesor que en sus clases combina la preceptiva jerga académica con giros y modismos decididamente vulgares. Hay quien cree que un taco soltado en mitad de una noticia radiofónica pone color al relato. En las cámaras parlamentarias suenan con frecuencia voces importadas de los graderíos. Y la Universidad ha abierto las puertas de sus aulas y sus departamentos a expresiones que antes sólo empleaba la gente del bronce. El coloquialismo ha ido penetrando en los registros científicos, en el habla culta, en la lengua del periodismo hablado y escrito e incluso en los usos administrativos. ¿Igualitarismo mal entendido? ¿Economía de medios? ¿Pura y simple ignorancia? Quién sabe. El hecho comprobado es que el idioma va perdiendo sus matices, y al hacerlo se priva de recursos para resolver situaciones diferentes al tiempo que engendra equívocos y malentendidos por doquier. Nos queda el consuelo de saber que a cambio dentro de poco todos rebuznaremos de forma semejante.


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 17.10.09.

17 de octubre de 2009

ANTIGUAS PESETAS


Si nadie dice «antiguos maravedíes» ni «antiguos doblones», ¿por qué aplicar el adjetivo a otra moneda que también ha sido retirada de la circulación –aunque más recientemente- como es la peseta? Pero el sintagma parece condenado a perpetuarse. Se diría que nadie es capaz de hablar hoy en día de la unidad monetaria española del siglo pasado sin referirse a ella como «las antiguas pesetas». Como si existiesen unas «pesetas modernas» que hubieran venido a ocupar el lugar de las anteriores. El empleo enfático y redundante del epíteto tiene, sin embargo, una explicación de orden psicológico. Para algunos es la manifestación arrogante de menosprecio respecto de un tiempo pasado. Pero mucha gente acostumbra todavía a traducir a pesetas los precios en euros porque necesita la equivalencia para poder dar el valor exacto a las magnitudes medidas en la nueva moneda. Seiscientos euros son cien mil pesetas, treinta valen lo mismo que cinco mil. Esa operación mental no siempre se expresa en voz alta. Con mayor o menor esfuerzo, el viejo intenta disimular que sus escalas pertenecen a otra época, que no consigue ponerse del todo al día, que está condenado a cargar de por vida con una calculadora imaginaria que convierta los euros en pesetas y a la inversa. Pero otras veces la palabra «peseta» se nos escapa de la boca como una confesión delatora de pertenencia a un tiempo pretérito. Y entonces nos apresuramos a añadir «antiguas» para así parecer más actuales. Hay varias generaciones de españoles educados en la peseta que nunca lograrán desprenderse de su sombra, y para quienes el innecesario apéndice de «antiguas» ayuda a quitarse edad. Tal vez ahí esté la clave.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 10 octubre 2009.

8 de octubre de 2009

Magistral


Un día tan señalado merecía una carta así de brillante. Aparte de la hondura del contenido, se ve que el autor ha dado lo mejor de sí mismo esmerando la prosa, escribiendo en un castellano preciso a la par que elegante, pulcro a la vez que diáfano, observando la máxima corrección en el empleo del idioma. En una palabra: magistral. No podía ser menos en el día de los maestros.

6 de octubre de 2009

PATOLOGÍA


A nadie se le ocurriría elogiar la sonrisa de otra persona diciendo que tiene «una odontología brillante», ni llamar «dietética severa» al régimen que sigue para perder peso. Odontología y dietética son dos ciencias, como lo son la patología (el estudio de las enfermedades), la geografía (el conocimiento de la Tierra) o la climatología (la ciencia del clima). Y sin embargo oímos sin cesar expresiones como «el paciente padecía patologías previas», «a X le han diagnosticado una patología grave», «el sistema económico sufre una patología avanzada». Quieren decir males, dolencias, enfermedades. La tendencia pedantesca a emplear el nombre de una rama del saber para referirse a la cosa que es objeto de su estudio viene de tiempo atrás. Todos recordarán expresiones del estilo de «a lo largo y ancho de toda la geografía nacional» o «la corrida hubo de suspenderse debido a la mala climatología». Pero el vicio va creciendo hasta límites insospechados. «Patología» es el caso más llamativo –el caso más patológico, digamos-, pues no sólo circula en la calle sino que se oye en boca de los mismos especialistas. Con esa ridícula pose que adoptan los galenos para darse importancia, nos hablan tan a menudo de «patologías» que se diría que han desaparecido los enfermos porque ya no hay «enfermedades». Rizando el rizo, el ayuntamiento de una ciudad cercana ha puesto en marcha un programa de cursos de salud dirigidos a «personas con patologías médicas». Como si pudiera haberlas de otro tipo. Otro síntoma preocupante de alguna de las enfermedades -que no patologías- padecidas por nuestro sufrido idioma.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 3.10.09

5 de octubre de 2009

Al límite


- Mira lo que dijo Griñán el otro día: «La administración autonómica está al límite de sus disponibilidades financieras».

- Y ezo, ¿qué quiere dezí?

- Que la Hunta e'tá tiesa.

- Ah.


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Político 26 - Castizo 6

30 de septiembre de 2009

SEXTETE



Que a un conjunto de tres triunfos se le llame «triplete», pase. Si bien triplete es un término específico de la ciencia, se puede entender que sirva para designar un trío, o sea, un conjunto de tres cosas. La futbolingua se puede permitir estas y otras licencias. Pero ¿decir «sextete», teniendo ya una voz consagrada como «sexteto»? Si el fútbol es un arte como dicen, le cuadran las palabras musicales.

El neologismo no es una simple ocurrencia de hooligans. En la pensa y la televisión futboleras ya ha quedado acuñado. Hoy mismo, en el noticiario de sobremesa de La Cuatro, ese crisóstomo de las ondas que responde al nombre de Manolo Lama preguntaba al azulgrana Xavi: «Y este año, ¿se puede hacer el sextete?».

En cualquier caso, ya que el triplete (derivado de «triple», supongo) consiste en la suma de tres títulos, la colección de seis debiera ser un derivado similar de «séxtuplo». Es decir, «sextuplete».

24 de septiembre de 2009

*HINUNDACIONES


He tropezado con faltas de ortografía de todos los colores, pero recuerdo pocas de tanto mérito como esta de «hinundaciones», escrita además en un documento oficial y acompañada de un no menos fenomenal «aprovar». Increíble, pero cierto.

20 de septiembre de 2009

SINHOGARISMO


Cuando una realidad resulta incómoda, la sociedad huye de ella de dos maneras: o no mencionándola –esa vieja superstición conforme a la cual lo que no se nombra no existe- o adjudicándole un bonito término que al designarla la suavice, la embellezca, la haga menos insoportable. No digamos vagabundo, mendigo, indigente, necesitado o pobre. Llamémosle «sintecho». Es un neologismo con cierto aroma poético, que si ha prosperado en el uso común es probablemente debido a que antepone la metáfora a la denuncia. Un sintecho –escríbase así, todo junto- no tiene dónde caerse muerto, como decían más descarnadamente nuestros mayores, carece de trabajo, de domicilio, de alimentos y de compañía, pero el lenguaje prefiere fijarse sólo en una sola de sus privaciones, como si así las demás quedaran resueltas. Para referirse no a los individuos, sino al problema en general, aunque algunos especialistas hablan de «sintechismo», el término más extendido es «sinhogarismo», un calco de «homelessness» inglés. Sinhogarismo es, por así decirlo, la denominación técnica oficial del fenómeno. Pero tanto da: no tener techo, no tener casa, todo viene a ser igual. Hay quienes rizando el rizo se inclinan por «transeuntismo», sin percatarse de que transeúntes son todos los que se desplazan de un lugar a otro y en especial por la vía pública. Pero quizá sea deliberado, pues de esa manera el miserable se confunde entre la multitud de paseantes ociosos, de peatones acomodados, de viajeros ajenos a cualquier problema que también llevan la etiqueta de «transeúntes». Complicado asunto, éste de poner nombres a la pobreza.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 19.9.09.

14 de septiembre de 2009

ACERCANZA


Es de ilusos suponer que una palabra desaparecida del uso común en castellano hace más de seis siglos vaya a resucitar por el solo hecho de que un puñado de hombres de letras decida ponerla en circulación. Hoy en día la vida y la muerte de las palabras no depende de la literatura. Quizá nunca ha sido así. Pero ahora más que nunca las sentencias vienen dictadas por los medios de comunicación, los políticos, los economistas, los creadores de campañas publicitarias o los voceros del deporte. Por eso suena extraño el intento de unos cuantos académicos decididos a rescatar del olvido un término en particular. Se trata de «acercanza», que en su día ocupó el espacio de «proximidad» o «cercanía», aunque quizá con un matiz más emotivo, y que permanece en el diccionario oficial aunque dentro de ese limbo donde las palabras olvidadas aguardan hasta ser definitivamente suprimidas. Como «acercanza» hay cientos, tal vez miles de vocablos, pero éste ha tenido la suerte de que alguien se encariñase con él y, medio en serio, medio en broma, montase en su defensa una especie de campaña de recogida de apoyos. Por lo pronto algunos blogs –uno preferiría decir bitácoras, pero es batalla perdida- ya han secundado la iniciativa. Sirva el ejemplo del filólogo y crítico literario Fernando Valls, quien en su sitio La nave de los locos acoge relatos breves donde «acercanza» aparezca una o más veces. Romántico intento, seguramente vano. Después de seis siglos sin emplear la palabra teniéndola a mano, ¿quién va a echarla de menos si causa baja definitiva en nuestro ya de por sí menguado vocabulario?


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 12.9.09.

8 de septiembre de 2009

«SÍ O SÍ»


El empobrecimiento de un idioma no sólo viene causado por los errores y las incorrecciones de quienes atentan contra la norma establecida. La lengua padece también otros daños debidos a la pereza, la dejadez y la falta de aprecio por parte de sus hablantes. A veces es más pernicioso un tópico que una falta de ortografía, y la comunicación se resiente en mayor medida con el empleo de un registro inadecuado que con un neologismo de esos que ponen de los nervios a la grey purista. Es lo que ocurre con el giro adverbial «sí o sí» tan dicho y oído de un tiempo a esta parte. Lo empezaron a usar sin tasa, cómo no, estos generadores de barbaridades que son los futboleros, sin distinción entre practicantes, aficionados y cronistas. Sus equipos tenían que ganar un encuentro «sí o sí» para no descender de categoría. Sus ídolos debían ser fichados «sí o sí». Y de ahí ha pasado, como por efecto de un raro contagio, al lenguaje de los negocios y de la empresa («Hay que aumentar la exportaciones sí o sí»), al de la Administración («Los plazos de ejecución de las obras deben cumplirse sí o sí») o incluso el político, si atendemos a las recientes declaraciones de alguna destacada portavoz de partido. No siempre el «sí o sí» viene a expresar la misma idea. Unas veces indica obligatoriedad, otras voluntad firme de hacer algo, otras falta de alternativas en una determinada situación. Pero para ello el castellano dispone de soluciones variadas como «forzosamente», «sin remedio», « como sea», «de cualquier manera», «a toda costa», «no hay otra», «por narices»... ¿Todo ha de resolverse siempre –o sea, «sí o sí»- con ese estomagante cliché?

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 5.9.09.

7 de septiembre de 2009

CHORIZO


Se equivocan quienes atribuyen a la voz «chorizo» en su significado de ‘ladrón’ un origen charcutero. No hay razón alguna que justifique la asociación entre el sabroso embutido y el digno oficio de tomar prestadas las cosas del prójimo, pese a la infinidad de chistes equívocos donde se relacionan ambos. El «chorizo» delincuente es una derivación espuria de «chorar», que en caló significa literalmente ‘robar’. El otro chorizo, según Coromines, parece venir del término latino «sauricium» y no guarda la menor relación con los amigos de lo ajeno.

COPAR


Si hacerse con el 10 % de algo es coparlo, ¿a qué verbo recurriremos cuando alguien consigue el 100%, la totalidad, la mayoría? No dudo del éxito comercial y financiero de la compañía en los mercados orientales. Es más: la noticia me ha llegado al alma. Pero las hipérboles son peligrosas si se emplean tan a la ligera.

4 de septiembre de 2009

Hable bien


Una octavilla de 1923. Como puede verse, no es cosa de ahora que entre los supuestos defensores del idioma haya quienes confunden el culo con las témporas. Que los dioses nos libren de semejantes compañías. Ya lo advirtió Monterroso: «Hay que someterse a una causa; pero no a las exigencias de otros amigos de esa causa».


(Vía E. O.)

3 de septiembre de 2009

*MISERABILIDAD


El adjetivo miserable, advierte el Diccionario de María Moliner, «se usa como insulto muy violento». Pero esa energía desaparece y se convierte en ridiculez cuando tratamos de extenderla al terreno del sustantivo, quizá en la errónea idea de que daña más un hipersílabo inexistente que un término admitido pero de menor tamaño. La diputada Barkos podría haber dicho tranquilamente «canallada», «infamia», «mezquindad» o «vileza» sin salirse del acogedor espacio de los diccionarios. Pefirió «miserabilidad». Ella sabrá por qué.

31 de agosto de 2009

Cruzadas


El rotativo colombiano El Tiempo se ha sumado a las campañas de defensa de la ortografía emprendiendo una «cruzada masiva y pedagógica de corrección ortográfica en los anuncios del país». Loable empeño, que bien podría haber empezado por sus propias páginas. Esto que se muestra arriba pertenece a la sección de Libros de su edición digital. Los resaltados son de un servidor.

27 de agosto de 2009

DANTESCO


Decididamente, no hay duda de que el pobre Dante ya está devaluado del todo. No se conforman con sacarlo a pasear en forma de tópico cada vez que ocurre un incendio, una matanza, una riada, un tsunami o una tormenta de granizo. Ahora se ve que «dantesco» también sirve para lo que antes se tachaba de ridículo, absurdo, molesto, ofensivo o grotesco. Porque la presidenta del Parlamento navarro no denunciaba ningún crimen, sino que se refería a una trampa de concejales, a una jugarreta de aldeanos sin más trascendencia que la burla sufrida por los pacíficos vecinos de Berriozar.

(ABC digital, 27.8.09)

26 de agosto de 2009

LA VERDAD ES QUE...

El reportero se acerca al futbolista micrófono en mano. Va a hacerle una de esas tediosas y tópicas preguntas con que entretener a la afición antes del partido, o después de él, o en el descanso, o al salir del entrenamiento. Y el futbolista abre su pico de oro para darle respuestas igualmente tópicas y tediosas con que entretener a la afición antes del partido, o después, etcétera. Observarán que, se hable de lo que se hable y sea cual sea la destreza oratoria del entrevistado, éste arranca invariablemente sus contestaciones con un «La verdad es que...». La verdad es que hemos ganado, la verdad es que la cosa estaba difícil, la verdad es que no hemos podido sentenciar, la verdad es que... Por si eran pocos los barbarismos y las licencias idiomáticas que nos llegan del campo de fútbol, viene ahora este latiguillo innecesario a rematar la faena. ¿No bastaba con los clásicos «Bueno...», «Esto...», «Mmm...», viejos recursos con que salir del titubeo y dar tiempo al pensamiento antes de sacarlo por la boca? Al parecer se necesitaba algo más enfático y solemne, y nada mejor que apelar a la Verdad, a la manera metafísica. Y hacerlo a todas horas, aunque el giro no se utilice para corregir algo dicho anteriormente o para mostrar algo que quedaba oculto (que éstas y no otras son las situaciones que lo autorizan). No se equivocan quienes ven en el fútbol la nueva religión. Como los antiguos oráculos, los futbolistas pronuncian palabra de Dios, es decir, Verdad. Me pregunto si habrá que santiguarse al oírles.

19 de agosto de 2009

3000 METROS HOSTIÁCULOS

















La primera medalla española en los Campeonatos del mundo de atletismo la ha obtenido Marta Domínguez en los 3.000 metros obstáculos. Chapó, para ella y también para el gran Eliseo, que se ha dejado la piel en la final masculina de la misma prueba. Se trata de una especialidad extraña, ideada por alguna mente perversa, donde a veces ocurren aparatosos accidentes en un punto crucial: el paso de la ría. Justamente uno de estos percances impidió a Marta Domínguez subir al pódium en los Juegos Olímpicos de Pekín.


Por eso en la jerga atlética algunos conocen la prueba con otra denominación: los «ostiáculos». U «hostiáculos», como prefieran. Tal vez no suene muy bien, pero nadie puede negar el acierto del término. Aquí unas muestras para recreo de la afición:










12 de agosto de 2009

ABSOLUTAMENTE


«No podemos poner en cuestionamiento un ejemplo de transporte que está siendo absolutamente observado por todo el mundo», ha declarado José Blanco, ministro de Fomento, respondiendo a las críticas surgidas por la suspensión del servicio del AVE Madrid-Andalucía, en el que el aguacero del lunes provocó inundaciones de vías y otros desperfectos. «Absolutamente observado», «por todo el mundo», ahí queda eso. Me pregunto cómo se observa un tren absolutamente. Pero el caso es tirar de hipérboles y de sesquipedalia verba, para que el discurso quede imponente.

ZUM y BUM


Nadie se imagina comprando un «zum» para su cámara fotográfica, ni hablando de unas imágenes tomadas con «zum». En ambos casos escribimos «zoom» aunque la pronunciación y la escritura vayan por diferente camino, y lo hacemos así por costumbre, o por inercia, o porque parece que «zum» encajaría mejor entre las onomatopeyas de un tebeo que en la descripción de un ‘teleobjetivo especial, cuyo avance o retroceso permite acercar o alejar la imagen’, según la definición académica del término. Sin embargo, el Diccionario Panhispánico de dudas se inclina por la forma «zum». Algo parecido ocurre con «boom» (‘éxito o auge repentino de algo’), para el que el DPD prefiere la adaptación gráfica «bum». Durante cierto tiempo, la tendencia a aplicar a los anglicismos formas castellanizadas basadas en la fonética tuvo encendidos defensores. Ahora, familiarizados como estamos con las grafías inglesas, empieza a perder sentido. Ya se comprobó con aquel ridículo «güisqui», que nadie escribe ya pese a seguir siendo la forma canónica, y con tecnicismos descabellados como «cederrón» (palabra que, por suerte, los tiempos dejarán pronto inservible al desaparecer el objeto al que da nombre). Y nada digamos de otros neologismos como «yacusi» (por «jacuzzi»), «suvenir» (por souvenir) o «sexapil» (por sex-appeal). Una sencilla cata en los buscadores de la red permite comprobar que las formas «zum» y «bum» no se emplean apenas, ni siquiera en ámbitos cultos, literarios o científicos. Los términos generalizados son «boom» y «zoom». Quizá haya que admitir una digna derrota en vez de empecinarse en librar batallas contra molinos.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 20.6.09.

6 de agosto de 2009

Depresión epistolar

En la bandeja de correo del profesor de Lengua se hallaba este mensaje de uno de sus alumnos. No era un estudiante de Primaria, ni de E.S.O., sino que había llegado -quién sabe cómo- hasta el primer curso del Bachillerato.




Tras leer lo cual el profesor quedó sumido en un hondo abatimiento.

5 de agosto de 2009

PURO Y DURO


De un tiempo a esta parte se ha extendido en el habla el empleo del adjetivo «puro», en su sentido de ‘mero’ o ‘no mezclado’, seguido de otro adjetivo: «duro». Sucede más en femenino: «Esta película está llena de violencia pura y dura»; «le ha dicho la verdad pura y dura». En principio es un feliz hallazgo expresivo que sirve para enfatizar el esfuerzo, la dificultad o el rigor. Pero la pareja de adjetivos amenaza con formalizar sus relaciones y convertirse en un matrimonio indisoluble, de tal manera que ya hay pocas cosas «puras» que no se paseen del brazo de su nuevo acompañante, venga o no a cuento la amplificación.


Hay a quien le gusta la literatura pura y dura y quien afirma que sólo bebe agua pura y dura. Cuidado con esta moda, que empieza a rozar el amaneramiento verbal cuando el énfasis no es está justificado por la semántica sino por el vicioso alargamiento y por el magnetismo de la rima. El castellano ya es proclive a las construcciones de este tipo. Abundan las fórmulas bimembres rimadas de larga tradición e indiscutible fuerza expresiva: «a trancas y barrancas», «por fas o por nefas», «a las duras y a las maduras», «sin oficio ni beneficio», e incluso en el caso de adjetivos, como en «mondo y lirondo» o cuando hablamos de dinero «contante y sonante». Así que «puro y duro» tiene abiertas las puertas en el registro de parejas de hecho del español, aunque no todo lo puro tenga que ser necesariamente duro sino al revés: porque puro también significa ‘sencillo, limpio, agradable o ameno’. Bien está la rima cuando refuerza el sentido, pero la poderosa tentación de la poesía también puede conducirnos a hablar -y ésta es otra locución rimada- sin ton ni son.

4 de agosto de 2009

CAFÉ BEBIDO


-Hoy no he tomado más que un café bebido- comenta V.


Decimos «café bebido». Pero ¿hay otra forma de consumir café que no sea bebiéndolo? Sí. Están los helados de café, las cremas de café, los caramelos de café con leche y los innumerables postres sólidos con café ideados por la creativa cocina moderna. Unos se sorben, otros se mastican, o se lamen, o se muerden. Pero el «café bebido» no apunta a la forma de ingestión, sino a un hábito alimentario. Llamamos así al café –solo, descafeinado, cortado, con leche, bombón, tanto da- que se toma por la mañana como único desayuno, sin acompañamiento sólido o líquido alguno. No sabría decir de dónde le viene ese adyacente y no otro (podría ser «un simple café», o «un café sin más»), porque el sintagma «café bebido» se pierde en la noche de los tiempos.


Al decir que alguien ha desayunado «un café bebido» parece que, según las circunstancias, hablamos de una persona acelerada, entregada a su trabajo, sin tiempo para atender a las demandas del estómago; o de un disciplinado cuidador de la dieta; o de un pobre de solemnidad; o de un inapetente incapaz de apreciar las delicias de la bollería. Y todo eso con un simple participio más bien caprichoso. De qué formas tan extrañas se comporta nuestra habla cotidiana.

3 de agosto de 2009

«TE CUENTO»

Últimamente la situación se da con bastante frecuencia en la comunicación oral. Dos personas conversan, y la una le dice a la otra: «Te cuento». Es su manera de anunciar el comienzo de una parrafada. La breve oración se ha convertido en un cliché verbal que actúa como marcador introductorio en cualquier clase de discurso, pues aunque recurra al verbo «contar» sirve tanto para narraciones como para descripciones o exposiciones. Este «te cuento» generalizado es bastante reciente. No pertenece a un registro idiomático definido, aunque deja asomar cierta afectación alejada del tono coloquial donde se supone que reside. Cuando alguien suelta un «te cuento», el oyente percibe cómo se le vienen encima los dos puntos y tras ellos una larga perorata que habrá de soportar pacientemente. Pues, si bien por una parte el «te cuento» manifiesta la intención de ser pedagógico, claro y preciso (cuando lo usa, por ejemplo, alguien a quien hemos preguntado cómo llegar a una determinada calle), por otra establece una relación de dominio del emisor, como si la fórmula le autorizara a tomar la palabra y a no soltarla hasta pasado un buen rato. Esta construcción formada por el dativo de segunda persona seguido del verbo en presente de indicativo –y con otra particularidad: omitiendo el «lo» de complemento directo- conoce algunas variantes, todas ellas con verbos de decir: «verás, te explico», «a ver, yo te digo», «mira, te aclaro». Sin embargo, gana abrumadoramente el verbo contar, tal vez porque siempre se ha dicho que a todos nos gusta que nos cuenten historias. Pero tampoco nos gusta que nos vengan con cuentos.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 23.5.09.

30 de julio de 2009

LACRA

Uno de las reacciones más comunes que suceden a la comisión de atentados terroristas es la de decir que «no hay palabras» para calificarlos. Lo dicen, se supone que con todo convencimiento, los mismos que a continuación desgranan toda suerte de palabras de condena. Así que no sólo hay palabras, sino que es necesario emplearlas porque a menudo son la principal arma contra quienes tratan de imponer el silencio. Pero, por desgracia, el lenguaje se zambulle enseguida en la charca de los tópicos. ¿Qué se quiere decir, por ejemplo, al hablar de la «lacra» del terrorismo? La metáfora no está mal aplicada del todo, quede claro, pero a veces da la impresión de que se tira de ella por la vía de la facilidad reiterada, de la palabrería sacudida a bote pronto. ¿Saben realmente sus usuarios lo que el término «lacra» significa? Algo malo, malísimo, es cierto, pero no exactamente sinónimo de cosas como plaga, enfermedad, daño, amenaza, molestia o vergüenza, que es lo que parecen tratar de decir.

En un excelente post, Santiago González examina hoy otro de los tópicos en torno al terrorismo, cual es el uso extensivo e indiscriminado de la propia palabra «terrorismo» como metáfora de todo lo que daña, hiere o mata. «¿Podemos llamar terrorismo a todo crimen que nos resulte especialmente odioso?», se pregunta.

28 de julio de 2009

Hay nivel


Contra lo que pudiera creerse, los cerebros de las redacciones deportivas no reducen su actividad llegado el verano. Prueba de ello son estos originales titulares de portada, donde, en un alarde de creatividad verbal, dos rotativos especializados inventan sendos términos compuestos: Ibramanía, Ibrapasión. La formación de palabras por composición es un procedimiento sutil, complejo, elaborado, sólo al alcance de poetas y economistas. Si lo usan dos periódicos, el mismo día, con el mismo fin y con similares resultados, hay que quitarse el sombrero y celebrar el nivelazo de nuestra prensa futbolera.

*Envestida


Otra cosa sería si el BBVA hubiera tenido que aguantar la embestida. Pero se ve que a las entidades bancarias de prestigio les sueltan toritos dulces, blandos y sin ímpetu que sólo lanzan *envestidas.

27 de julio de 2009

TUNEAR

En su acepción automovilística, el verbo inglés «to tune» significa algo así como ‘poner a punto’ un vehículo. Indudablemente ese es el origen del tan oído «tunear» en castellano: preparar un coche aplicándole cambios diversos a gusto de su propietario. Para muchos amantes del motor el «tuning» o «tunning», más que una operación de mecánica, constituye toda una filosofía de vida, un modo de realización personal, una estética y hasta un culto que profesan con toda veneración. Pero el «tuneo», hasta ahora reservado a coches, motocicletas y artilugios diversos con ruedas, empieza a darse en nuevos ámbitos: se tunean desde ordenadores hasta aparatos electrónicos o elementos de decoración. Y, en otro orden de cosas, cada vez es más frecuente oír hablar de las «ideas tuneadas» de un político que ha cambiado de chaqueta, o de «tunear el programa del partido», o sea, desnaturalizarlo para que se adapte a los intereses del momento. Podría decirse que «tunear» ha pasado a ser un sinónimo de verbos como maquillar, decorar, transformar, remozar o personalizar, siempre en sentido metafórico y con un toque de burla y otro tanto de crítica. Tunear es cambiar la apariencia de algo para hacerlo más atractivo y de esa manera engañar al que mira. Tunear es acomodar la realidad a las exigencias propias, en vez de admitir esa realidad y cumplir sus reglas. Como el hortera que pretende deslumbrar al volante de su coche trucado en el taller, hay avezados practicantes de «tuning» en la vida pública, la cultura, la economía, las bellas artes o la alta cocina: gente ruidosa que nos quiere dar gato por liebre. Tuneantes o, más bien, tunantes.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios', de El Correo, 3.5.09.

24 de julio de 2009

MALGASTO

Cada vez es más frecuente encontrar el término «malgasto» en los ámbitos de la economía, la política y los medios de comunicación. «Hay que reducir el malgasto de la Administración», manifestaba hace poco un presidente autonómico. Una propuesta de mejoras técnicas en agricultura invitaba a «procurar que no haya fugas ni malgasto de agua». La oposición de un consistorio pedía cuentas a un concejal por el «malgasto de dinero en viajes». El significado del nuevo vocablo ofrece pocas dudas desde el punto de vista semántico. El toque está en que no figura en el diccionario de referencia ni en la mayoría de diccionarios usuales. La Academia, que registra «maltratar» y «maltrato», «maldecir» y «maldición», por ejemplo, no reconoce «malgasto» pese a que existe el verbo «malgastar». Hay motivos, pues, para dar por buena la reciente recomendación de la Fundéu según la cual conviene emplear el neologismo. Pero ¿basta con que una palabra sea usada con frecuencia y no vulnere las normas de construcción del idioma para que se le conceda carta de naturaleza? Si así fuese, tendríamos que incorporar al diccionario miles de voces de uso común que aguardan pacientemente el reconocimiento de los árbitros de la norma culta. No es «malgasto», por otro lado, un término tan extendido como pretende la Fundéu. De hecho, aunque haya irrumpido con cierta fuerza tiene aún muy corta edad. Para referirse al gasto desmedido, innecesario o injustificado el castellano ya dispone de otras voces como «despilfarro» o «derroche». ¿Una novedad necesaria o una concesión a la moda?

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 30.5.09.

23 de julio de 2009

ASCUAS

Entre las ‘palabras moribundas’ de las que habla Álex Grijelmo habría que incluir «ascua». Casi nadie la usa. Al menos en su sentido propio, que es el de «pedazo de materia combustible que por efecto del fuego se pone incandescente y sin llama». Es curioso que en cambio sí se conserven acepciones figuradas como la de las locuciones «arrimar el ascua a su sardina» (aprovechar las circunstancias en beneficio propio), «estar en ascuas» (permanecer en estado de inquietud o desasosiego en espera de algo) o, menos empleada, «pasar [como] sobre ascuas» (tratar un tema de manera rápida y sin profundizar en él). Existe también la construcción comparativa «hecho un ascua» que sirve para ponderar el brillo, la luminosidad o la limpieza de algo. Pero, como en tantos otros casos, la pérdida de contacto con el referente originario deja a la palabra en una situación vacilante, sometida a curiosos y cómicos vaivenes. Días atrás, un político entrevistado en la radio exhortaba a los ciudadanos a «arrimar el ascua» para salir de la crisis. Quiso decir, claro, «arrimar el hombro» (ayudar, cooperar, contribuir con el propio esfuerzo), pero casi vino a proponer lo contrario: que cada cual saque el máximo provecho para sí mismo y se olvide de los demás. En un examen de bachillerato donde los estudiantes debían comentar el poema machadiano que arranca con «Las ascuas de un crepúsculo morado...», sólo una pequeña parte acertaba a dar con el sentido cromático de la metáfora. Las ascuas se han quedado en brasas lingüísticas, o en rescoldos de algo que se va apagando lentamente. Es la ley del idioma: unas palabras agonizan y otras nuevas nacen cada día.


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 18 abril 2009

21 de julio de 2009

LEGENDARIO


Calificar de legendario a un periodista se presta al equívoco, como advierte Santiago González en su brillante blog. Puede inducir a pensar que ese periodista tendía a manipular la información para llevarla al mundo de la fábula, de la inventiva, de la «leyenda». Es decir, justamente lo contrario que se exige a la profesión. Pero Walter Cronkite fue un defensor de la fidelidad a los hechos por encima de todo, un leal cronista de la realidad que siempre porfiaba en presentar tal como era. Su invariable fórmula diaria de despedida decía «And that’s the way it is». Así son las cosas. Nada más alejado de la ‘relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos’, según la definición de leyenda servida por el DRAE.

Pero hay otra acepción del término leyenda que lo identifica con la ‘persona o cosa admirada con exaltación’. Lo mismo que un ídolo, que un icono, que un ser modélico. En este sentido, no es exagerado considerar a Cronkite un periodista legendario. El exceso está en la reiteración del adjetivo, o dicho de otro modo: en el vaciado de la palabra convertida en tópico.

17 de julio de 2009

Llegan los becarios


Es una tradición con la que los becarios cumplen estrictamente. Han de dejar alguna señal de su llegada a las redacciones, de su juvenil y desenfadada presencia veraniega, de la rica fomación lingüística adquirida en sus Facultades. He aquí un ejemplo.


(Público, 17 julio 2009)

11 de junio de 2009

Tramas y trabas


Una trama es mucho más novelesca que una traba, dónde va a parar. La historia de El Pocero no podía terminar con una simple retirada por motivos administrativos (llamémosles trabas). Al cambiar una sola letra, el caso del constructor enriquecido merced a la especulación inmobiliaria se transforma en un oscuro suceso donde la heroica víctima sucumbe a la conjura de los poderes malignos (o sea, a las tramas). ¿Estará el bueno de Urdaci detrás de todo esto?
(La noticia, en El País)

4 de junio de 2009

Un femenino sin sintaxis


«Entre los objetivos de Observatorio de Igualdad de Género de la Universidad de Zaragoza está la de garantizar la igualdad de trato a todas las personas que forman la comunidad universitaria, por esta razón desde lanzamos la Campaña “Nombrar en femenino es posible: ¡inténtalo!” Con la que queremos promover el uso del lenguaje inclusivo y no discriminatorio en toda la UZ»


¿No sería jucioso que, a la vez que se promueve la loable causa de la igualdad en el lenguaje, se preservara también la corrección de ese mismo lenguaje? Pero hay que ser comprensivos. Al fin y al cabo sólo estamos en el sitio de una universidad. Sin sintaxis, pero universidad.

29 de abril de 2009

Tristemente




Gabriel García Márquez detesta icondicionalmente los adverbios en –mente, pero seguramente habría cambiado de opinión inmediatamente si hubiera conocido este poema de Idea Vilariño, probablemente la mejor poeta uruguaya del siglo XX, a quien lamentablemente hemos perdido definitivamente el día de ayer.



Tan arduamente el mar...


Tan arduamente el mar,


tan arduamente,


el lento mar inmenso,


tan largamente en sí, cansadamente,


el hondo mar eterno.


Lento mar, hondo mar,


profundo mar inmenso...



Tan lenta y honda y largamente y tanto


insistente y cansado ser cayendo


como un llanto, sin fin,


pesadamente,


tenazmente muriendo...



Va creciendo sereno desde el fondo,


sabiamente creciendo,


lentamente, hondamente, largamente,


pausadamente,


mar,


arduo, cansado mar,


Padre de mi silencio.




Naturalmente, ni que decir tiene que les recomiendo vivamente la lectura de sus libros.

22 de abril de 2009

EXTASIADOS

Una de las debilidades de este blogger son los cronistas deportivos. Nunca fallan. Siempre están ahí, al pie del cañón, dispuestos a alegrarnos el día con un solecismo, un puntapié a la gramática, una hipérbole disparatada. Lo mismo en la prensa escrita que en la radio o en la televisión, el periodismo deportivo –el periodismo futbolero, para ser precisos- ha declarado una guerra sin cuartel contra el idioma y no hay espacio, sección o retransmisión donde no emprenda alguna acción armada contra el objetivo. Admirable porfía, que merece de vez en cuando una nota en nuestro blog. La escaramuza de esta tarde ha tenido lugar en el frente de La Sexta, donde ponían el partido Osasuna-Málaga. Cuando uno ha enchufado el televisor, la contienda tocaba a su fin y las dos formaciones ya mostraban signos evidentes de cansancio. Es entonces cuando uno de los comentaristas –qué lástima no saber su nombre, no poder rendirle el merecido homenaje- ha descrito la situación en términos precisos: «Los dos equipos están extasiados. No pueden más». ¿Cabe una manera mejor de decirlo?

21 de abril de 2009

Léxico móvil



La formidable expansión de los teléfonos móviles ha traído consigo cambios de diverso tipo, que afectan tanto a las relaciones personales como a los usos comunicativos. El idioma no es ajeno a ellos, y no sólo por las tan traídas y llevadas abreviaturas de SMS y su repercusión en la ortografía. Aparte de eso, la telefonía móvil está creando todo un amplio campo de términos al que cada día se incorporan otros nuevos. La propia denominación de los aparatos parte de una antonomasia según la cual el «móvil» no es cualquier objeto que se mueve, sino el terminal de teléfono. Pero tampoco es una denominación universal: en América los llaman «celulares», quizá con más propiedad. Móviles o celulares, llevan «politonos», sirven para hacer «una perdida», y cuando se estropean o dejan de funcionar por falta de carga decimos que se han «muerto». A estas y otras expresiones coloquiales se añaden voces más rebuscadas, bien en forma de tecnicismos, bien fruto de creaciones asociativas y figuradas de todo tipo. Valga como ejemplo «snaparazzi», que es como se empieza a conocer la práctica de tomar fotografías con el móvil, y también la persona que las hace. O «vergatario», nombre que ha dado Hugo Chávez al teléfono de precio económico que su Gobierno distribuye entre las capas más modestas de la población venezolana. Estos días, al hablar de las relaciones entre Obama y Zapatero, se difundió la noticia de que ambos se comunicaban privadamente a través de una línea «secrafónica», una especie de hilo directo a salvo de interferencias y de espionajes. Un léxico, pues, que crece en continuo movimiento, como no podía ser menos ya que hablamos de «móviles».

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 11.4.2009.

ACORDE


«La previsión de los empresarios está de acorde con la del Gobierno»; «le fabricamos un mobiliario de acorde a sus exigencias»; «el juego del equipo no estuvo de acorde con la calidad de sus figuras»; «hace falta una ley de plazos de acorde con la situación particular de cada mujer»: son algunas muestras recogidas casi al azar de un uso tan extendido como equivocado de «acorde». Por alguna extraña razón, el adjetivo «acorde» (sinónimo culto de ‘conforme’ o ‘coincidente’) es encajado por la fuerza dentro de una construcción en la que se lo confunde con «acuerdo». Lo natural, lo sencillo es decir que una cosa está «de acuerdo con» otra cuando entre ambas existe alguna relación de armonía, unanimidad, dependencia o consecuencia. Es cierto que lo que «está de acuerdo con» (o «de acuerdo a», también válido aunque menos empleado) algo es a su vez «conforme» con ello. Podemos decir indistintamente que «todo marcha de acuerdo con lo previsto» y «todo marcha acorde con lo previsto»; pero obsérvese que el segundo caso no admite la preposición introductoria «de». Gramaticalmente hablando, «acuerdo» puede formar parte de una locución invariable («de acuerdo a» o «de acuerdo con») mientras que «acorde» no conoce otro empleo correcto que el propio de un adjetivo independiente. El idioma también sufre con estas pequeñas anomalías cuando dejan de ser un error circunstancial para convertirse en unas prácticas generalizadas. Y más si, como parece ocurrir en este caso, responden al afán decorativo y grandilocuente. No se habla con más musicalidad por el hecho de soltar «de acordes» a troche y moche.


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 4.4.09.

16 de abril de 2009

FÉLIX, FELIS, FELI'S

1) Bar Félix. Un clásico en los nombres de bares a lo largo y ancho de la Piel de toro:


2) Bar Felis. Lo mismo, pero orientado a una clientela más popular tal vez:



3) Bar Feli’s. El signo de la modernidad en forma de algo parecido al genitivo sajón:


Son distintos estilos de nomenclatura hostelera, los tres igual de legítimos y habituales. Lo que ya no parece tan normal es que todos -clásico, popular y moderno- correspondan al mismo establecimiento:

La maldición del apellido


El apellido de la flamante ministra de Cultura ha servido para crear toda clase de calambures y juegos verbales hirientes, algunos francamente ingeniosos y otros de peor gusto. Nomen est omen, decían los clásicos: el nombre es un presagio. Se ve que la cruz más pesada que va a tener que cargar Ángeles González-Sinde en su mandato no será la Cultura, sino su propio carné de identidad.

15 de abril de 2009

Niños de madera, limones de silicona


Leo que en el Raval barcelonés han detenido a un falso cirujano plástico que operaba en un cuchitril de mala muerte. Entre los objetos que le han intervenido había –dice la noticia- «tres pistolas de inyectar veterinarias de 50 mililitros». Al verlo me he acordado de aquel anuncio recogido por Baroja donde ponía: «Se venden cunas para niños de madera». Cuesta esfuerzo imaginar la forma en que se puedan inyectar unas veterinarias. En cuanto a los niños de madera, para qué necesitarán cunas. El orden de los complementos oracionales ocasiona esta clase de malentendidos, el mismo que se produce cuando, al pasar ante un escaparate de una tienda bilbaína llena de curiosos utensilios de cocina, los ojos se detienen ante otro rótulo: «Exprimidor de limones de silicona». Por fin. Toda la vida tratando de sacar el jugo a los limones de silicona, y no había manera. Ahora ya hay inventos para facilitarnos tareas comunes tales como acostar niños de madera, inyectar veterinarias o exprimir limones de silicona. Esas cosas que hacemos todos los días.

Extraño cóctel


Parece ser que el primero en llamar cocktails a cierto tipo de bebidas combinadas se inspiró en la presentación de las copas, acompañadas de un detalle decorativo que recordaba la cola («tail») de un gallo («cock»). Una vez universalizado el término, en español se ha asentado en dos formas: la original inglesa y la adaptación fonética «cóctel». Ambas sirven indistintamente para las bebidas y para otras mezclas, algunas de las cuales pueden verse habitualmente en las cartas de restaurantes como «cóctel de mariscos» o «cóctel de verduras». Lo que hasta ahora uno nunca había encontrado era un «coptail» como el de la foto. «Cop» es, en inglés coloquial, «agente de policía». ¿Cop-tail? Bueno, en la mesa hay gente que no le hace ascos a nada que le pongan delante.