30 de diciembre de 2010

PORNOMISERIA

Ya nadie teme a la palabra «telebasura». El término, felizmente incorporado al español a finales del siglo XX, se ha convertido en la práctica en un tecnicismo de la comunicación audiovisual. Despojado ya de sus connotaciones críticas, mansamente dulcificado, define más que descalifica. Salvo en honrosas excepciones, hablar hoy de televisión basura es incurrir en un desgastado pleonasmo. Por eso se percibe la necesidad de hallar nuevos vocablos para designar los subproductos más vomitivos, los programas aún insoportables, esos que aún conservan la facultad de dar arcadas incluso al espectador omnívoro acostumbrado a tragar la bazofia de la telebasura tradicional. Y se empieza a oír otra palabra compuesta: «pornomiseria». No es nueva del todo. Surgió hace cuatro décadas en Colombia, en la jerga del cine, aplicada a cierto tipo de películas documentales que se recreaban en la exhibición de la pobreza y la marginalidad social. La obscenidad residía en el hecho de disfrazar de denuncia realista lo que estaba ideado para hacer de la miseria un espectáculo, para explotar el sensacionalismo del harapo y el crimen: igual que los nuevos espacios de la telebasura disfrazados de testimonio social. El equivalente inglés de «pornomiseria» es más reciente. Se empezó a hablar de «poverty porn» a raíz del estreno de 'Slumdog millionaire', el filme de Danny Boyle sobre los arrabales de Mumbay que consiguió el Oscar de 2009. En la alocada carrera tras el sensacionalismo en que se ha sumido la televisión, «pornomiseria» se revela como una posibilidad para poner nombre a su actitud y a sus programaciones, más allá de la simple y se diría que inocente «telebasura».

28 de diciembre de 2010

Fecundan






El ángel es fecundado por dos pastores. Ah, estos inocentes estudiantes de bachillerato.

27 de diciembre de 2010

Cobardía ortográfica


Si algo no tolera la ortografía es la vacilación. Un catálogo de normas ortográficas podrá establecer diferentes clases y categorías de incorrecciones, desde las inaceptables hasta las más leves, pero nunca debe renunciar a la fijación de las formas correctas. Es su cometido. Para eso nació la ortografía como disciplina y con ese propósito han trabajado los gramáticos y filólogos que se han ocupado de ella a lo largo de la historia. Contra lo que pueda suponerse, el hablante no pide flexibilidad ni indulgencia, sino rigor. Reclama de los sabios unas pautas concretas, unas normas precisas a las que atenerse en el uso de la lengua escrita. Que luego las incumpla, es otra cosa. Así que cabe dudar de la oportunidad de los preceptos ortográficos cuando optan por la pusilánime escapatoria de las recomendaciones. De todas las vertientes de la actividad académica, ésta es sin duda la más normativa y la que menos terreno ha de dejar a la ambigüedad. Los significados de las palabras toleran variantes, matices y connotaciones diversas. También la morfología y la sintaxis conocen zonas de sombra donde es delicado marcar la frontera entre lo correcto y lo incorrecto. En cambio la ortografía permite, por su propia naturaleza arbitraria, separar de forma inequívoca el acierto y el error. El mayor reproche que puede hacerse a la Nueva ortografía de las academias no tiene que ver con las tildes en los monosílabos, el nombre de algunas letras o el tratamiento de los dígrafos: ahí ha fijado la norma, como era su obligación. Si defrauda es por el excesivo número de casos en que admite una forma y su contraria. También hay cobardes ortográficos.

20 de diciembre de 2010

*PECÉ


Si ella levantara la cabeza tendría que resignarse y aceptar que hoy ya no existe otro PC que el Personal Computer, el *pecé verdadero. Pero también a este le empieza a alcanzar el crepúsculo de las ideologías. Clientes, parroquianos, usuarios, militantes, ya todo es uno y lo mismo. Perdido el referente, las palabras bailan sueltas en la pista bajo la ruidosa confusión de los signos.

(El País, 19.12.10)

14 de diciembre de 2010

D.E.P.


«El neologismo es el factor principal de enriquecimiento de una lengua. Lo nuevo se define por oposición a lo antiguo. Pero la aparición y aceptación de un término nuevo no implica la desaparición de otro viejo. Si implicara esta desaparición no habría enriquecimiento; habría, a lo sumo, equilibrio, suponiendo que no hubiera más pérdidas en la lengua que éstas hipotéticamente provocadas por el neologismo. El término antiguo subsistirá mientras subsista la cosa por él designada. El neologismo astronáutica no ha arrumbado el término aviación, porque sigue existiendo el sistema de transporte designado por este nombre. El léxico no constituye, como la gramática, un conjunto cerrado y estructurado rígidamente. Por eso puede producirse un enriquecimiento constante de la suma de términos que lo constituyen.

»No hay, pues, motivo para rechazar a priori un neologismo simplemente porque el término nuevo, el nuevo sentido de la palabra, la asociación verbal inusitada hasta ahora, no figura en el diccionario. Si el neologismo responde a una necesidad y se ajusta a las normas del sistema cuya carta de ciudadanía solicita, hay fuertes razones para otorgársela y muchas posibilidades de que se le otorgue».



(Discurso de ingreso en la RAE de Valentín García Yebra, 28.4.1918 -13.12.2010)

13 de diciembre de 2010

'HACKTIVISMO'


Cada acontecimiento trae consigo una nueva palabra, ya se trate de «tsunami» cuando las olas del mar han arrasado los litorales asiáticos, ya de los «ERE» cuya amenaza sobrevuela fábricas y plantas de producción. Nuestro vocabulario no se nutre solo de términos aprendidos en el deambular vital, en hogar o en la escuela. Lo van enriqueciendo también el curso de la historia y sus sobresaltos, y más cuando entran en juego los adelantos técnicos. Es el caso de «hacktivismo», un neologismo formado por el cruce del cuerpo léxico de «hacker» y el de «activismo», favorecido por la similitud fonética del inicio de ambos. Aunque ya estaba instalado en algunas jergas, se ha empezado a oír más ampliamente a raíz del fenómeno Wikileaks. Un intruso («hacker», es decir, 'pirata') accede a una información reservada mediante la manipulación de sistemas informáticos y emplea esa información con fines políticos. Es, pues, un «activista». Para unos, un «ciberterrorista»; en cambio otros lo considerarán un benefactor de la humanidad. Es esta última la acepción más extendida del término «activista». El Diccionario, que hasta ahora lo definía como «agitador político, miembro que en un grupo o partido interviene activamente en la propaganda o practica la acción directa», registrará en la próxima edición un sentido más favorable: «militante de un movimiento social, de una organización sindical o de un partido político que interviene activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas». Tecnología, política y espionaje forman un triángulo complicado. De momento, los «hacktivistas» o «hactivistas» se han colocado en su centro. Veremos cuánto tiempo permanecen ahí.

10 de diciembre de 2010

ASTEROIDES


Si eso era lo que tomaban, no es extraño que volasen.

(La Nueva España, 10.12.2010)

No son horas


A la vista de la carta, no se sabe si la suspensión de la destinataria es debida a los cargos que se le imputan, al hecho de haber salido de una comandancia de la Guardia Civil o a la circunstancia de haber salido de noche. Una muestra más de las tradicionales desavenencias entre los poderes y la sintaxis.

7 de diciembre de 2010

Un tirón de orejas




Gabino Ramos, que es autoridad en la materia por partida doble, propone dar un tirón de orejas a ciertos gremios. Aquí dejo el recorte de una entrevista en el Diario de Burgos:


—No parece que corran buenos tiempos para la oratoria política... Escuchándoles [a los políticos] da la impresión de que no suelen recurrir mucho al diccionario.

—No se puede generalizar, pero hay que reconocer que muchos de nuestros políticos son ‘semianalfabetos lingüísticos’. No creo que consulten muchos diccionarios.

—¿Qué me dice de los medios de comunicación?

—Creo que son aceptables, nada más. Deberían procurar hacerlo mejor, esforzarse por acercarse lo más posible al nivel de las personas cultas. Todos merecemos un tirón de orejas. Reconozco que es muy difícil ponerse delante de un micrófono y hacerlo siempre bien. Hay que ser indulgentes. La gran amenaza para nuestro idioma son esos programas que no quiero nombrar y que son el escaparate más espantoso de la zafiedad y de múltiples coces al diccionario.



(La foto, de Patricia)