30 de enero de 2008

MADRID, ESCALA RÉAUMUR


Eso es empezar una novela con buen pie. Espantando al lector que desconozca las equivalencias entre escalas termométricas. Pero, más aún, haciendo crujir la sintaxis con una construcción que leída literalmente obliga a pensar no en la temperatura ambiente, sino en un «Madrid escala Réaumur» distinto del Madrid Celsius y del Madrid Fahrenheit. En efecto, hasta ahora nadie lo había contado así.

«Ocho grados Réaumur» son más o menos diez grados centígrados. Para un 2 de mayo a las siete de la mañana, normal tirando a fresquito. El día perfecto para levantarse en armas.

Niños líneas


A veces los censores de la lengua nos olvidamos de mirar las vigas en los ojos propios. Le ha pasado ahora a Arcadi Espada, afilado observador de los vicios periodísticos, pero en cualquier momento nos puede suceder a cualquiera. ¿Qué son estos «niños líneas» de los que habla su nota de bitácora del 29 de enero, donde precisamente reflexiona sobre asuntos de comprensión y expresión lingüística? Por más vueltas que uno le dé, no encuentra la razón de la presumible errata. No hay manera de saber qué diabólico adjetivo pudo metamorfosearse en el rarísimo «líneas». Pero algo extraño ha tenido que ocurrir, y el borrón persiste ahí como un desafío a la imaginación del lector, como un dedo acusador de las prisas redactoras, como una reivindicación nostálgica de la desaparecida figura del corrector en los periódicos, como una de esas obstinadas erratas que se niegan a abandonar el barco. ¿Niños líneas?

La marca


Según cuentan los propagadores de leyendas urbanas, el nombre de la marca Zara fue producto de la casualidad. Lo que Amancio Ortega quería registrar en la oficina de patentes era otro término de fonética semejante, también con las letras z y r, pero se encontró con que ya estaba ocupado. Así que fue buscando posibles combinaciones de vocales hasta dar con zara, una palabra aún sin dueño quizá debido a su simpleza. O porque ya se llamaban así unas pastillas de regaliz envasadas en cajitas que competían en vano con las viejas juanolas de tan grato recuerdo. Pero Ortega se arriesgó. Al fin y al cabo, dado que sus ropas estaban pensadas para gente joven, tal vez la asociación mental con las golosinas diera sus frutos. Y vaya si los dio. El emporio Inditex ha alcanzado tal volumen que no sólo nadie discute ya el acierto en la elección de aquel nombre comercial, sino que a partir de él se ha creado una especie de etimología retroactiva que conduce hasta ‘Zar’, que es lo mismo que emperador. Pues bien, el imperio del nuevo zar no se contenta con ejercer su poderío en los escaparates de medio mundo y sobre los anhelos consumistas de media Humanidad. Pretende ahora dominar también en el incontrolable universo de las palabras. En una localidad turca que lleva el nombre de Zara desde ocho siglos atrás hay varios comercios y pequeñas empresas cuyos rótulos lucen ese topónimo usado como marca comercial. Hace pocos días se ha sabido que la Zara hegemónica, la gallega, ha emprendido acciones ante los tribunales para impedir que los vecinos y originarios de la Zara turca hagan uso mercantil de su propio nombre. En cualquier rincón del mundo abundan las empresas, industrias y tiendas de todo tipo que se identifican con el nombre del pueblo donde están emplazadas. A sus dueños se les podrá acusar de chovinismo o de falta de imaginación, pero en modo alguno de apropiación verbal indebida. Si sometiésemos a las dos Zaras al dictamen de la cultura en su sentido tradicional, probablemente el pequeño pueblo de Anatolia se impondría sobre el logotipo, más transnacional que gallego, de la marca textil. En su defensa acudirían los valores del patrimonio histórico, de la transmisión por herencia, del derecho consuetudinario y de la pura y simple cronología. Pero la cultura de nuestro tiempo se rige por otros principios. La propiedad intelectual no corresponde al primer inventor, sino al más grande. El plagiario no es el que viene detrás, sino el pequeño, el subalterno. Y así se da la paradoja de que ochocientos años de memoria deben humillarse ante veinte años de lucrativa prosperidad. Donde hablan los zares han de callar los súbditos. Y todavía algunos se preguntan quiénes mandan aquí.

Publicado en El Correo, 26.1.08, y en El Norte de Castilla, 27.1.08.

29 de enero de 2008

DAR [BUENA] CUENTA

Otra nueva manía de algunos profesionales de la comunicación hablada, tanto en la radio como en la televisión: recurrir a la locución «dar buena cuenta [de algo]» para decir lo mismo que «informar» pero más enfáticamente. «Dentro de unos segundos les daremos buena cuenta del viaje de Sarkozy»; «ya dimos buena cuenta de esta noticia la semana pasada». Un error. Una cosa es «dar cuenta» de algo (explicarlo, notificar de ello) y otra bastante diferente «dar buena [o mala] cuenta» de algo o de alguien. Cuando decimos «dio buena cuenta de una enorme paella» estamos indicando que el sujeto se la zampó, porque eso es lo que significa «dar buena cuenta» con complemento directo de comida o de bebida. Si el complemento es una persona o grupo humano, la locución significa «matar», «destruir», «derrotar»: «El Athletic dio buena cuenta del Osasuna», «el asesino salió de casa dispuesto a dar buena cuenta de su víctima». De manera que, cuando un periodista asegura haber dado «buena cuenta» de un hecho, lo que transmite sin saberlo no es que haya informado con más rigor y precisión de lo habitual, sino que se ha cargado la noticia, que la ha despachado con voracidad y sin miramientos. La fórmula «dar buena [o mala] cuenta» admite la supresión del adjetivo: «El Athletic dio cuenta del Osasuna», pero no así al revés. Bien es cierto que determinados comunicadores y ciertos espacios de la parrilla audiovisual tratan la información de manera tan alevosa que en su caso sí podría decirse que acostumbran a «dar buena cuenta» de lo que cae en sus manos.

Publicado en 'Juego de palabras' del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 12.1.08.

23 de enero de 2008

Concordancias


El distributivo «cada» sirve aparte de otras cosas para indicar proporciones. En oraciones como «uno de cada cinco autónomos extranjeros es rumano» o «seis de cada cien jugadores apuestan por superstición», la fórmula numeral + de cada + numeral delimita el alcance de determinados hechos o fenómenos. Se trata de un procedimiento muy usado en los medios de comunicación para transmitir de forma sencilla el resultado de estudios sociológicos, de encuestas o de estimaciones estadísticas que expresadas en otros términos no llegarían al receptor común. Gramaticalmente, el primero de los dos numerales actúa como sujeto de la oración y por lo tanto debe guardar concordancia de número con el verbo. Sin embargo, no siempre la regla es respetada. He aquí unos titulares de noticias recientes: «Ocho de cada diez estudiantes aprobó Selectividad»; «Nueve de cada diez madrileños respalda la candidatura de Madrid 16»; «Siete de cada diez ocupados tiene jefe»; «Sólo cuatro de cada diez habitantes de Zamora tiene móvil»; «Seis de cada diez atropellados en Pamplona cruzaba por un paso de cebra». En todos los casos, como puede verse, el sujeto en plural no se corresponde con el verbo (que debiera ser «aprobaron», «respaldan», «tienen» y «cruzaban», en plural). Esta anomalía, en evidente incremento, se produce especialmente cuando la medida de referencia es la decena, y no tanto en las otras dos construcciones similares más usadas («cada cinco» o «cada cien»), aunque sí son frecuentes las confusiones de número gramatical en la expresión de los porcentajes. Evítese.

Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 5.1.08.

22 de enero de 2008

Infinitivos


Todos hemos asistido alguna vez a reuniones o conferencias donde el ponente termina su disertación recurriendo a expresiones del tipo «Por último, aclarar que...» o «Como conclusión, decirles que...». Crece sin tasa este empleo del infinitivo como verbo principal colocado al principio de una frase con la que generalmente se remata una intervención oral. Es sabido que las formas no personales del verbo (infinitivo, gerundio y participio) sólo pueden emplearse en las subordinaciones, nunca para la oración principal. Pero el virus se ha extendido y ya no es extraño encontrarlo también en los exordios («Antes de nada, agradecer su presencia en este acto») o en otras partes del discurso. Sucede especialmente con los verbos de comunicación o «de decir»: expresar, decir, manifestar, afirmar, informar... Se trata de una incorrección gramatical provocada casi siempre por la omisión de otro verbo previo que exprese en primera persona la intención del hablante («quiero aclarar...», «debo decirles...», «deseo agradecer...»), pero el error puede ser evitado de otra manera aún más sencilla, mediante el empleo del mismo verbo en forma conjugada («aclaro que...», «les digo que...», «agradezco»). Sin embargo, el neoespañol tiende a la rareza y la complicación en vez de buscar la sencillez y la naturalidad. El «infinitivo fático» -así lo denominan algunos gramáticos- es uno más de sus ridículos caprichos; otra de las continuas sacudidas a las que el idioma se ve sometido a manos de quienes prefieren usarlo como ornamento que como herramienta de comunicación eficaz.

Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 29.12.07.

16 de enero de 2008

Un apoyo muy particular


No resisto la tentación de tomar de la bitácora de José Fernando Melero esta fotografía que no necesita pie alguno en el que apollarse porque ella sola lo dice todo.

15 de enero de 2008

Las palabras del himno


Es sano a veces no dejarse llevar por las opiniones de la mayoría, y más higiénico aún es manifestarlo:

LA LETRA

Himnos, escudos y banderas componen una tríada peligrosa. Al amparo de estos tres símbolos la Humanidad ha perpetrado demasiadas fechorías, y hoy es el día en que aún la tela de una bandera puede encubrir el peor de los crímenes. Pero ya que están ahí, manejemos los símbolos lo más sensatamente posible antes de que ellos nos manejen a nosotros. De manera que no está mal poner letra oficial a un himno nacional que no la tiene, y así evitar tentaciones futuras. Acaba de hacerse pública la letra escogida para la Marcha Real por la SGAE y el COE. No es un prodigio de lirismo, cierto. Pero tampoco me parece que haya que descalificarlo a botepronto como han hecho algunos padres y madres de la Patria. El problema seguramente está en que hace unos meses, al iniciar el procedimiento de selección, se crearon demasiadas expectativas. Muchos pensaron que de aquí podía salir una pieza sublime a la altura del mejor Píndaro o por lo menos de un Rubén del siglo XXI. No tuvieron en cuenta que los himnos nacionales de la mayoría de países son un manojo de tópicos aderezados con brochazos de euforia patriotera e incursiones en la blandenguería sentimental más socorrida. Eso, cuando no reproducen directamente arengas bélicas repletas de llamadas a la violencia. Uno se daría por satisfecho con que el himno de su país no incurriera en esta clase de excesos. Y si por algo destaca la letra hecha pública ahora es por su simpleza. Apela a los lugares comunes de rigor, desde los inevitables vivas hasta los consabidos motivos paisajísticos, pero se contiene mucho en los epítetos, escoge bastante bien las apelaciones a valores abstractos, pasa como de puntillas por esos asuntos territoriales que tanto malhumor causan a nuestros compatriotas y, en fin, no dice nada que pueda molestar especialmente ni a nativos ni a foráneos. Un himno de perfil bajo, vulgar si se quiere, pero por eso mismo ajustado. Y lo mejor de todo: no lo ha escrito un ministro ni un espadón ni un poeta de Corte, sino un ciudadano en paro. Ahora, a ver si se lo aprenden los futbolistas porque sólo entonces tendrá la bendición definitiva.

(Publicado en Diario de Navarra, 12.1.o8)

14 de enero de 2008

Ángel fieramente cercano


Hubo un tiempo en que a los profesores de literatura nos dejaban enseñar literatura, así que todavía podíamos permitirnos uno de los mayores lujos del oficio: leer a nuestros alumnos los poemas de Ángel González. Había uno que gustaba especialmente a casi todos los estudiantes; era el que empieza con estos versos: «Si yo fuera Dios / y tuviese el secreto / haría / un ser exacto a ti...». Se trataba de Me basta así, una hermosa declaración de amor, bastante a la medida de los adolescentes que a partir de ese reclamo empezaban a interesarse por aquel hombre barbudo, con gafas gruesas, ovetense aunque con acento nada asturiano que había vivido muchos años entre España y Albuquerque, Nuevo México. Sin discusión, uno de los grandes poetas de la segunda mitad del siglo XX. Un hijo de la guerra que arrastraba consigo la rabia de aquella catástrofe pero transformada en energía poética. Porque ya desde Áspero mundo su manera de entender la rebeldía y el compromiso mediante la palabra se había alejado decididamente del panfleto.


La suya era una escritura tejida de «la enloquecida fuerza del desaliento» por un lado pero de una sutil e inteligente ironía por otro. Pese a los diversos cambios que experimentó su poesía a lo largo de los años, hay en toda ella un tono inconfundible, un toque especial que a quien esto escribe siempre le ha parecido consecuencia de su profunda humanidad. Como Machado, huyó siempre de la épica y de la retórica grandilocuente, esos lastres que han malbaratado a tantos buenos poetas. Aun en sus libros más comprometidos como Tratado de urbanismo supo transformar la conciencia histórica en sentimiento, un sentimiento que se resumía en «este miedo difuso, / esta ira repentina, / estas imprevisibles / y verdaderas ganas de llorar». O en un humor sarcástico que no impedía la expresión tierna, afectuosa y directa. No es que Ángel González fuera un poeta sencillo. Lo que ocurre es que era un hombre cercano, y además dotado de un don singular para transmitir esa cercanía a sus poemas por más que escribir un poema —sentenció una vez― sea tan inútil como «marcar la piel del agua».

Ángel González ha dejado en esta orilla ochenta y dos años muy bien empleados, entre versos y entre amigos, entre lecciones y farras. Desaparece uno de los últimos representantes de la fecunda generación de los 50, esa quinta —Barral, Goytisolo, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez― que se nos ha ido muriendo poco a poco con las copas puestas y al grito de «que nos quiten lo bebido». El vitalismo amargo y a la vez jovial de Ángel González tal vez no deje una escuela poética tras de sí porque hay voces difíciles de imitar, pero continuará vigente como todas las voces verdaderas que nos siguen sirviendo para entender el mundo o por lo menos para hacerle frente. Incluso cuando apenas «quede quizá el recurso de andar solo, / de vaciar el alma de ternura / y llenarla de hastío e indiferencia / en este tiempo hostil, propicio al odio».


Publicado en Diario de Navarra, 13 enero 2008.

3 de enero de 2008

Derecho a tener derechos


Dicho así, entra la duda de si hemos avanzado o hemos retrocedido con respecto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

2 de enero de 2008

*TODIMPIO


Estragos de los excesos navideños en una sociedad gastronómica. También la lengua escrita se resiente del vapuleo festivo.