30 de abril de 2007

25 de abril de 2007

CONTENEDORES


En el ámbito televisivo se empieza a utilizar con cierta frecuencia el sustantivo «contenedor» (también «programa contenedor») para hablar de determinados espacios sin características definidas, pero que tienen en común principalmente dos rasgos: uno, que son programas de larga duración; el otro, que incluyen varios microespacios que pueden ir desde las series de ficción hasta los concursos o los juegos, desde los informativos hasta las tertulias. Se trata, pues, de una especie de cajones de sastre no sometidos a la rigidez del formato preestablecido. Al parecer el «contenedor» está ideado para permitir a los realizadores la introducción de cambios según las oscilaciones de la audiencia o la respuesta del público. Puesto que los pequeños programas que incluye no son emitidos con un horario anunciado ni en un orden fijo, la posibilidad de modificar o incluso de suprimir alguna de las secciones es mayor que en los programas de formato cerrado. Y, al mismo tiempo, parece comprobado que los espectadores cambian menos de canal. Hasta ahora el castellano recurría al nombre «contenedor» casi exclusivamente para objetos materiales. Aparte de los grandes contenedores (o «containers») usados en el transporte, están también los contenedores instalados en las aceras de nuestras calles para que el ciudadano deposite en ellos los residuos sólidos domésticos. Es decir, lo que comúnmente entendemos por «contenedores de basura». Pero resulta que también existe una «telebasura». ¿No se habrán precipitado los sabios catódicos al recurrir a una palabra que casi empuja a pensar en ciertos contenidos innobles?


Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 18.4.07.

24 de abril de 2007

Un camello instruido


Supongo que la reproducción de tan formidable escrito está circulando ya por todas partes, pero ¿cómo no rendir en este escaparate de las palabras un sincero homenaje a semejante prodigio verbal, a una joya de la gramática, a una maravilla de la ortografía como esta?


(El País, edición de Barcelona, 24.4.07)

18 de abril de 2007

CAMEO


Hace pocos años, en la jerga de los cinéfilos se introdujo el término «cameo», importado del inglés. En una película se llama «cameo» a la aparición breve de un actor célebre o de una persona relevante representando un papel secundario, generalmente como guiño de complicidad que ayuda a promocionar la cinta. En el teatro anglosajón ya se hablaba de «cameo» (cameo appearance o cameo role) desde mediados del siglo XIX, cuando al parecer empezó a hacerse costumbre la presencia ocasional en escena de invitados de prestigio. Como esas intervenciones daban brillo a la función, alguien sugirió llamarlas «pequeñas joyas», que no otra cosa significaba «cameo» desde su entrada en la lengua inglesa proveniente del latín cammaheus. Más concretamente, un cameo era y es un adorno a modo de broche donde está tallada en relieve la figura de una persona. Se llama cameo asimismo al trabajo artesanal hecho al efecto sobre esmaltes, piedras preciosas o materiales nobles. Cuando hablamos, pues, de «cameos» en el cine, el teatro o la televisión, evocamos una imagen en miniatura que, a la vez que representa a alguien querido o respetado, ennoblece a quien hace exhibir esa figura. Pero lo extraño es que el español haya optado por el término inglés cuando ya dispone de una palabra con igual significado y, a mayor abundamiento, nacida del mismo tronco etimológico. «Cammaheus» dio en castellano «camafeo», voz que perdura en el ámbito de la joyería y las artes ornamentales. ¿Será que para la gente del cine «cameo» suena bien y en cambio «camafeo» suena feo?



Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 11.4.07.

17 de abril de 2007

Llanto en la Liga


Ahí donde le ven, el aguerrido defensa del equipo rojillo rompe en sollozos cada vez que los árbitros no benefician al Real Madrid. Al menos eso da a entender el titular del periódico.

(Portada del Diario de Navarra, 17.4.07)

13 de abril de 2007

Obtusos

Sí, ya sé que últimamente andamos algo tiquismiquis y reivindicativos. Pero no es para menos, habida cuenta del zarandeo al que está siendo sometido el idioma. La viñeta de El Roto en El País de hoy recuerda aquella idea expresada por Tomás de Quincey: «Andando mucho entre ganado, la charla del hombre es de novillos».

11 de abril de 2007

"Soy de los que pienso"


Cuando alguien dice «yo soy de los que piensan que...», no sólo manifiesta su parecer sobre un determinado asunto, sino que declara su pertenencia a un grupo de opinión. De ese modo aquello que afirma queda reforzado por el argumento de la cantidad o de la mayoría. Es como si estuviera advirtiendo: «no lo pienso únicamente yo, me acompañan otros que piensan del mismo modo, de manera que mis juicios deben ser tenidos en cuenta». El «soy de los que piensan (o creen, o sostienen, u opinan)...» actúa, pues, como introducción enfática -y algo campanuda- de afirmaciones que se pretenden irrebatibles. Tal vez por eso a veces las reglas de la concordancia se rinden a las de la voluntad, y abundan los casos en que el segundo de los verbos adopta los morfemas del primero; es decir, va en primera persona del singular: «Yo soy de los que pienso...»; «soy de los que creo...». No es preciso indicar que se trata de una imperdonable anomalía, a pesar de su empleo abundante. El verbo de la oración subordinada debe ir en tercera persona del plural porque su sujeto es el apuntado por el determinante «los», no el «yo» del verbo anterior. Al cometer semejante error, el hablante va más allá del quebrantamiento de la norma gramatical. Lo que hace es sobrevalorar su ego, reafirmar la supuesta autoridad de sus palabras y, de paso, de su persona entera. Pero es una tendencia muy extendida y quizá imparable. Con lo sencillo que sería prescindir de giros tan alambicados y sustituir el «soy de los que piensan» por una sola y elemental palabra: «pienso»...

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 4.4.07.

Dejen a las palabras en paz


No lo digo yo. Lo dice Pedro Álvarez de Miranda, que lleva encima mucha sabiduría en estas cosas. Escribe una Carta al director en El País (10.4.2007) sobre cierta ocurrencia que ha tenido muy entretenida a gente que no suele prestar demasiada atención a los diccionarios. Con permiso, copio su escrito:


Al parecer, una denominada Escuela de Escritores ha tomado la pintoresca iniciativa de que los políticos, escritores, periodistas o simples internautas que lo deseen puedan "apadrinar" una palabra que, supuestamente, se halle "en peligro de extinción". Es una solemne memez más, de las muchas que genera la extraña tendencia que los miembros de aquellos "colectivos" padecen a autoinculparse por los presuntos "males" del idioma. El léxico del nuestro, contra lo que dicta el tópico a una legión de contritos opinantes, no se empobrece, sencillamente evoluciona, y aun se hace acumulativamente más denso en quienes lo emplean con conocimiento y tino.


Antaño los políticos se fotografiaban depositando una generosa limosna para los negritos del Domund. Me lo han recordado algunos de sus descarriados comentarios de ahora sobre sus respectivas "ahijadas". Uno dice que bisoñé (galicismo, por cierto, de inaveriguado origen) tiene una "muy española ñ", con patrioterismo gráfico que ya estomaga. A otro le parece que avatares es vocablo que "está cayendo en desuso" (pero eso depende de a quién lea uno, y con quién hable), y que hay que salvarlo por su "sonoridad" (?), siendo así que "suena" como tantísimos otros, vivos o moribundos. A un portavoz que nos tortura a diario con injustificadas sonrisitas resulta que anteojo también le "divierte mucho". El presidente del Gobierno se encariñó con una voz oída en su León natal, andancio, "enfermedad epidémica leve". Quiso lucirse, pero sus asesores le proporcionaron una documentación pobre, y chapuceramente allegada. Creyeron ver en la página web de la Academia Española que ese vocablo entró en el diccionario en 1952, cuando en realidad lo hizo en 1925 (es que en 1952, por lo demás, la Academia no publicó diccionario alguno).


De la misma fuente extrajeron que la palabra iba marcada como propia de Cuba, León y Salamanca, omitiendo el dato, más importante, de que en 1956 la Academia prescindió de cualquier localización geográfica. El presidente eligió "esta palabra en desuso" -en rigor no lo está; pregunten, por ejemplo, a muchos montañeses- "porque es leonesa y aparece en novelas como Volvoreta, de Wenceslao Fernández Flórez [gallego, por más señas], o Retratos de ambigú, de Juan Pedro Aparicio". Son datos que también proceden de los corpus textuales de la propia Academia. Cuyo extinto Diccionario histórico les habría brindado mucho más rica información: andancio se documenta por vez primera en un repertorio cubano de 1849, y después aparece registrada en numerosas partes de España (León, Salamanca, Extremadura, Cantabria, Ávila, Palencia, Burgos, Toledo, Canarias...), lo que justificaría que la Academia renunciara a aquella inicial localización. Ese mismo diccionario -que si estuviera completo sería tan de inexcusable consulta como lo es el de Oxford para cualquier anglohablante de regular cultura- ofrece textos de Luis Maldonado, Concha Espina, Unamuno o Delibes.


La orfandad y el desvalimiento son nuestros, no de las palabras. Que las dejen en paz.




10 de abril de 2007

Fe en las palabras

«Claudio Magris pone en boca del protagonista de su última novela, A Ciegas, que "sin palabras y sin fe en las palabras no se puede vivir; perder esa fe quiere decir ceder, abandonarlo todo". Cambiar el sentido de las palabras equivale a una gran catástrofe que puede conducir a horribles tragedias. Lo comprobamos en el siglo pasado cuando la democracia, la libertad y la justicia fueron conceptos que deformaron la realidad». Lo escribía hace poco Lluís Foix en La Vanguardia. Pueden leer el texto completo aquí.

8 de abril de 2007

"Hit semántico"

Un acierto del cineasta Nacho Vigalondo, que llama hits semánticos a esas palabras puestas de moda en un momento dado que adquieren diversos significados a gusto del consumidor. Y, como los hits musicales, un día desaparecen y nunca más se vuelve a saber de ellos.
En esta bitácora ya hemos recogido alguna, pero la lista es larga. Quedan invitados a ampliarla.

Hostelería bajo sospecha


(Gracias a Patxi)

5 de abril de 2007

Inundaciones


El efecto devastador de las recientes lluvias también alcanza a los titulares, de una sintaxis tan desbordada como la de éste.

2 de abril de 2007

*CORTOPLACISTA


Uno admitiría sin rechistar el neologismo cortoplacista -quien piensa sólo en las consecuencias inmediatas de las cosas, es decir, a corto plazo- si se le otorgara la misma validez a su antónimo largoplacista. Pero no es así: cortoplacista gana a largoplacista por 48 100 a 1 100 y cortoplacismo se impone a largoplacismo por un todavía más aplastante 21 200 a 36. No es justo.

(El titular, en la portada de El Correo, 2.4.07)

DECENTE


En los últimos tiempos parece que en el parqué de las palabras la decencia es un valor al alza. Unos y otros dicen aspirar a «un país decente» donde se oiga la voz de «las personas decentes», en que las acciones de los políticos vengan dictadas por «la decencia» y sea también «la gente decente» quien imponga su voluntad sobre el resto (es decir, los carentes de decencia o «indecentes»). No estaría mal si antes alguien se tomase la molestia de definirnos el término. Pese a su solera, «decente» y «decencia» nunca han tenido un contorno semántico preciso. Es cierto que «decente» está muy próximo al concepto de honradez y al de dignidad: se consideraba decente a la persona incapaz de cometer acciones ilícitas, inmorales o impropias. Pero como lo honrado se asociaba a lo honesto (es decir, el comportamiento sexualmente correcto según la moral imperante en cada caso), perdura aún en «decente» un poso de conservadurismo venéreo y amatorio que crea confusión. «Esta es una casa decente», decían nuestros mayores para ahuyentar el escándalo. Al mismo tiempo, consideraban que «poner decente» la casa (o sea, «adecentarla») era someterla a una cuidadosa operación de limpieza. ¿De qué decencia nos hablan, pues? ¿La del honor, del pudor, de la escoba? Entendemos por «decente» también aquello que está dentro de unos límites razonables y que cumple unas condiciones mínimas de aceptabilidad (un libro decente, un sueldo decente). Así las cosas, resulta harto difícil determinar con precisión qué pueda ser la «gente decente» y qué requisitos deban cumplirse para obtener el carné de tal.




Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 28.3.07.