20 de marzo de 2012

CADÁVER


Es tal vez el miedo a la muerte lo que empuja a decir «cuerpo» en lugar de «cadáver», a modo de eufemismo suavizador de la tragedia cuando se trata de informar del rescate de unos ahogados o del hallazgo de las víctimas de un accidente. No hay en ello ninguna incorrección: el DRAE recoge esa acepción de «cuerpo» en el decimotercer lugar de las suyas. Pero conviene evitarla, puesto que si por «cuerpo» se entiende el 'conjunto de los sistemas orgánicos que constituyen un ser vivo', la idea de un cuerpo muerto tiene algo de desafío a la lógica. Hay quienes explican ese paradójico uso del término como reflejo de las creencias que conciben la vida como unión de alma y cuerpo. Sin embargo es más probable la hipótesis del rechazo. El vocablo «cadáver» resulta crudo, agresivo, inquietante. Incluso la etimología ha creado en torno a él una especie de leyenda macabra que atribuye su origen a la expresión latina «caro data vermibus», es decir: 'carne dada a los gusanos'. Una explicación escatológica que parece obra de algún seguidor de Tomás de Kempis aficionado a los juegos verbales. No hay obra literaria, inscripción fúnebre ni texto histórico alguno que documente la frase ni mucho menos el supuesto acrónimo. En cambio el latín nos ha legado un sinfín de palabras con la base léxica «cad» del verbo «cadere» ('caer'), tantas veces sinónimo de morir: «caído», «decadencia», «caduco», etcétera. «Cadáver» es una de ellas, aunque haya pasado de transmitir la dulzura de los eufemismos a provocar el escalofrío de los tabúes. ¿Hay alguna forma de ahuyentarla sin caer en las confusiones que puede provocar «cuerpo»? Una sola: decir «cuerpo sin vida» y tocar madera, por si acaso.

19 de marzo de 2012

Concordancias




Van en aumento los defectos relacionados con las concordancias de género y número. Algunos deben mirarse con indulgencia, pues derivan de la excepcionalidad de las normas. Se comprende, por ejemplo, que el estudiante —no tanto el profesor— diga «este aula» por analogía con «el aula», o que por efecto de una parecida atribución errónea del masculino se construyan sintagmas como «otro arma», «poca aceite» o «mucho hambre». Es también lógica la vacilación de número en verbos con sujetos colectivos («un grupo de personas asaltó/asaltaron el cuartel»; «multitud de seguidores llenó/llenaron el estadio»), en los que a veces la lógica ad sensum se impone sobre la pauta gramatical. Sin embargo no valen los atenuantes para otros usos cada vez más extendidos donde las concordancias saltan por los aires sin motivo que lo justifique. Ni hay razón para colocar en singular verbos cuyo sujeto es inequívocamente plural («siete de cada diez niños tienen teléfono móvil», no «tiene») ni, a la inversa, es admisible en plural en verbos con sujeto en singular («el 42 % de los encuestados apoya la nueva ley», no «apoyan»). Tampoco van en singular verbos como «creer», «opinar» o «pensar» en construcciones del tipo «soy de los que piensan que» (no «piensa»), «es de los que creen que» (no «cree»), y no se admite el plural en oraciones impersonales, es decir, sin sujeto, como «ha habido muchas víctimas» (no «han habido»). En cambio sí ha de aplicarse el plural al adjetivo que acompaña a dos o más sustantivos («Archivo y biblioteca municipales», no «municipal»). Y, por supuesto, no existen «inclusives» ni es posible dar órdenes del tipo «siéntesen» en nombre de concordancias imaginarias. 

18 de marzo de 2012

*COMPUNGIMIENTO



Dado que el artículo trata del debilitamiento de la izquierda, empecemos por un debilitamiento del título. ¿Qué estado del alma es ese *compugimiento que pierde la n de compungir? Para ser rigurosos, ni siquiera el *compungimiento existe. El término correcto es compunción: algo parecido a la lástima, o sea, lo que uno siente al encontrarse con gazapos de esta clase.  

15 de marzo de 2012

*ELIJE



Hacia el derecho a escribir con faltas de ortografía. 


9 de marzo de 2012

«No queda otra»


Hacía falta una frase que en tiempos de crisis expresara plena y cabalmente la actitud de quienes se resignan a la adversidad y siguen adelante con buen ánimo o al menos sin hacer aspavientos frente a los hechos consumados. Teníamos algunas, es cierto. Pero eran frases para salir del paso, fórmulas más bien fatigadas y con aire de derrota del tipo «qué le vamos a hacer» o «ya no hay vuelta de hoja», o meras interjecciones cercanas al suspiro lánguido como «en fin» o «vaya por Dios». Hay otra resignación valiente y tenaz que, aun admitiendo que las cosas no son como uno quisiera, opta por la resiliencia y la pelea hasta el final porque «no queda otra». Es la nueva consigna de los caracteres indómitos que porfían en salir adelante aun en las peores circunstancias, el grito de batalla para seguir aguantando a pie firme sin demasiada esperanza pero con convencimiento, o por lo menos con decoro y de manera honorable. La frase «no queda otra» se oye a todas horas. La dicen el gobernante local sometido a las presiones que vienen de Bonn y de París —«no queda otra que ajustar el déficit»— y el míster del equipo condenado al descenso de categoría —«no queda otra que seguir sumando puntos», el que estrena cartilla del paro —«no queda otra que ponerse a entregar currículos»— y el estudiante con un saco de suspensos —«no queda otra que repetir curso»—. El determinativo  «otra» debería acompañar a un sustantivo (opción, alternativa, salida), pero al mostrarse huérfano se diría que apunta no tanto a la realidad exterior como al ánimo, la actitud, la disposición interior de quien lo dice. Quién sabe. El caso es que la moda contagiosa del «no queda otra» ha triunfado, y no queda otra que aceptarlo. 

5 de marzo de 2012

ULTRANACIONALISMO


«Izquierda abertzale»: una denominación discutible mantenida por la inercia o la pereza por el solo hecho de que los interesados se la aplican a sí mismos. ¿No sería preferible hablar de ultranacionalismo, o nacionalismo extremista, o nacionalismo radical, etiquetas más cercanas a la naturaleza real del producto?