12 de diciembre de 2012

Proyecto de finde




Debe de ser cierto que también la educación universitaria se está devaluando. Ahora los proyectos de fin de carrera se han reducido a proyectos de fin de semana.


Diario de Navarra, 12.12.2012

31 de julio de 2012

Dietas de alejamiento



Alguno habrá que con gusto abonaría a Montoro unas dietas de alejamiento, y el inconsciente periodístico parece haberse hecho eco de ese deseo alterando una vocal. 


(Diario de Noticias, 31.07.2012)

23 de julio de 2012

MARIACHIS Y TUNOS




Como todos conocen, «mariachi» es el grupo que interpreta cierto tipo de música del mismo nombre y, por extensión, de casi toda la música popular mejicana asociada con guitarras, trompetas y sombreros de ala más bien excesiva. Los etimólogos suelen atribuir el origen de la palabra al término francés «mariage» (matrimonio), basándose en una asociación elemental: esa era la música y esos los grupos que amenizaban las bodas y otras celebraciones. Pero no está tan claro. Hay razones históricas que permiten ponerlo en duda, si se tiene en cuenta que no fue hasta 1864 cuando, con el imperio pasajero de Maximiliano de Habsburgo, la cultura francesa impuso en México sus modos y maneras. Puesto que el término en cuestión aparece en documentos anteriores a esa fecha, no parece descabelladas otras hipótesis que relacionan «mariachi» con la lengua náhuatl, donde ya habría sido sinónimo de ‘gusto’, ‘canto’ o ‘alegría’. Aunque la interpretación más plausible se remonta a la colonización española. Era práctica común que los religiosos pusieran letras cristianas a viejas composiciones y cánticos lugareños. En muchas de ellas se invocaba la figura de la virgen María, de donde salió «María ce son» o «María ce» (‘la canción de María’), pronunciada por los indígenas como «mariache» o «mariachi». Ello no fue óbice para que en 1852 un cura de Jalisco dejara escrita su preocupación por «cuantos crímenes y excesos se cometen en estas diversiones, que generalmente por estos puntos se llaman mariachis». ¿Qué sería de una ranchera sin tequila?

En cuanto a las «tunas» estudiantiles, todo hace suponer que fue el nombre irónico que se atribuyeron estos grupos musicales a semejanza de las cuadrillas de malhechores guiadas por un «tuno». En la jerga de la delincuencia, el tuno era el jefe de una banda, y por extensión cualquier pícaro, ladronzuelo o «tunante». El nombre de «tuno» fue tomado del francés «roi de Thunes», o 'rey de Túnez', según la costumbre carcelaria de usar motes y apodos majestuosos.

De modo que, salvo por algunas remotas similitudes musicales, el mariachi y la tuna son cosas distintas. Hasta un argentino sabría distinguirlas, incluso si responde a los sones de «Clavelitos» con un batir de palmas inequívocamente aflamencado. (vía Malaprensa)

16 de julio de 2012

El coche de san Fernando


No sabemos a ciencia cierta el origen del dicho por el que se invoca a san Fernando como patrón de caminantes. Hablamos de «ir como en el coche [o el carro, o el caballo] de san Fernando, un rato a pie y otro andando», pero es muy probable que detrás de ello no haya ningún interés por evocar la vida y milagros del santo sino que todo se reduzca a una cuestión de rima. La literatura clásica ofrece algunas pistas al respecto. Sin embargo, todas ellas apuntan a otro santo diferente: san Francisco. En el Tesoro de la lengua castellana, Sebastián de Covarrubias explica cómo los religiosos franciscanos daban largas caminatas y el pueblo, acostumbrado a ver sus idas y venidas, empezó a llamar «el caballo de san Francisco» al báculo en que se apoyaban. De modo que «ir en el caballo [o la mula] de san Francisco» era lo mismo que ir a pie. De quienes se veían obligados a hacer sus trayectos andando por falta de recursos para hacerse con otros medios de transporte se decía burlescamente que eran «discípulos [o devotos] de san Francisco». La asociación de ideas venía favorecida por la fama de austeridad que acompañaba a los franciscanos. Así lo encontramos escrito en obras como la Segunda parte de Lazarillo de Tormes de Juan de Luna (1620) o El donado hablador (1624) de Jerónimo de Alcalá. A lo largo de los siglos hay continuas alusiones irónicas del mismo tipo a la «mula de los frailes», al «coche de los pobres» o al simple hecho de ir «como san Francisco, un rato a pie y otro paseándonos». Curiosamente hoy el humor popular ha retomado la tradición de tropos religiosos y llama «corazonistas» a los paseantes, en particular a los que caminan por prescripción facultativa. Pero esa es otra cuestión.


Caminantes a Santiago. Escultura de Vicente Galbete en el Alto del Perdón (Navarra)

12 de julio de 2012

DECHADO


¿Quién no ha leído alguna vez alabanza de alguien que se presenta como un «dechado» de talento, de belleza o de honradez? Aunque sea un sustantivo en retirada, todavía conserva cierto aire de nobleza léxica a tono con la idea de ejemplaridad que transmite. De ahí que en su uso más común vaya acompañado del complemento «de virtudes», una forma tópica de destacar la excelencia de personas consideradas superiores en el orden moral. Se suele creer erróneamente que el «dechado» remite a la abundancia (tal vez por el recuerdo fonético de verbos como «echar» o «derrochar»): un «dechado de virtudes» sería así el que reúne cualidades en grado sumo y en mucha cantidad, algo parecido a un compendio o un resumen. Sin embargo «dechado» tiene un sentido más cualitativo. Proviene del sustantivo latino «dictatus», procedente a su vez del verbo «dictare». El «dictatus» era el «dictado», el texto que los maestros dictaban a los alumnos para que memorizaran frases sabias o retuvieran las lecciones de alguna disciplina, y de paso para hacerles aprender la ortografía. Con ese fin el maestro escogía escritos dignos de imitación: de ahí que «dictatus» pasara a equivaler a «ejemplar» o «modélico». Durante varios siglos el castellano empleó la voz evolucionada «dechado» con este sentido, incluso sin necesidad de complementos. Bastaba decir de alguien que era un «dechado» para situarlo un pedestal. A veces el elogio venía reforzado en formas como «dechado y modelo», «dechado y prodigio» o «dechado y ejemplo», registradas desde la Edad Media. Hoy el término admite también modelos negativos («dechado de defectos», «dechado de vicios»). Es el signo de los tiempos. 


  

11 de julio de 2012

PALABRAS MAYORES

«Eso son palabras mayores», decimos para indicar que la conversación ha entrado en terreno delicado, o que el asunto del que se trata es serio, formidable o fuera de lo común. Aunque al decirlo atribuyamos la magnitud a las palabras, lo que verdaderamente queremos poner de relieve son las realidades a las que estas designan. Pero no siempre ha sido así. Antiguamente solo se llamaba «palabras mayores» a las que contenían insultos, agravios o injurias graves contra alguien. Las cinco palabras mayores que obligaban por ley a la rectificación eran, según recoge Sebastián de Horozco en el Libro de los proverbios glosados (1580), «gafo» (gafo es lo mismo que leproso, y de ahí «gafe», por asociación de prejuicios), «sodomítico», «cornudo», «ladrón» y «hereje». Eso, para los hombres. En cuanto a la mujer, todo quedaba concentrado en una sola palabra mayor: «puta». La literatura del Siglo de Oro ofrece testimonios abundantes de los efectos que causaban estas «palabras mayores» al presentarse en las discusiones. Es lo que se llamaba, y aún se llama, «pasar a mayores». De hecho, había una especie de gradación en el encono que empezaba en el simple intercambio de palabras, seguía por las «palabras mayores» y podía acabar en el «más que palabras» («llegando a las manos y diciéndose palabras mayores, y tan grandes, que alcanzaron a los maridos; y sacando unos con otros las espadas, comenzó una batalla de comedia», relata Vélez de Guevara en El diablo cojuelo, de 1641). Desvanecido hoy el sentido injurioso del sintagma, las «palabras mayores» avisan de que se acabaron las bromas, de que toca tomarse las cosas en serio, de que hay que andarse con pies de plomo. 




10 de julio de 2012

POLACO


Una noticia sobre polacos y personas. 

25 de abril de 2012

23 de abril

Nunca me fiaría de un ministro de Educación y Cultura que pone comas entre el sujeto y el predicado. 

11 de abril de 2012

Regularización



El eufemismo de la semana: la amnistía fiscal convertida en «proceso de regularización de activos ocultos» (© Montoro). 

20 de marzo de 2012

CADÁVER


Es tal vez el miedo a la muerte lo que empuja a decir «cuerpo» en lugar de «cadáver», a modo de eufemismo suavizador de la tragedia cuando se trata de informar del rescate de unos ahogados o del hallazgo de las víctimas de un accidente. No hay en ello ninguna incorrección: el DRAE recoge esa acepción de «cuerpo» en el decimotercer lugar de las suyas. Pero conviene evitarla, puesto que si por «cuerpo» se entiende el 'conjunto de los sistemas orgánicos que constituyen un ser vivo', la idea de un cuerpo muerto tiene algo de desafío a la lógica. Hay quienes explican ese paradójico uso del término como reflejo de las creencias que conciben la vida como unión de alma y cuerpo. Sin embargo es más probable la hipótesis del rechazo. El vocablo «cadáver» resulta crudo, agresivo, inquietante. Incluso la etimología ha creado en torno a él una especie de leyenda macabra que atribuye su origen a la expresión latina «caro data vermibus», es decir: 'carne dada a los gusanos'. Una explicación escatológica que parece obra de algún seguidor de Tomás de Kempis aficionado a los juegos verbales. No hay obra literaria, inscripción fúnebre ni texto histórico alguno que documente la frase ni mucho menos el supuesto acrónimo. En cambio el latín nos ha legado un sinfín de palabras con la base léxica «cad» del verbo «cadere» ('caer'), tantas veces sinónimo de morir: «caído», «decadencia», «caduco», etcétera. «Cadáver» es una de ellas, aunque haya pasado de transmitir la dulzura de los eufemismos a provocar el escalofrío de los tabúes. ¿Hay alguna forma de ahuyentarla sin caer en las confusiones que puede provocar «cuerpo»? Una sola: decir «cuerpo sin vida» y tocar madera, por si acaso.

19 de marzo de 2012

Concordancias




Van en aumento los defectos relacionados con las concordancias de género y número. Algunos deben mirarse con indulgencia, pues derivan de la excepcionalidad de las normas. Se comprende, por ejemplo, que el estudiante —no tanto el profesor— diga «este aula» por analogía con «el aula», o que por efecto de una parecida atribución errónea del masculino se construyan sintagmas como «otro arma», «poca aceite» o «mucho hambre». Es también lógica la vacilación de número en verbos con sujetos colectivos («un grupo de personas asaltó/asaltaron el cuartel»; «multitud de seguidores llenó/llenaron el estadio»), en los que a veces la lógica ad sensum se impone sobre la pauta gramatical. Sin embargo no valen los atenuantes para otros usos cada vez más extendidos donde las concordancias saltan por los aires sin motivo que lo justifique. Ni hay razón para colocar en singular verbos cuyo sujeto es inequívocamente plural («siete de cada diez niños tienen teléfono móvil», no «tiene») ni, a la inversa, es admisible en plural en verbos con sujeto en singular («el 42 % de los encuestados apoya la nueva ley», no «apoyan»). Tampoco van en singular verbos como «creer», «opinar» o «pensar» en construcciones del tipo «soy de los que piensan que» (no «piensa»), «es de los que creen que» (no «cree»), y no se admite el plural en oraciones impersonales, es decir, sin sujeto, como «ha habido muchas víctimas» (no «han habido»). En cambio sí ha de aplicarse el plural al adjetivo que acompaña a dos o más sustantivos («Archivo y biblioteca municipales», no «municipal»). Y, por supuesto, no existen «inclusives» ni es posible dar órdenes del tipo «siéntesen» en nombre de concordancias imaginarias. 

18 de marzo de 2012

*COMPUNGIMIENTO



Dado que el artículo trata del debilitamiento de la izquierda, empecemos por un debilitamiento del título. ¿Qué estado del alma es ese *compugimiento que pierde la n de compungir? Para ser rigurosos, ni siquiera el *compungimiento existe. El término correcto es compunción: algo parecido a la lástima, o sea, lo que uno siente al encontrarse con gazapos de esta clase.  

15 de marzo de 2012

*ELIJE



Hacia el derecho a escribir con faltas de ortografía. 


9 de marzo de 2012

«No queda otra»


Hacía falta una frase que en tiempos de crisis expresara plena y cabalmente la actitud de quienes se resignan a la adversidad y siguen adelante con buen ánimo o al menos sin hacer aspavientos frente a los hechos consumados. Teníamos algunas, es cierto. Pero eran frases para salir del paso, fórmulas más bien fatigadas y con aire de derrota del tipo «qué le vamos a hacer» o «ya no hay vuelta de hoja», o meras interjecciones cercanas al suspiro lánguido como «en fin» o «vaya por Dios». Hay otra resignación valiente y tenaz que, aun admitiendo que las cosas no son como uno quisiera, opta por la resiliencia y la pelea hasta el final porque «no queda otra». Es la nueva consigna de los caracteres indómitos que porfían en salir adelante aun en las peores circunstancias, el grito de batalla para seguir aguantando a pie firme sin demasiada esperanza pero con convencimiento, o por lo menos con decoro y de manera honorable. La frase «no queda otra» se oye a todas horas. La dicen el gobernante local sometido a las presiones que vienen de Bonn y de París —«no queda otra que ajustar el déficit»— y el míster del equipo condenado al descenso de categoría —«no queda otra que seguir sumando puntos», el que estrena cartilla del paro —«no queda otra que ponerse a entregar currículos»— y el estudiante con un saco de suspensos —«no queda otra que repetir curso»—. El determinativo  «otra» debería acompañar a un sustantivo (opción, alternativa, salida), pero al mostrarse huérfano se diría que apunta no tanto a la realidad exterior como al ánimo, la actitud, la disposición interior de quien lo dice. Quién sabe. El caso es que la moda contagiosa del «no queda otra» ha triunfado, y no queda otra que aceptarlo. 

5 de marzo de 2012

ULTRANACIONALISMO


«Izquierda abertzale»: una denominación discutible mantenida por la inercia o la pereza por el solo hecho de que los interesados se la aplican a sí mismos. ¿No sería preferible hablar de ultranacionalismo, o nacionalismo extremista, o nacionalismo radical, etiquetas más cercanas a la naturaleza real del producto? 

27 de febrero de 2012

NOMOFOBIA

Solo hay un vicio que supera en estupidez a la manía incontrolada de crear palabras nuevas : la manía de inventar enfermedades nuevas

26 de febrero de 2012

Adjetivos a pares


Se ve que la reforma laboral está llamada a coleccionar adjetivos. Primero la anunciaron «completa, equilibrada y útil» (Fátima Báñez, ministra de Empleo); luego fue «amplia y profunda» (Mariano Rajoy); más tarde, aunque dicho por lo bajinis, «extremadamente agresiva» (Luis de Guindos, ministro de Economía); y, finalmente, «justa y necesaria» (Rajoy otra vez). De todas las clases de palabras, el adjetivo es la que ofrece más cauce a lo subjetivo, la más valorativa, la más apta para modalizar el discurso y cargarlo de expresividad, generalmente a cambio de sembrar la confusión entre los oyentes. Decía Pla que en toda su vida no había hecho otra cosa que andar detrás de los adjetivos hasta encontrar el exacto para cada nombre. El político va en la dirección contraria: lo que busca en el adjetivo no es la exactitud, sino la vaguedad. Y si es preciso, por partida doble. Llama la atención la tendencia del lenguaje político a emparejar adjetivos en fórmula fijas del estilo «puro y duro» (ya no hay nada «puro» que no parezca obligado a ser también «duro», como si lo uno tuviera que llevar a lo otro), o «claro y contundente» (¿acabaremos diciendo que el agua o la luz son «claras y contundentes»?). Ahora le ha tocado a la reforma, que al decir de Rajoy es «justa y necesaria»: otra pareja de hecho en la neolengua de los tópicos. A nadie se le escapa la raigambre litúrgica de la expresión, que no apunta tanto a la exactitud planiana como a la idea de firmeza, de convicción y de seguridad. Tal vez hubiera bastado con calificar la reforma de «necesaria», un adjetivo que se acerca a la verdad. Pero, ¿cómo no añadirle ese dudoso «justa», que parece ir en el lote y de paso la legitima y le otorga dignidad?   

23 de febrero de 2012

20 de febrero de 2012

Reduplicatio





Y lo mejor de todo es que no se trata de una errata. El cargo existe. 

18 de febrero de 2012

Iconos, íconos, ídolos


Una nueva categoría en el desconcertante universo de la fama: el «icono». Parece ser que la alcanzan las personalidades destacadas en un área de actividad («Antoni Tàpies, icono del arte abstracto», reza un titular de prensa), aclamadas por un público numeroso («Murió Whitney Houston, un icono de la música pop», se puede leer en otro) o representativas de una corriente, estilo, tendencia o valor («Montaigne, icono de la libertad», según otro). Pero no es ese el significado de «icono» (o «ícono», en pronunciación esdrújula también admitida por la RAE). De referirse en origen a las figuras religiosas del arte bizantino,  el término «icono» pasó a designar otras imágenes y signos, y en particular aquellos que la Semiología clasifica agrupados bajo un rasgo común: la semejanza con el referente. Así, los «iconos» se oponen a los «símbolos» puesto que, mientras los primeros se parecen a la cosa representada (como ocurre en las señales de tráfico donde aparece la silueta de un caminante para advertir de un paso de peatones, o en las figuras del ordenador donde el dibujo de una pluma remite a una aplicación de tratamiento de textos), en los segundos esa relación es arbitraria. Así pues, con este nuevo uso de «icono» asistimos a la anomalía semántica de que una palabra invada el terreno de otra con significado opuesto. Un cantante famoso, un escritor clásico o un pintor de primer orden pueden ser «símbolos», o, si se prefiere, «emblemas», «figuras», «divisas» o «ejemplos» de aquello con lo que se les relaciona. Pero de ningún modo «iconos», por muy admirados que sean. Y si de veneraciones hablamos, para eso está mejor «ídolo», de fonética tan cercana: 'persona o cosa amada o admirada con exaltación'. 

15 de febrero de 2012

La sintaxis lastimada





Cuando las consecuencias del desaguisado llegan hasta la sintaxis, es que la cosa tiene poco arreglo. 

11 de febrero de 2012

Ser muy de


Conversan dos jóvenes sobre cine, y uno dice: «Soy muy de Almodóvar, pero 'La piel que habito' me ha aburrido». Quiere decir que le gustan las películas del escritor manchego, pero parece como si a través del giro «ser muy de» convirtiera su preferencia en señal de identidad más allá de un simple gusto o de una afición. No deja de ser curioso el éxito de esta fórmula coloquial de tan corto tiempo de vida, que hoy encontramos a todas horas para sustituir a verbos de costumbre («no soy muy de levantarme pronto», «soy mucho de ir en autobús», en vez de «suelo», «estoy habituado», «frecuento» o «acostumbro») y de preferencia («soy mucho de ropas oscuras», «no soy muy de verduras», en vez de «me gustan», «me inclino por», «prefiero») o sustituyendo a construcciones atributivas con adjetivo del tipo «ser devoto (o partidario) de», «ser aficionado a» o «ser dado a». El giro, que recurre indistintamente a los adverbios «mucho» y «muy» aunque a veces puede presentarse sin ninguno de los dos, prefiere la primera persona del verbo sobre la segunda y la tercera y se emplea más en el modo negativo que en el afirmativo. Da la impresión de que el hablante, a la vez que se describe manifestando sus inclinaciones o sus fobias, trata de atenuar eufemísticamente esa toma de postura mediante el recurso a la litotes: el viejo procedimiento de negar una cosa para afirmar la contraria. El agnóstico dice «no soy mucho de rezos» y el abstemio «no soy muy de beber». El mal estudiante reconoce que no es mucho de hincar los codos. Y el ecologista, que no es muy de conducir coches. Si bien se mira, son hermosas declaraciones de tolerancia.  

8 de febrero de 2012

Concurso de traslados


Entre las ofensas al orden lingüístico a las que nos tiene acostumbrados el lenguaje de la política se encuentra el uso del verbo «trasladar» con el sentido de «transmitir». Es cierto que en ocasiones pueden actuar como sinónimos y que nada impide decir de alguien que «ha trasladado» a otro el mensaje recibido de un tercero («los sindicatos trasladaron a la patronal la decisión de la asamblea»); pero al hablar de las comunicaciones directas y normales entre un emisor y un receptor es preferible «transmitir». Por alguna extraña razón «trasladar» se ha convertido en una de esas palabras magnéticas que afloran a cada paso en boca de nuestros representantes, y que la prensa difunde con un entusiasmo digno de mejor causa. Estos días hemos podido leer enunciados del tipo «la Diputación traslada a los ayuntamientos que no puede aplazar su deuda» o «el alcalde trasladó al vecindario que no podrán realizarse las obras». En ambos casos el complemento directo ya no está ocupado por un nombre sino por una oración, lo cual aconseja recurrir a cualquier otro de los muchos verbos de comunicación que tanto abundan en nuestro léxico: decir, informar, expresar, declarar, anunciar, advertir, indicar, opinar, manifestar, etcétera. 








Sin embargo la fuerza de las modas es arrolladora, y «trasladar» se está imponiendo incluso en casos donde desaparece la mención del destinatario mediante el correspondiente complemento indirecto: «el comité de empresa ha trasladado que los paros continuarán indefinidamente», «Criado ha trasladado que este lunes es un día triste para los vilalbeses». Tanto traslado acaba mareando; con lo sencillo que sería limitarse a «decir» las cosas.






7 de febrero de 2012

LUDÓPATA



Por fin alguien que ha entendido el caso. Se trataba de un ludópata del dinero. Acabáramos. 

31 de enero de 2012

EXPRESOS


A partir de la Ortografía de 2010, la norma sobre la escritura de prefijos establece con carácter general que estos «deben escribirse siempre soldados gráficamente a la base a la que afectan». Así pues, lo correcto es escribir «antiniebla» y no «anti-niebla», «pronuclear» y no «pro nuclear» y «superamable» y no «súper amable». En ese sentido corrige las ambiguas y algo imprecisas orientaciones anteriores, que en unos casos proponían la unión del prefijo y el lexema, mientras que en otros recomendaban el uso del guion ­(«guion» ahora sin tilde, recuérdese) o la separación con espacio intermedio. No obstante, sigue habiendo excepciones. Cuando la base es un nombre propio (que, por tanto, lleva mayúscula inicial), entre esta y el prefijo ha de colocarse el guion: «anti-Barça»; lo mismo ocurre si la base es un número escrito en cifras: «sub-23». Si la base no es univerbal sino que está formada por dos palabras independientes, detrás del prefijo se abre un espacio separador («vice primer ministro» y no «viceprimer ministro»). El prefijo «ex» no escapa a esta regulación, pese a que algunos pretenden aplicarle un régimen ortográfico singular, justificado tal vez por el hecho de que la vieja norma imponía su escritura separada («ex presidente», «ex compañero», «ex jugador»). De modo que la persona que ha salido de la cárcel ya no es un «ex-preso» ni un «ex preso», sino un «expreso». No atina esta vez la Fundéu al tratar de dar bula al término y recomendar el uso del guion («ex-preso») para evitar la homonimia con el tren «expreso» y tal vez el café «expreso». En castellano hay homónimos y homógrafos a miles, y el hablante se ha acostumbrado a manejarlos sin el menor problema. 



23 de enero de 2012

*OMEOPATÍA



A fin de cuentas, la homeopatía consiste en disolver y disolver elementos hasta la mínima expresión, así que no es raro que en el proceso haya perdido alguna letra. Lo que asusta en el rótulo de la parafarmacia uno no es tanto la falta ortográfica del principio como los puntos suspensivos del final, que anuncian quién sabe qué productos y tratamientos no especificados. 


Vía 

*PEGADERO



Había oído alguna vez el sustantivo «pegadero» con el valor de ‘lodazal’ o ‘cenagal’, que aunque no figura en el diccionario se emplea al parecer en algunos países de América. Pero nunca había encontrado el término usado como adjetivo. ¿Qué puede ser un mito pegadero? ¿Un mito con mucha pegada, tal vez? Cuando el lenguaje de los deportes se lanza a la fantasía retórica puede dar resultados fantásticos.



Polisemia

La polisemia de las palabras confiere una mayor eficiencia comunicativa al lenguaje, en vez de convertirlo en más imperfecto, según defiende una investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)  (leer más). 

22 de enero de 2012

Densidad


En la jerga informática lo  llaman «densidad de palabras». Es un indicador que viene expresado en porcentajes y  mide la presencia de una determinada palabra dentro de un texto electrónico.  Si en un escrito de 500 palabras un mismo término se repite 10 veces, su densidad es del 2 %.  Si lo hace 25, alcanza una densidad del 5. ¿Qué utilidad tiene conocerlo? En la babel de hoy en día, para lograr que un mensaje llegue a sus destinatarios no basta con que esté bien elaborado y ofrezca una buena información; necesita además colocarse a la vista para no ser engullido por la barahúnda ambiental. Es lo que se conoce como «posicionamiento».  Una página web está mejor posicionada cuando los buscadores la destacan en lugar preferente, cosa que se logra incrementando la densidad de palabras clave en el contenido de la página, aparte de otros factores. La consecuencia es que los autores de textos destinados a su difusión por Internet no aspiran tanto a redactarlos bien como a situarlos allá donde alcancen mayor presencia (o, dicho en los términos al uso, mayor visibilidad, popularidad, optimización). Lejos quedan aquellos preceptos según los cuales había que evitar las repeticiones léxicas porque afeaban el texto. Ya no hay que recurrir a los sinónimos o los hiperónimos para evitar la reiteración cansina. Al contrario, la virtud está en la machaconería.  El espesor triunfa como norma de estilo. La densidad enriquece, al menos hasta el límite del 5 o el 6 por ciento. A partir de ese punto —dicen quienes saben de esto—la inteligencia de los motores de búsqueda más complejos detecta los intentos de hacerse sitio a empujones y envía la página correspondiente a la cola. Menos mal. 

16 de enero de 2012

Molino da trigo



Es lo que tiene la imaginación cuando se le deja volar sin control. Vayamos por partes. Ayer ganó el equipo de casa, una buena noticia que justifica la incontinencia verbal. El principal agente de la victoria por 2-0 fue el delantero local Molino, autor de ambos goles. «Movió sus aspas», dice la crónica, y dice bien, pues para eso están los molinos aunque no todos: solo los de viento toleran la metáfora. Una figura retórica que, por cierto, adquiere el grado de alegoría desde el momento que lo vemos extenderse a la acción de otro jugador de la plantilla, Rubén Reyes, de quien se nos dice que «interpretó el papel del dios Eolo para moverlas [las aspas]». No cabe duda de que estamos ante un acierto literario de primer orden. Molino, aspas, viento, Eolo. Sin embargo todo tiene un límite del que no conviene salir. Ah, los apellidos tentadores. ¿Cómo dejar pasar la ocasión de referirse a la buena cosecha (de puntos) obtenida en el partido merced a la acción de Molino? Si a los molinos va el trigo, y sabemos además que «dar trigo» es lo mismo que resultar efectivo, que ejecutar acciones provechosas (recuérdese que una cosa es predicar y otra dar trigo, según la sabiduría popular), ricemos el rizo semántico y apostemos fuerte en el titular de la crónica: «Molino da trigo». Un hallazgo que no dudaríamos en calificar de brillante si no fuera por la inoportuna aparición de la lógica, siempre fastidiándolo todo. Y es que ningún agricultor con dos dedos de frente se le ocurriría recurrir a un molino que diera trigo, porque este ingenio no se ideó para eso sino para moler el trigo y como resultado dar harina. Si da trigo, es que algo no funciona. La literatura tendrá que esperar a un nuevo triunfo del Palencia, que visto lo visto no tardará en producirse.   

15 de enero de 2012

PEDIR ESFUERZOS


No ha sido Rajoy el único en emplear el diplomático giro «pedir un esfuerzo» para referirse a las medidas impopulares con que el Gobierno pretende hacer frente a la situación. Estos días la prensa pone las mismas palabras en boca del presidente valenciano Fabra («no queda más remedio que pedir un esfuerzo temporal a los funcionarios») y de su homólogo cántabro Diego («probablemente haya que pedir un esfuerzo a parte de la ciudadanía»), que parecen dispuestos a desmentir aquel axioma según el cual la crisis iba a hacernos más imaginativos. Unos y otros se refieren, claro, a los recortes salariales y las subidas de impuestos, que más que esfuerzos vienen a ser perjuicios directos en el bolsillo de los afectados. Pero el matiz eufemístico no está tanto en el nombre como en el verbo. Mientras en las acciones de «reducir», «recortar» o «incrementar» la responsabilidad recae sobre los agentes, es decir, sobre aquellos que han decidido tomar las correspondientes medidas, al hablar de «pedir» el sujeto gramatical pasa a un discreto segundo plano porque la decisión es puesta en manos del complemento indirecto. El exculpatorio lenguaje de la política recurre habitualmente a la estratagema de dejar la pelota verbal en el tejado del prójimo. Ahora bien, si no ordenan sino que «piden», ¿no debería el ciudadano, en nombre del rigor semántico, reclamar su derecho a acceder o a negarse a aquello que se le pide? El político amable simula «pedir» esfuerzo al ciudadano, de acuerdo. En tal caso, y por mera coherencia lingüística más que política, debería abrir un cauce para que el ciudadano ejerza el soberano derecho que consagra el refrán: «contra el vicio de pedir, la virtud de no dar».  


12 de enero de 2012

INCUNABLE



Un incunable no es cualquier libro antiguo. En rigor solo reciben esa denominación las obras impresas datadas antes del siglo XVI. Aunque por extensión se tienda llamar «incunables» a los libros antiguos en general, incluso los manuscritos, este uso es erróneo y hasta podría decirse que fraudulento si lo aplicamos al comercio de antigüedades. Al margen de su mayor o menor valor, el incunable tiene un límite preciso y, todo sea dicho, arbitrario. Lo fijó el humanista Bernhard von Mallinckrodt (1591-1664) al establecer los periodos de la historia de la imprenta. Consideró el estudioso que el tiempo transcurrido entre el feliz invento de Gutenberg y el 1 de enero de 1501 era la época primitiva a la que llamó «prima typographiae incunabula». Aquí «incunabula» es expresión metafórica tomada del latín, donde venía a designar los pañales usados para las criaturas, así como el lugar de nacimiento de éstas. El límite señalado por Von Mallinckrodt ha venido siendo admitido hasta hoy en bibliografías y catálogos especializados, si bien con algunos matices. No todos los impresores de la primera época añadían portadas o colofones a sus obras, lo cual impide a menudo conocer su fecha de impresión. De ahí que, por más seguridad, se maneje también el límite de 1550 (aproximadamente el primer siglo de la imprenta) para hablar de «incunables», aunque distinguiendo entre los incunables propiamente dichos (antes de 1501) y los «postincunables» (hasta 1550).  


8 de enero de 2012

En torno al entorno

En rigor, el «entorno» de una cosa excluye a la cosa. Al hablar del entorno de una ciudad nos referimos a su extrarradio, a la periferia, a los aledaños, pero nunca a sus barrios céntricos. El entorno de una persona son sus amigos y familiares y sus relaciones sociales, pero no la persona misma. Es lo mismo que «ámbito» en la primera de sus acepciones: ‘contorno o perímetro de un espacio o lugar’; la salvedad reside en que por «ámbito» se entiende también el ‘espacio comprendido dentro de límites determinados’, una ampliación semántica que los diccionarios no registran para «entorno». De modo que, así como podemos referirnos al «ámbito familiar» como sinónimo de «familia», en rigor no decimos lo mismo con «el entorno familiar», que vendría a ser la parte menos cercana de la familia y no su sinónimo eufemístico, y mucho menos el «núcleo» familiar. «Entorno» se ha convertido en una palabra de moda propensa a otras incorrecciones más graves que esta. La vemos usurpando el papel de la locución preposicional «en torno» (que se escribe en dos palabras separadas) en expresiones del tipo «el déficit se sitúa en el entorno de los ocho puntos», «la sesión se cerrará en el entorno de las tres» o «percibe un salario en el entorno de los mil euros». Es una construcción afectada que debe evitarse, por errónea y también por innecesaria, pues la lengua dispone de un sinfín de procedimientos para expresar la aproximación, desde locuciones como «en torno a» o «alrededor de» («la sesión se cerrará alrededor de las tres») hasta el indefinido «unos» («percibe un salario de unos mil euros») y fórmulas adverbiales del tipo «aproximadamente», «más o menos», etcétera.




5 de enero de 2012

*INVISIBILIZAR




Pase el abuso del verbo visibilizar, que tan a menudo encontramos usado con el sentido de 'hacer patente', 'mostrar', 'sacar a la luz', apurando la definición más restringida que brinda el diccionario. Pero quizá sea excesivo recurrir a este antónimo inexistente (salvo en la áspera jerga sociológica y en el estomagante neoespañol de la corrección política) para lo que bien podría decirse con verbos como borrar, tapar, ocultar, esconder, disimular, velar y tantos otros. O hacer invisible, por qué no. 

4 de enero de 2012

El huevo y la castaña




¿Tan extraordinario resulta que un señor mayor sea distinguido con un doctorado honoris causa como para llevar la noticia a la primera plana? El título no suele recaer en jovencitos, sino que más bien se reserva a gente de larga trayectoria y muchos años a las espaldas. Uno recuerda más de un caso de eminencias que fallecieron antes de que pudiera culminar el trámite de concesión porque la burocracia universitaria estuvo más lenta que la ley de vida. Pero ahora no ha ocurrido nada de esto. Todo se reduce a que el protagonista del notable hecho leyó su tesis doctoral con ochenta años, y el tribunal le concedió la calificación de sobresaliente cum laude, otro latinajo. Hay mucho mérito en el animoso jubilado, es cierto, y ha hecho bien el periódico dando relieve al caso. Pero adjudicarle en la prensa por error un doctorado honoris causa viene a quitar valor a su proeza, pues mientras que la mención cum laude se consigue a pulso, tras defender ante un tribunal una tesis que bien puede haber costado unos añitos de estudio e investigación, lo otro es un título honorífico sujeto a la discrecionalidad de las universidades. Vamos, que se parecen entre sí lo que un ovum a una castanea.

(Diario de Navarra, 3.1.2012)