En
la jerga informática lo llaman «densidad
de palabras». Es un indicador que viene expresado en porcentajes y mide la presencia de una determinada palabra
dentro de un texto electrónico. Si en un
escrito de 500 palabras un mismo término se repite 10 veces, su densidad es del
2 %. Si lo hace 25, alcanza una densidad
del 5. ¿Qué utilidad tiene conocerlo? En la babel de hoy en día, para lograr
que un mensaje llegue a sus destinatarios no basta con que esté bien elaborado
y ofrezca una buena información; necesita además colocarse a la vista para no
ser engullido por la barahúnda ambiental. Es lo que se conoce como «posicionamiento». Una página web está mejor posicionada cuando
los buscadores la destacan en lugar preferente, cosa que se logra incrementando
la densidad de palabras clave en el contenido de la página, aparte de otros
factores. La consecuencia es que los autores de textos destinados a su difusión
por Internet no aspiran tanto a redactarlos bien como a situarlos allá donde
alcancen mayor presencia (o, dicho en los términos al uso, mayor visibilidad,
popularidad, optimización). Lejos quedan aquellos preceptos según los cuales
había que evitar las repeticiones léxicas porque afeaban el texto. Ya no hay
que recurrir a los sinónimos o los hiperónimos para evitar la reiteración
cansina. Al contrario, la virtud está en la machaconería. El espesor triunfa como norma de estilo. La
densidad enriquece, al menos hasta el límite del 5 o el 6 por ciento. A partir
de ese punto —dicen quienes saben de esto—la inteligencia de los motores de
búsqueda más complejos detecta los intentos de hacerse sitio a empujones y
envía la página correspondiente a la cola. Menos mal.
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