¿Tan extraordinario resulta que un señor mayor sea distinguido con un doctorado honoris causa como para llevar la noticia a la primera plana? El título no suele recaer en jovencitos, sino que más bien se reserva a gente de larga trayectoria y muchos años a las espaldas. Uno recuerda más de un caso de eminencias que fallecieron antes de que pudiera culminar el trámite de concesión porque la burocracia universitaria estuvo más lenta que la ley de vida. Pero ahora no ha ocurrido nada de esto. Todo se reduce a que el protagonista del notable hecho leyó su tesis doctoral con ochenta años, y el tribunal le concedió la calificación de sobresaliente cum laude, otro latinajo. Hay mucho mérito en el animoso jubilado, es cierto, y ha hecho bien el periódico dando relieve al caso. Pero adjudicarle en la prensa por error un doctorado honoris causa viene a quitar valor a su proeza, pues mientras que la mención cum laude se consigue a pulso, tras defender ante un tribunal una tesis que bien puede haber costado unos añitos de estudio e investigación, lo otro es un título honorífico sujeto a la discrecionalidad de las universidades. Vamos, que se parecen entre sí lo que un ovum a una castanea.
(Diario de Navarra, 3.1.2012)
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