No
ha sido Rajoy el único en emplear el diplomático giro «pedir un esfuerzo» para
referirse a las medidas impopulares con que el Gobierno pretende hacer frente a
la situación. Estos días la prensa pone las mismas palabras en boca del
presidente valenciano Fabra («no queda más remedio que pedir un esfuerzo
temporal a los funcionarios») y de su homólogo cántabro Diego («probablemente
haya que pedir un esfuerzo a parte de la ciudadanía»), que parecen dispuestos a
desmentir aquel axioma según el cual la crisis iba a hacernos más imaginativos.
Unos y otros se refieren, claro, a los recortes salariales y las subidas de
impuestos, que más que esfuerzos vienen a ser perjuicios directos en el
bolsillo de los afectados. Pero el matiz eufemístico no está tanto en el nombre
como en el verbo. Mientras en las acciones de «reducir», «recortar» o
«incrementar» la responsabilidad recae sobre los agentes, es decir, sobre
aquellos que han decidido tomar las correspondientes medidas, al hablar de
«pedir» el sujeto gramatical pasa a un discreto segundo plano porque la
decisión es puesta en manos del complemento indirecto. El exculpatorio lenguaje
de la política recurre habitualmente a la estratagema de dejar la pelota verbal
en el tejado del prójimo. Ahora bien, si no ordenan sino que «piden», ¿no
debería el ciudadano, en nombre del rigor semántico, reclamar su derecho a
acceder o a negarse a aquello que se le pide? El político amable simula «pedir»
esfuerzo al ciudadano, de acuerdo. En tal caso, y por mera coherencia
lingüística más que política, debería abrir un cauce para que el ciudadano
ejerza el soberano derecho que consagra el refrán: «contra
el vicio de pedir, la virtud de no dar».
1 comentario:
Buenísima comprobación. La ret´`orica política es una mina. Jeje. Salud(os).
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