30 de noviembre de 2010

INJERENCIA *INTERNA



Si injerir es meter una cosa en otra, se supone que la cosa metida viene del exterior, así que difícilmente una injerencia puede ser interna. Pero el espionaje es un asunto muy complicado donde suele decirse que las apariencias engañan. Quién sabe.



Unas horas después:


Acuerdo de Guadalajara


Es una nota difundida por las academias del español. Se agradece que nos informen de dónde está San Millán de la Cogolla, de que las horas que siguieron al terrible seísmo de Chile fueron tristes, y especialmente de que la nueva Ortografía nació desde la unidad, igual que los niños nacen desde las maternidades y los ríos nacen desde las montañas.

27 de noviembre de 2010

Español degollado


Una escabechina en el idioma para informar de un crimen igual de tremenbundo. Ándale, güey.

23 de noviembre de 2010

Trabalenguas


Es lo que pasa cuando se tiene la costumbre de decir las cosas de forma oscura.

Podría haber dicho:

«ETA tiene que cerrar el ciclo de afirmación de la violencia»

O más sencillo:

«ETA tiene que acabar con la violencia»

Y aún más simple:

«ETA tiene que dejar las armas»
«ETA tiene que desaparecer»

Si quiso decir esto, ¿por qué entonces dijo lo contrario?:

«ETA va a tener que tener claro que urge cerrar el ciclo de negación de la violencia»,

que es lo mismo que:

«ETA tiene que volver a la violencia cuanto antes»,

digo yo.

TRASPASAR


Si hemos de hacer caso al titular, la amenaza carece de importancia. Traspasar las aguas supondría llegar a la misma costa norcoreana, cosa bastante improbable. Que las tropas surcoreanas decidan invadir las aguas o penetrar en ellas, sin embargo, es algo que tal como está el patio podría suceder en cualquier momento. Ah, esos verbos.

22 de noviembre de 2010

El cazador cazado


Una historia chilena de puristas que ven las pajas en el ojo ajeno y no las vigas en el propio. Suele pasar.

20 de noviembre de 2010

Sujeto electoral

La izquierda abertzale siempre ha sido maestra en la fabricación de circunloquios y eufemismos para burlar la realidad y planear por encima de ella como si estuviera exenta de atender a su lógica como el resto de los mortales. Su última invención es ese «sujeto electoral» que englobaría a fuerzas como Aralar, Eusko Alkartasuna y la formación que en su caso represente a la ilegalizada Batasuna o su sucedáneo. Es decir, lo que siempre se ha llamado «agrupación» o «coalición» electoral. La necesidad de evitar el nombre exacto de las cosas parece lógica en el ámbito delictivo: si el atracador conocido como «El Solitario» se declara «expropiador de bancos» y los asesinatos terroristas son «acciones armadas» a los ojos de la hinchada que los alienta, es porque de esa manera el crimen queda dulcificado con el azúcar de las palabras. Ahora bien, cuando los proyectos se comprometen a cumplir con la legalidad no parecen necesarias las máscaras verbales. Tal vez en su nueva travesía la izquierda abertzale no ha querido desprenderse de los hábitos de escapismo lingüístico para mantener así una tradición propia, un sello de marca, una seña de identidad. Su obstinada pelea contra la evidencia ha ido siempre acompañada de una no menos terca discrepancia de la semántica. Si el sujeto es la persona que ejerce la acción, el único «sujeto electoral» posible son los ciudadanos individualmente considerados, no las formaciones que piden su voto y que serían más bien «objeto» de la elección. En otro sentido, el sintagma «objeto electoral» se ha empleado a veces para designar los señuelos humanos o materiales usados para atraer el voto. O para las urnas y las papeletas, objetos de indiscutible presencia en la liturgia de los comicios. No se sabe todavía si la izquierda abertzale conseguirá participar en la próxima consulta; pero, de momento, ya ha emprendido su particular campaña de signos. De signos dislocados, como de costumbre.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo.

16 de noviembre de 2010

LEITMOTIV


En los setenta, que eran años de experimentos narrativos, muchas de las novelas que leíamos los estudiantes de filología con fe de carbonero tenían un leitmotiv (entonces también se escribía leitmotif). La palabra era un término de la musicología traído del alemán –a propósito de Wagner- y llevado a la literatura, donde servía para denominar los elementos recurrentes del relato, en especial los que adquirían un valor simbólico. Hablar del leitmotiv de una novela lucía mucho. Un detalle gafapasta, podríamos decir, aunque entonces se prefería hablar de sabiondos, pedantes o redichos. Sin embargo el término ha triunfado, y hoy no es raro encontrarlo en diversos ámbitos, no siempre usado conforme al rigor etimológico. A ese gran escultor y excelente tipo que es Martín Chirino le oír referirse a los leitmotivs en su obra hace ya un cuarto de siglo. Sabía de lo que hablaba. Por eso desagrada ver que ponen en su boca palabras entrecomilladas que él no ha podido pronunciar. Un hombre culto como él nunca diría *leiv-motiv. Y un redactor, por ignorante del alemán que sea, ha de saber que en español las palabras compuestas nunca llevan un guión para separar los dos cuerpos léxicos que contienen.

15 de noviembre de 2010

Concordancias


Ante casos así, al hablante se le plantean dudas de dónde ha de mirar para dar con la concordancia apropiada. Podría hacerlo en femenino singular, lo más correcto, o en masculino plural, en la variante 'ad sensum' que, sin ser correcta gramaticalmente hablando, encuentra justificación en el complemento nominal. Pero aquí alguien ha optado por un término medio, tan salomónico como absurdo: el atributo concuerda con el núcleo del sujeto en número y con el complemento en género. Una solución imaginativa.

7 de noviembre de 2010

EVITAR



«Los Red Bull evitan el título en Brasil», informan desde la pista. Es que el trofeo de la Fórmula I tiene que suponer una pesada carga, un saco de inconvenientes y molestias, un peligro extraordinario. Solo de pensar en los autógrafos y en el acoso de las seguidoras, es que a uno se le ponen los pelos de punta. Que lo gane Alonso, que para eso es asturiano.

(elmundo.es, 7.11.10)


Y ya que hablamos de evitar: lo que se habría podido evitar es este otro galimatías, una apoteosis de sinrazón gramatical a tono con la confusión causada por los acontecimientos de los que informa la noticia:





Un perfecto insulto


En la vigésima segunda edición del DRAE, el apelativo «mierda» en su acepción coloquial se define como «persona sin cualidades ni méritos». Es un insulto, por supuesto. Pero leída la definición en su literalidad parece que no constituye un agravio de bulto, y que podría emplearse para designar a personas comunes y corrientes con la intención de rebajarlas pero no de denigrarlas, de devaluarlas sin llegar al vejamen o la ofensa. Es lo que han sostenido algunos abogados hermeneutas ante el piropo que el novelista Pérez-Reverte dedicó al ex ministro Moratinos a raíz de su emotiva despedida en el Congreso: «Se fue –escribió- como un perfecto mierda». Leyendo sus argumentos se diría que existe un empleo poco menos que cariñoso de «mierda» que nada tiene que ver con lo escatológico ni lo injurioso, un uso según el cual el vocablo se limita a rebajar el relieve de la persona otorgándole la consideración de don nadie, de mindundi, de cero a la izquierda. No importa que el escritor hubiera redondeado su juicio con un adjetivo («perfecto») que no deja lugar a dudas. «Perfecto» es aquel o aquello que posee una virtud o un defecto en grado sumo. Sin embargo el diccionario no se queda ahí. Si el lector atento revisa la voz mierda» en la versión digital del DRAE, observará que aparece corregida mediante una enmienda con valor normativo. Donde antes se indicaba «persona sin cualidades ni méritos» se ofrece ahora una explicación más precisa, escueta y ajustada al uso común de la palabra: «persona despreciable», se nos dice. Así figurará en la vigésima tercera edición del Diccionario y así debemos considerarla al margen de cualquier impresión subjetiva. Los responsables de ese acertado cambio en la redacción del artículo son los señores académicos, entre los cuales se encuentra por méritos propios el mismo Pérez-Reverte. De donde se deduce que sabía exactamente lo que decía. Bueno es él dando mandobles.

(Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 6.11.10)

4 de noviembre de 2010

FALLECER


¿Pueden fallecer los pulpos? ¿O solamente «mueren», como todos los animales y el resto de seres vivos? Si bien el DRAE registra «fallecer» como sinónimo de «morir», María Moliner especifica que «fallecer» sólo es «morir una persona». Y lo mismo dice la mayoría de diccionarios solventes, fieles a la etimología del término. El verbo latino «fallere» ('fallar, faltar') dio origen a distintos vocablos, entre los cuales se encuentra el derivado «fallescer» o «fallecer». Éste empezó a usarse en la Edad Media con el mismo significado que «faller», hasta que en el siglo XVI adoptó el sentido de 'morir'. Era un eufemismo de los muchos que la cultura ha ido creando en torno a la muerte, el tabú por excelencia. Los hablantes huimos de la palabra «morir» e inventamos otras formas de referirnos al hecho definitivo en la absurda pero comprensible creencia de que ahuyentando la palabra conjuramos junto con ella el mal que representa. Y lo hacemos de muy diversas formas, desde las burlescas («estirar la pata»», «doblar la servilleta», «dejar de fumar») hasta las bravuconas («diñarla», «palmar») o las más melindrosas («expirar», «finar», «fallecer»). Pero «fallecer» da a entender que el ser muerto no sólo abandona la vida, sino que deja un hueco, que «falta», que es «echado en falta» por los otros. Es decir, encierra unas innegables connotaciones de humanización que no posee el verbo «morir», más genérico, más frío y también más directo. Las personas mueren y fallecen, los animales se limitan a morir sin más. Si el famoso y laureado pulpo Paul «ha fallecido», tal y como anunció en sus noticiarios la radio pública, es porque la fortuna le condujo en vida al mundo de los humanos y le concedió atributos que un cefalópodo nunca habría podido soñar. Nadie aclaró si le rendirían honores fúnebres, pero es probable que así fuera, y que alguien lo haya recordado en una sentida necrológica. Descanse en paz el dichoso animalito.

2 de noviembre de 2010

*PREVEER


La noticia cuenta que «en 2010 se preveyó 15 millones para esta prestación». Ni el verbo *preveer existe, ni en este caso guarda la debida concordancia con el sujeto (que es el plural «15 millones»), ni se presenta en la forma verbal del perfecto compuesto (han previsto) como sería lo apropiado. Todos incurrimos en errores, pero cometerlos por partida triple en una sola palabra es operación de mucho y difícil mérito.

(Diario de Noticias de Navarra, 2 .11.10)

Ultracorrección


Hemos aprendido a no decir «*Madriz» sino «Madrid», aunque la –d final se nos siga resistiendo y su fonema quede en un quiero y no puedo, a medias entre el dental sonoro y el absoluto silencio. Pero en ese empeño de disciplina ortofónica hay quienes se pasan de frenada y aplican la norma a palabras a las que no les corresponde. Y se oye entonces el eco redicho y grotesco de la ultracorrección: «*mordad». Con lo sencillo que es decir y escribir «mordaz».

(La Voz de Cádiz, 2.11.10)