27 de diciembre de 2011

Mural de parvulario



Habló Griñán, y él también se adhirió a la nueva moda de dar a los discursos la forma de mural de guardería, de collage escolar, de lista de palabras mágicas desparramadas como eslabones sueltos de una inexistente cadena verbal, como si el secreto del lenguaje consistiera en recitar letanías y no en articular enunciados con sentido.  

26 de diciembre de 2011

Belén



Repárese en que una de las acepciones de belén es «negocio o lance que puede ocasionar contratiempos o disturbios». Así que la indicación «Belén de Navidad» en el suelo de un centro comercial puede que no sea una redundancia sino un tranquilizador aviso para clientes.  

FAVORITISMO

Al conceder a otro un favor o gracia se le está favoreciendo. Pero eso no significa siempre que reciba trato de favorito. En torno a los derivados de «favor» se agrupan ciertas confusiones semánticas que dan lugar a más de un malentendido. El mayor de todos ellos, que en los últimos tiempos se produce con terca persistencia, es el que otorga a «favoritismo» el falso significado de ‘calidad de favorito en una disputa o una competencia’. Son equivocadas las expresiones del tipo «las apuestas ya reflejaban el favoritismo de Vettel en el mundial de Fórmula I» o «el favoritismo de Rajoy se acrecienta según las últimas encuestas». El hecho de que el piloto alemán fuese el principal candidato a obtener el cetro de los conductores —es decir, el «favorito»— no justifica que se le pueda atribuir ningún tipo de «favoritismo», condición que tampoco alcanza al líder popular por más que las previsiones de voto se inclinen de su lado. Ambos son «favoritos», sin duda, pero no en la acepción de ‘objeto de la preferencia o predilección de alguien’, sino como destacados en una pugna donde se encuentran en posición favorable al triunfo. El favoritismo se manifiesta no en estos casos, sino solo cuando una persona recibe un trato de favor, y con un matiz añadido: ese trato preferente es recibido de manera injusta, den perjuicio de otro u otros. Es correcto, pues, decir que un profesor actúa con favoritismo hacia un determinado alumno cuando se muestra con él más indulgente que con el resto. Pero ni Vettel ni Rajoy gozan de ventaja alguna que no hayan conquistado en buena lid. Son favoritos, es cierto, pero no por ello disfrutan de favoritismo, salvo en todo caso el de sus seguidores más leales o sus votantes incondicionales. 



(marca.com, 9.12.11)

25 de diciembre de 2011

Palabras de rey




Ha dicho.

Hacer la cama













(hoy.es, 16.11.11)


Usada en sentido figurado, la locución «hacer la cama» acompañada de un complemento indirecto de persona viene a indicar que alguien ha puesto una trampa a otro para perjudicarle. Los jugadores de un equipo de fútbol le hacen la cama al míster hasta lograr su destitución, y el envidioso le hace la cama al colega o al compañero cuyo puesto aspira a ocupar sembrando rumores calumniosos acerca de él. No es una expresión moderna, ni tampoco tiene un origen coloquial como se cree. Ya se encuentra en el ‘Tesoro’ de Covarrubias (1611), quien le da el significado de ‘disponer y facilitar un negocio’. Se entiende que al «hacer la cama» estamos allanando el camino para llegar a una meta, estamos poniendo los medios para alcanzar más fácilmente el resultado pretendido. Pero de este significado inicialmente favorable se pasará pronto al más negativo, por efecto de la ironía. Y así el Diccionario de Autoridades del XVIII recoge un uso del ámbito judicial, según el cual «cuando se quiere proceder contra algún reo para corregirle o castigarle, se dice: Ya se le está haciendo la cama, o se le tiene hecha la cama». En el sentido que se le da hoy a la locución, no solamente expresa la disposición de medios con los que causar un daño, sino que agrega la idea de ocultación y secreto. Para «hacer la cama» es preciso actuar sigilosamente, a escondidas o a traición, procurando que el afectado no se percate de las celadas que le tienden hasta que finalmente cae víctima del engaño. Por eso es frecuente oírlo en primera persona («me están haciendo la cama») en boca de quienes creen estar siendo objeto de complots, conspiraciones y tramas ocultas. 

24 de diciembre de 2011

11 de diciembre de 2011

Buffet libre


Al mediodía, los abogados del bufete toman un descanso y bajan al bufé para almorzar. Pero no a la inversa, aunque estemos acostumbrados a ver escrito erróneamente «bufet» como sinónimo de ‘oficina’ o ‘gabinete’ y a veces algún restaurante anuncie los dudosos servicios de su «bufete». La confusión está originada por el origen común de ambos vocablos, préstamos del francés «buffet». En la lengua gala el término, de origen incierto, designaba desde la Edad Media a un mueble que bien pudo ser un simple taburete o, más adelante, un pequeño armario sin puertas donde se depositaba la vajilla, las botellas u otros útiles. Había un «buffet» o aparador para servir la mesa, y otro para escribir y tener a mano los libros de consulta. A partir de ahí la metonimia hizo su trabajo y adjudicó a la palabra que denominaba los muebles el significado de las actividades a las que servía o del recinto donde éstas se llevaban a cabo. Pero el español las adoptó de manera diferente en cada caso. Llamó «bufé» o «bufet» —las dos formas son correctas, aunque se recomienda la primera—a la comida que se ofrece en la mesa de una sola vez y que los comensales eligen a su gusto para consumirla preferentemente de pie, y también al establecimiento que brinda este servicio (que en los rótulos suele anunciarse con la f duplicada). En cambio la castellanizó en la forma «bufete» para el uso de ‘despacho (de abogados)’ (el francés prefiere en este caso «cabinet»). Aclárese, además, que solo hay bufetes en la abogacía: no son correctos los nombres «bufete de traductores» o «bufete de marketing» que se anuncian en algunas guías. 

9 de diciembre de 2011

Marcar los tiempos


Hasta hace poco la construcción «los tiempos», con el nombre en plural acompañado del artículo, era una forma enfática de referirse a un tiempo pasado o presente de duración indeterminada, a un impreciso periodo de la historia. Al decir «desde la noche de los tiempos» evocábamos lo más remoto de la antigüedad, y «los tiempos que corren» era una vaga forma de situar la época que nos ha tocado vivir. En estos usos, como otros similares («en los tiempos de Maricastaña», «no están los tiempos para alegrías»), la fórmula presentaba la particularidad gramatical de su fijeza: casi nunca admitía el empleo en singular. Es lo que el clásico hubiera considerado un caso de «pluralia tantum», similar a «las entendederas», «lo aledaños» o «los dimes y diretes». Pero he aquí que últimamente la construcción adopta un nuevo significado merced a la jerga política y otras neolenguas. ¿Qué nos dicen al hablar de «administrar los tiempos de la campaña»? ¿A qué cualidad se refieren cuando elogian a alguien que sabe «medir los tiempos» o «manejarlos»? ¿En qué consiste la muy musical acción de «marcar los tiempos» aplicada a la negociación de un acuerdo, a la ejecución de un proyecto, a la marcha de una iniciativa parlamentaria? Estos y más empleos conoce el sintagma «los tiempos», que se diría dotado de un raro magnetismo más estético que comunicativo que lo convierte en fórmula de moda para adorno de esnobs. Los nuevos «tiempos» están invadiendo el terreno de palabras más comunes y comprensibles como «ritmo», «plazos», «compás», «fases», «ciclos», «etapas», cada una de ellas con su contorno semántico definido. Otro factor de confusión para añadir a la que ya padece nuestro maltrecho y vapuleado idioma.


7 de diciembre de 2011

HACINAR


«Las cárceles vascas siguen hacinadas»: de donde se deduce que son muchas y están muy juntas. No: el hacinamiento es cosa de los presos, tan dados a compartir espacios buscando el calor humano de manera desordenada. Las cárceles lo que están es llenas, saturadas, colmadas, atestadas, repletas, atiborradas, abarrotadas y, si se quiere, henchidas. Y no es nada comparado con lo que sucederá en poco tiempo, según las fuentes bien informadas. 

(Diario Vasco, 7.12.11) 

1 de noviembre de 2011

Guerra a los artículos

Todo invita a pensar en un complot en toda regla contra los artículos, en una conspiración encaminada a borrar de la faz de la tierra cualquier vestigio de una categoría gramatical hasta hace poco considerada pieza fundamental en la construcción de la frase. Desde los periodistas que recogen información «de Moncloa» hasta los camareros que piden los platos «en cocina» o los empleados que trabajan «en Diputación», pasando por el oficinista que lleva su informe «a dirección» o el tertuliano televisivo que perora «en plató», se diría que todos nos hemos puesto de acuerdo para enviar a los artículos a mejor vida. Algo debe de influir en la propagación de este vicio exterminador la errónea creencia de que el artículo vulgariza, como ocurre con los nombres propios de persona, y de que en cambio su ausencia concede al nombre cierto porte y tronío. Al parecer algunos creen más digno trabajar «en ventanilla» que «en la ventanilla», y unos papeleos pasados «por secretaría» sugieren trámites de mayor enjundia que los efectuados «en la secretaría». Por si eso no bastara, otra mala costumbre empieza a triunfar en los medios audiovisuales: la de emplear el demostrativo «ese, -a» allá donde la frase exige el artículo «el» o «la»: «estaremos en esa conferencia que se va a celebrar mañana», «habrá que leer ese libro premiado con el Planeta», «sin noticias de esos niños desaparecidos en Córdoba». La preferencia por el demostrativo en perjuicio del artículo no es ajena al sesgo tremendista que van adquiriendo nuestros medios, en cuya peculiar gramática se diría que un nombre con demostrativo resulta más sonoro que acompañado de un discreto y sencillo artículo. De un artículo en vías de extinción, si nadie pone remedio. 

30 de octubre de 2011

COTONOU



Un jugador de baloncesto congoleño que juega en la liga de Estados Unidos es nacionalizado español para que pueda competir con la selección en el campeonato de Europa y más tarde es reconocido como comunitario europeo gracias a haber nacido en un lugar de África. Cosa más natural no hay. ¿Qué necesidad habrá de irse hasta Benín a tomar prestado el término cotonou cuando el castellano dispone de cachondeo para decir lo mismo?


(El País, 30.10.11)

MERENGUE



El origen remoto de «merengue» se encuentra en la voz latina «meridies» (mediodía), que dio lugar a «merenda» (comida que se hace por la tarde), de donde proviene la castellana «merienda». El merengue habría sido, pues, un dulce que se comía en la merienda y a partir de ahí habría precisado su contorno semántico hasta especializarse en el sentido actual: «dulce hecho al horno con claras de huevo batidas». Hay otro conocido«merengue» musical de raíces caribeñas, cultivado especialmente en la República Dominicana. Algunos relacionan este merengue folclórico con el merengue confitero, tal vez por la estética dulzona y almibarada de algunas composiciones y bailes de la zona, como las que subrayaba Celia Cruz con el grito de guerra de «¡Azúcar!». Pero el merengue, que es ruidoso, agitado y eléctrico, no solo está muy lejos de las blandas baladas cantadas a la luz de la luna, sino que además tiene otro étimo. Viene de «musserengue» y de «mouringue», nombres de bailes africanos llegados de las costas de Guinea que fueron extendiéndose más tarde por Venezuela, Colombia y las Antillas hasta adoptar su forma definitiva en Santo Domingo. Más recientemente ha surgido un tercer «merengue» que la RAE reconoce como epíteto para designar a los jugadores y seguidores del Real Madrid de fútbol. Evidentemente se trata de un desplazamiento por analogía, basado en la similitud de color entre el dulce llamado merengue (blanco, aunque admite variantes cromáticas de todo tipo) y la indumentaria del equipo madrileño. Ni que decir tiene que ahí acaban las semejanzas, aunque el apellido de su poco dulce entrenador Mourinho invite a buscar otras afinidades fonéticas.

27 de octubre de 2011

Malas pasadas

«El pasado puede pasar una mala jugada a Gallagher», dice el periodista que informa sobre las elecciones irlandesas, sin darse cuenta de que son los duendes del lenguaje quienes le han jugado a él la mala pasada. 

(Oído en Radio5, 27 de octubre)

14 de octubre de 2011

Con la que está cayendo


Hay frases que definen una época, y la de esta que nos ha tocado vivir es «con la que está cayendo». La habrán reconocido. Seguro que se les ha escapado alguna vez ese diagnóstico borroso de los tiempos, una cosa a medio camino entre el lamento y la sorpresa, entre la queja y el asombro. Es una frase incompleta, ya se habrán dado cuenta. Al artículo «la» le falta un nombre de compañía porque en realidad nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que se nos ha venido encima, si una lluvia intensa, una borrasca o un huracán de padre y muy señor mío. Pero en todo caso la elipsis apunta a una plaga bíblica de dimensiones bastante espectaculares, más allá del malestar pasajero. Al principio era una frase cautelar que advertía de la conveniencia de no cometer excesos ni embarcarse en aventuras arriesgadas mientras durase el ciclo de las vacas flacas. Algo así como que no estaba el horno para bollos, otra frase a la medida de la situación. Sin embargo, conforme las cosas han ido complicándose, la prudencia ha dado paso a la indignación y cada vez que «con la que está cayendo» aparece en el discurso es para anunciar un nuevo escándalo. Caen chuzos de punta y conforme la granizada arrecia más numerosa es la gente a la que pilla a la intemperie. Y la frase entonces anuncia la llegada de una comparación dolorosa y con ella de un agravio comparativo intolerable. En un lado de la balanza están las pérdidas de empleo, los recortes sociales, las ayudas denegadas y las negras perspectivas de futuro. En el otro, los despilfarros, las obras faraónicas, los sueldos y las dietas y las pensiones desorbitadas de gobernantes y directivos de cajas de ahorros. Indignarse no es coger una rabieta a la primera adversidad que se presente. Es percibir que en más de un caso alguien se permite saltar una barrera moral y también estética que antes no parecía tan importante. Por eso el «con la que está cayendo» precede a denuncias variopintas que tan pronto apuntan a la inauguración de un polideportivo fastuoso como al viaje a Japón de un expresidente regional o  a la conversación sobre fútbol de Rajoy y Rubalcaba en la tribuna del desfile del 12 de octubre. A la luz del «con la que está cayendo» todo es hiriente, imperdonable, insultantemente obsceno, y hay en la pronunciación de la frase un intento desesperado de pedir, si no remedio, sí al menos cierta consideración con el desfavorecido que se agarra a ese argumento como última defensa. Ya que no parece haber remedio inmediato, al menos que se conserven las formas, que se observe algo de mesura en los signos externos, que las conductas no se salgan de quicio y que aquellos que no sufren en sus carnes los rigores de la crisis guarden ese silencio respetuoso que se guarda en los pasillos de los hospitales y al paso de los entierros. Con la que está cayendo, pedir eso no es pedir demasiado.

La tilde congelada


Hay que ahorrar, es la consigna. Hasta las tildes si es preciso. 


(elcorreo.com, 14.10.11)

10 de octubre de 2011

PÍRRICA


Una «victoria pírrica» es la que se obtiene a costa de un exagerado número de bajas propias. Es lo que le ocurrió a Pirro, rey del Epiro, cuando se enfrentó a los romanos en la defensa de Tarento allá por el siglo III a. C. Sus tropas salieron triunfantes, pero diezmadas, y a la postre de poco serviría su esfuerzo porque no logró detener el avance del ejército romano hacia la Italia meridional. Supuestamente el episodio ilustra aquellas situaciones en que alguien obtiene un éxito a un alto precio o con un coste superior a las ganancias obtenidas. Sin embargo, la fascinación por las palabras de sonoridad llamativa empieza a adjudicar al adjetivo «pírrico» otros significados. La RAE admite ya su empleo junto a nombres que indiquen triunfo, logro o finalización de un proyecto, cuando ese éxito se alcanza con un esfuerzo desproporcionado o por un margen muy pequeño. Así que habría que dar por válidas, en sentido amplio, afirmaciones como «El Milán obtuvo una victoria pírrica de 1-0 sobre el Cesena», tan habituales en las crónicas deportivas. Pero «pírrico» no equivale siempre a «escaso», «pobre» y de poco valor, como se lee y oye a menudo: en «los sindicalistas se quejan de la pírrica indemnización fijada para los despidos», «la pírrica economía de los porteños no soporta la subida de precios de los alimentos», «la cadena de televisión alcanzó una pírrica audiencia del 0,6 %», «pírrica actuación del Athletic ante el Rayo» o «el Madrid se contentó con un pírrico gol de Di María» no se contiene la idea de ganancia desproporcionada en relación con los medios empleados y con las pérdidas sufridas. Es un exceso que el rey Pirro no habría entendido. 

9 de octubre de 2011

FLECOS




Cuando una negociación entre dos partes ha avanzado satisfactoriamente y está a punto de llegar a buen puerto, pero falta por concretar algún detalle, se dice que «quedan los últimos flecos». El fleco puede ser tanto una contrapartida en letra pequeña como un porcentaje en las comisiones, tanto una cláusula menor del contrato como el protocolo de su firma por los interesados, algo que no afecta a la médula del acuerdo pero lo deja en suspenso hasta tanto no queden atados todos los cabos. Eso se conoce precisamente por «fleco»: el cabo suelto, el extremo de hilo que queda colgando después de acabar de tejer la tela, o el que sobresale en un tejido por efecto de su desgaste. Hay dos modos de suprimirlos: o bien cortándolos con tijeras, o bien anudándolos con otros flecos o cabos. A nadie se le ocurriría intentar la imposible acción de «cerrarlos» como se cierra una puerta, un cajón o una boca, ni mucho menos «firmarlos» . Sin embargo es algo que se oye a todas horas. Cuando no «quedan por firmar unos flecos» en el contrato de fichaje de un deportista, «se van a cerrar los flecos» de un pacto político preelectoral o «hay flecos sin cerrar» en la negociación de los presupuestos. En realidad lo que se cierra o queda abierto es el acuerdo o el pacto correspondiente, pero no sus «flecos»: estos se deberían «cortar» para que el acuerdo quedara consumado. El uso de «cerrar» o «firmar» en este caso constituye una anomalía semántica menor debida a la colisión entre un referente y su metáfora. Puesto que los flecos acompañan a los acuerdos, el hablante olvida que «cerrar» o «firmar» solo valen para estos y no para aquellos. Son los riesgos del lenguaje figurado.

2 de octubre de 2011

PRESOS



Las palabras del relato

Con el fin del terrorismo ­­seamos optimistas­ viene otra guerra menos cruenta que se libra con el arma del lenguaje. Para evitar la repetición de la historia es preciso contarla con fidelidad a los hechos y sin desdibujar el perfil de los personajes. Y ahí es donde entran en juego las palabras. El peor error que se puede cometer ahora es permitir que las palabras, en vez de ser notarios del pasado, se conviertan en herramientas para la mixtificación o el embuste. Se lo debemos especialmente a las víctimas. Es comprensible que quienes han estado del lado del crimen manipulen las palabras para dulcificar la derrota o incluso salir lo menos perjudicados posible de ella. Y tal vez haya quienes se presten a seguirles la corriente creyendo que no pasa nada por hablar igual que ellos, como quien echa unos pelillos a la mar de las palabras. Después de tanta sangre, qué más da si bajamos la guardia ante la acometida de unas palabras que al fin y al cabo no son más que eso, simples sonidos, letras puestas una detrás de la otra. Pero el lenguaje no es inocente. Piensen en «presos», por ejemplo. Observen cómo poco a poco ha dejado de ser una denominación ominosa para adquirir cierta dignidad. Llamarlos presos ­–y no condenados, o directamente criminales, o asesinos­, o cómplices– los sitúa en el lugar evangélico de los dolientes. Borra la marca de su delito y dibuja sobre ella la aureola de los mártires o los caídos en combate. Días pasados varios de ellos con la condena ya cumplida escenificaron en Gernika su nuevo papel de héroes firmando un documento de compromiso con la paz. Pero sus rostros no mostraban pesadumbre ni arrepentimiento. Se diría que todo lo contrario, que al acreditarse como expresos ostentaban una especie de ciudadanía de primera clase, con derecho a llevar la batuta en el concierto. A este paso pueden acabar presentándose como las nuevas víctimas, desplazando a los acribillados y a los huérfanos. Si no cuidamos de las palabras, dejaremos que alguien construya con ellas un falso relato del pasado a su medida. 

(Diario de Navarra, 1.10.2011)

25 de septiembre de 2011

HUMOS



En principio parece raro que el humo, símbolo de muerte según nos enseñaron los ascetas barrocos, sirva también para designar las vanidades mundanas. Pero el humo de la cremación nada tienen que ver con el humo al que aluden fórmulas como «tener muchos humos» o «subírsele los humos (a la cabeza)», de origen distinto. Mediante ellas, el idioma remonta los tiempos y nos conduce a épocas en que el humo era signo de distinción. Dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana que tener muchos humos ­—o muchos «fuegos»— era tanto como tener muchas propiedades. Las chimeneas pregonaban la grandeza de la posesión y si además se veía salir humo de ellas era señal de que dentro había calor y comida, confort y abundancia. En las descripciones geográficas antiguas aparecen con frecuencia menciones de aldeas de un número determinado de humos, para indicar su dimensión (de hecho, todavía el Diccionario registra una acepción arcaizante de «humo» como sinónimo de casa u hogar). En la cultura del «tanto tienes, tanto vales», es normal que este humo acabara identificándose con la presunción, el orgullo y la arrogancia. Otra forma de ufanarse de categoría social era colocar en el exterior de las propiedades estatuas de los antepasados, más valiosas cuanto más oscurecidas (con más «humos», según Covarrubias) se las veía por efecto del tiempo. Sea como fuere, es frecuente encontrar en nuestros clásicos expresiones como «tener humos de aristocracia», «darse humos de sabio» o «subírsele los humos de la soberbia». Y, en el otro extremo, «bajar los humos» como forma de aplicar al engreído una cura de humildad, de darle una lección, de corregir su insolencia.    

24 de septiembre de 2011

*HA HACER



Se me ocurre que si quitamos la hache a la preposición y aprovechamos el hueco que nos deja para colocar el signo de interrogación de apertura delante del «no?» del final mataríamos dos pájaros de un mismo tiro ortográfico y no podríamos poner la excusa de que Twiter nos limita el número de caracteres. No es más que una sugerencia, en fin.


Más sobre el autor del tweet, aquí.
Vía @nagorealacontra