Cuando
una negociación entre dos partes ha avanzado satisfactoriamente y está a punto
de llegar a buen puerto, pero falta por concretar algún detalle, se dice que
«quedan los últimos flecos». El fleco puede ser tanto una contrapartida en
letra pequeña como un porcentaje en las comisiones, tanto una cláusula menor
del contrato como el protocolo de su firma por los interesados, algo que no
afecta a la médula del acuerdo pero lo deja en suspenso hasta tanto no queden
atados todos los cabos. Eso se conoce precisamente por «fleco»: el cabo suelto,
el extremo de hilo que queda colgando después de acabar de tejer la tela, o el
que sobresale en un tejido por efecto de su desgaste. Hay dos modos de
suprimirlos: o bien cortándolos con tijeras, o bien anudándolos con otros
flecos o cabos. A nadie se le ocurriría intentar la imposible acción de
«cerrarlos» como se cierra una puerta, un cajón o una boca, ni mucho menos
«firmarlos» . Sin embargo es algo que se oye a todas horas. Cuando no «quedan
por firmar unos flecos» en el contrato de fichaje de un deportista, «se van a
cerrar los flecos» de un pacto político preelectoral o «hay flecos sin cerrar»
en la negociación de los presupuestos. En realidad lo que se cierra o queda
abierto es el acuerdo o el pacto correspondiente, pero no sus «flecos»: estos
se deberían «cortar» para que el acuerdo quedara consumado. El uso de «cerrar» o «firmar» en
este caso constituye una anomalía semántica menor debida a la colisión entre un
referente y su metáfora. Puesto que los flecos acompañan a los acuerdos, el
hablante olvida que «cerrar» o «firmar» solo valen para estos y no para
aquellos. Son los riesgos del lenguaje figurado.
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