30 de julio de 2009

LACRA

Uno de las reacciones más comunes que suceden a la comisión de atentados terroristas es la de decir que «no hay palabras» para calificarlos. Lo dicen, se supone que con todo convencimiento, los mismos que a continuación desgranan toda suerte de palabras de condena. Así que no sólo hay palabras, sino que es necesario emplearlas porque a menudo son la principal arma contra quienes tratan de imponer el silencio. Pero, por desgracia, el lenguaje se zambulle enseguida en la charca de los tópicos. ¿Qué se quiere decir, por ejemplo, al hablar de la «lacra» del terrorismo? La metáfora no está mal aplicada del todo, quede claro, pero a veces da la impresión de que se tira de ella por la vía de la facilidad reiterada, de la palabrería sacudida a bote pronto. ¿Saben realmente sus usuarios lo que el término «lacra» significa? Algo malo, malísimo, es cierto, pero no exactamente sinónimo de cosas como plaga, enfermedad, daño, amenaza, molestia o vergüenza, que es lo que parecen tratar de decir.

En un excelente post, Santiago González examina hoy otro de los tópicos en torno al terrorismo, cual es el uso extensivo e indiscriminado de la propia palabra «terrorismo» como metáfora de todo lo que daña, hiere o mata. «¿Podemos llamar terrorismo a todo crimen que nos resulte especialmente odioso?», se pregunta.

28 de julio de 2009

Hay nivel


Contra lo que pudiera creerse, los cerebros de las redacciones deportivas no reducen su actividad llegado el verano. Prueba de ello son estos originales titulares de portada, donde, en un alarde de creatividad verbal, dos rotativos especializados inventan sendos términos compuestos: Ibramanía, Ibrapasión. La formación de palabras por composición es un procedimiento sutil, complejo, elaborado, sólo al alcance de poetas y economistas. Si lo usan dos periódicos, el mismo día, con el mismo fin y con similares resultados, hay que quitarse el sombrero y celebrar el nivelazo de nuestra prensa futbolera.

*Envestida


Otra cosa sería si el BBVA hubiera tenido que aguantar la embestida. Pero se ve que a las entidades bancarias de prestigio les sueltan toritos dulces, blandos y sin ímpetu que sólo lanzan *envestidas.

27 de julio de 2009

TUNEAR

En su acepción automovilística, el verbo inglés «to tune» significa algo así como ‘poner a punto’ un vehículo. Indudablemente ese es el origen del tan oído «tunear» en castellano: preparar un coche aplicándole cambios diversos a gusto de su propietario. Para muchos amantes del motor el «tuning» o «tunning», más que una operación de mecánica, constituye toda una filosofía de vida, un modo de realización personal, una estética y hasta un culto que profesan con toda veneración. Pero el «tuneo», hasta ahora reservado a coches, motocicletas y artilugios diversos con ruedas, empieza a darse en nuevos ámbitos: se tunean desde ordenadores hasta aparatos electrónicos o elementos de decoración. Y, en otro orden de cosas, cada vez es más frecuente oír hablar de las «ideas tuneadas» de un político que ha cambiado de chaqueta, o de «tunear el programa del partido», o sea, desnaturalizarlo para que se adapte a los intereses del momento. Podría decirse que «tunear» ha pasado a ser un sinónimo de verbos como maquillar, decorar, transformar, remozar o personalizar, siempre en sentido metafórico y con un toque de burla y otro tanto de crítica. Tunear es cambiar la apariencia de algo para hacerlo más atractivo y de esa manera engañar al que mira. Tunear es acomodar la realidad a las exigencias propias, en vez de admitir esa realidad y cumplir sus reglas. Como el hortera que pretende deslumbrar al volante de su coche trucado en el taller, hay avezados practicantes de «tuning» en la vida pública, la cultura, la economía, las bellas artes o la alta cocina: gente ruidosa que nos quiere dar gato por liebre. Tuneantes o, más bien, tunantes.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios', de El Correo, 3.5.09.

24 de julio de 2009

MALGASTO

Cada vez es más frecuente encontrar el término «malgasto» en los ámbitos de la economía, la política y los medios de comunicación. «Hay que reducir el malgasto de la Administración», manifestaba hace poco un presidente autonómico. Una propuesta de mejoras técnicas en agricultura invitaba a «procurar que no haya fugas ni malgasto de agua». La oposición de un consistorio pedía cuentas a un concejal por el «malgasto de dinero en viajes». El significado del nuevo vocablo ofrece pocas dudas desde el punto de vista semántico. El toque está en que no figura en el diccionario de referencia ni en la mayoría de diccionarios usuales. La Academia, que registra «maltratar» y «maltrato», «maldecir» y «maldición», por ejemplo, no reconoce «malgasto» pese a que existe el verbo «malgastar». Hay motivos, pues, para dar por buena la reciente recomendación de la Fundéu según la cual conviene emplear el neologismo. Pero ¿basta con que una palabra sea usada con frecuencia y no vulnere las normas de construcción del idioma para que se le conceda carta de naturaleza? Si así fuese, tendríamos que incorporar al diccionario miles de voces de uso común que aguardan pacientemente el reconocimiento de los árbitros de la norma culta. No es «malgasto», por otro lado, un término tan extendido como pretende la Fundéu. De hecho, aunque haya irrumpido con cierta fuerza tiene aún muy corta edad. Para referirse al gasto desmedido, innecesario o injustificado el castellano ya dispone de otras voces como «despilfarro» o «derroche». ¿Una novedad necesaria o una concesión a la moda?

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 30.5.09.

23 de julio de 2009

ASCUAS

Entre las ‘palabras moribundas’ de las que habla Álex Grijelmo habría que incluir «ascua». Casi nadie la usa. Al menos en su sentido propio, que es el de «pedazo de materia combustible que por efecto del fuego se pone incandescente y sin llama». Es curioso que en cambio sí se conserven acepciones figuradas como la de las locuciones «arrimar el ascua a su sardina» (aprovechar las circunstancias en beneficio propio), «estar en ascuas» (permanecer en estado de inquietud o desasosiego en espera de algo) o, menos empleada, «pasar [como] sobre ascuas» (tratar un tema de manera rápida y sin profundizar en él). Existe también la construcción comparativa «hecho un ascua» que sirve para ponderar el brillo, la luminosidad o la limpieza de algo. Pero, como en tantos otros casos, la pérdida de contacto con el referente originario deja a la palabra en una situación vacilante, sometida a curiosos y cómicos vaivenes. Días atrás, un político entrevistado en la radio exhortaba a los ciudadanos a «arrimar el ascua» para salir de la crisis. Quiso decir, claro, «arrimar el hombro» (ayudar, cooperar, contribuir con el propio esfuerzo), pero casi vino a proponer lo contrario: que cada cual saque el máximo provecho para sí mismo y se olvide de los demás. En un examen de bachillerato donde los estudiantes debían comentar el poema machadiano que arranca con «Las ascuas de un crepúsculo morado...», sólo una pequeña parte acertaba a dar con el sentido cromático de la metáfora. Las ascuas se han quedado en brasas lingüísticas, o en rescoldos de algo que se va apagando lentamente. Es la ley del idioma: unas palabras agonizan y otras nuevas nacen cada día.


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 18 abril 2009

21 de julio de 2009

LEGENDARIO


Calificar de legendario a un periodista se presta al equívoco, como advierte Santiago González en su brillante blog. Puede inducir a pensar que ese periodista tendía a manipular la información para llevarla al mundo de la fábula, de la inventiva, de la «leyenda». Es decir, justamente lo contrario que se exige a la profesión. Pero Walter Cronkite fue un defensor de la fidelidad a los hechos por encima de todo, un leal cronista de la realidad que siempre porfiaba en presentar tal como era. Su invariable fórmula diaria de despedida decía «And that’s the way it is». Así son las cosas. Nada más alejado de la ‘relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos’, según la definición de leyenda servida por el DRAE.

Pero hay otra acepción del término leyenda que lo identifica con la ‘persona o cosa admirada con exaltación’. Lo mismo que un ídolo, que un icono, que un ser modélico. En este sentido, no es exagerado considerar a Cronkite un periodista legendario. El exceso está en la reiteración del adjetivo, o dicho de otro modo: en el vaciado de la palabra convertida en tópico.

17 de julio de 2009

Llegan los becarios


Es una tradición con la que los becarios cumplen estrictamente. Han de dejar alguna señal de su llegada a las redacciones, de su juvenil y desenfadada presencia veraniega, de la rica fomación lingüística adquirida en sus Facultades. He aquí un ejemplo.


(Público, 17 julio 2009)