9 de diciembre de 2011

Marcar los tiempos


Hasta hace poco la construcción «los tiempos», con el nombre en plural acompañado del artículo, era una forma enfática de referirse a un tiempo pasado o presente de duración indeterminada, a un impreciso periodo de la historia. Al decir «desde la noche de los tiempos» evocábamos lo más remoto de la antigüedad, y «los tiempos que corren» era una vaga forma de situar la época que nos ha tocado vivir. En estos usos, como otros similares («en los tiempos de Maricastaña», «no están los tiempos para alegrías»), la fórmula presentaba la particularidad gramatical de su fijeza: casi nunca admitía el empleo en singular. Es lo que el clásico hubiera considerado un caso de «pluralia tantum», similar a «las entendederas», «lo aledaños» o «los dimes y diretes». Pero he aquí que últimamente la construcción adopta un nuevo significado merced a la jerga política y otras neolenguas. ¿Qué nos dicen al hablar de «administrar los tiempos de la campaña»? ¿A qué cualidad se refieren cuando elogian a alguien que sabe «medir los tiempos» o «manejarlos»? ¿En qué consiste la muy musical acción de «marcar los tiempos» aplicada a la negociación de un acuerdo, a la ejecución de un proyecto, a la marcha de una iniciativa parlamentaria? Estos y más empleos conoce el sintagma «los tiempos», que se diría dotado de un raro magnetismo más estético que comunicativo que lo convierte en fórmula de moda para adorno de esnobs. Los nuevos «tiempos» están invadiendo el terreno de palabras más comunes y comprensibles como «ritmo», «plazos», «compás», «fases», «ciclos», «etapas», cada una de ellas con su contorno semántico definido. Otro factor de confusión para añadir a la que ya padece nuestro maltrecho y vapuleado idioma.


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