12 de julio de 2012

DECHADO


¿Quién no ha leído alguna vez alabanza de alguien que se presenta como un «dechado» de talento, de belleza o de honradez? Aunque sea un sustantivo en retirada, todavía conserva cierto aire de nobleza léxica a tono con la idea de ejemplaridad que transmite. De ahí que en su uso más común vaya acompañado del complemento «de virtudes», una forma tópica de destacar la excelencia de personas consideradas superiores en el orden moral. Se suele creer erróneamente que el «dechado» remite a la abundancia (tal vez por el recuerdo fonético de verbos como «echar» o «derrochar»): un «dechado de virtudes» sería así el que reúne cualidades en grado sumo y en mucha cantidad, algo parecido a un compendio o un resumen. Sin embargo «dechado» tiene un sentido más cualitativo. Proviene del sustantivo latino «dictatus», procedente a su vez del verbo «dictare». El «dictatus» era el «dictado», el texto que los maestros dictaban a los alumnos para que memorizaran frases sabias o retuvieran las lecciones de alguna disciplina, y de paso para hacerles aprender la ortografía. Con ese fin el maestro escogía escritos dignos de imitación: de ahí que «dictatus» pasara a equivaler a «ejemplar» o «modélico». Durante varios siglos el castellano empleó la voz evolucionada «dechado» con este sentido, incluso sin necesidad de complementos. Bastaba decir de alguien que era un «dechado» para situarlo un pedestal. A veces el elogio venía reforzado en formas como «dechado y modelo», «dechado y prodigio» o «dechado y ejemplo», registradas desde la Edad Media. Hoy el término admite también modelos negativos («dechado de defectos», «dechado de vicios»). Es el signo de los tiempos. 


  

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