11 de julio de 2012

PALABRAS MAYORES

«Eso son palabras mayores», decimos para indicar que la conversación ha entrado en terreno delicado, o que el asunto del que se trata es serio, formidable o fuera de lo común. Aunque al decirlo atribuyamos la magnitud a las palabras, lo que verdaderamente queremos poner de relieve son las realidades a las que estas designan. Pero no siempre ha sido así. Antiguamente solo se llamaba «palabras mayores» a las que contenían insultos, agravios o injurias graves contra alguien. Las cinco palabras mayores que obligaban por ley a la rectificación eran, según recoge Sebastián de Horozco en el Libro de los proverbios glosados (1580), «gafo» (gafo es lo mismo que leproso, y de ahí «gafe», por asociación de prejuicios), «sodomítico», «cornudo», «ladrón» y «hereje». Eso, para los hombres. En cuanto a la mujer, todo quedaba concentrado en una sola palabra mayor: «puta». La literatura del Siglo de Oro ofrece testimonios abundantes de los efectos que causaban estas «palabras mayores» al presentarse en las discusiones. Es lo que se llamaba, y aún se llama, «pasar a mayores». De hecho, había una especie de gradación en el encono que empezaba en el simple intercambio de palabras, seguía por las «palabras mayores» y podía acabar en el «más que palabras» («llegando a las manos y diciéndose palabras mayores, y tan grandes, que alcanzaron a los maridos; y sacando unos con otros las espadas, comenzó una batalla de comedia», relata Vélez de Guevara en El diablo cojuelo, de 1641). Desvanecido hoy el sentido injurioso del sintagma, las «palabras mayores» avisan de que se acabaron las bromas, de que toca tomarse las cosas en serio, de que hay que andarse con pies de plomo. 




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