Hacía
falta una frase que en tiempos de crisis expresara plena y cabalmente la
actitud de quienes se resignan a la adversidad y siguen adelante con buen ánimo
o al menos sin hacer aspavientos frente a los hechos consumados. Teníamos
algunas, es cierto. Pero eran frases para salir del paso, fórmulas más bien
fatigadas y con aire de derrota del tipo «qué le vamos a hacer» o «ya no hay
vuelta de hoja», o meras interjecciones cercanas al suspiro lánguido como «en
fin» o «vaya por Dios». Hay otra resignación valiente y tenaz que, aun
admitiendo que las cosas no son como uno quisiera, opta por la resiliencia y la
pelea hasta el final porque «no queda otra». Es la nueva consigna de los
caracteres indómitos que porfían en salir adelante aun en las peores
circunstancias, el grito de batalla para seguir aguantando a pie firme sin demasiada
esperanza pero con convencimiento, o por lo menos con decoro y de manera
honorable. La frase «no queda otra» se oye a todas horas. La dicen el gobernante
local sometido a las presiones que vienen de Bonn y de París —«no queda otra
que ajustar el déficit»— y el míster del equipo condenado al descenso de
categoría —«no queda otra que seguir sumando puntos», el que estrena cartilla
del paro —«no queda otra que ponerse a entregar currículos»— y el estudiante con
un saco de suspensos —«no queda otra que repetir curso»—. El determinativo «otra» debería acompañar a un sustantivo
(opción, alternativa, salida), pero al mostrarse huérfano se diría que apunta
no tanto a la realidad exterior como al ánimo, la actitud, la disposición
interior de quien lo dice. Quién sabe. El caso es que la moda contagiosa del
«no queda otra» ha triunfado, y no queda otra que aceptarlo.
1 comentario:
Tanto como aquí se corrige el mal uso del lenguaje, me parece razonable comentarle que desde el año 1991, con la reunificación alemana, las instrucciones no vienen desde Bonn, sino que desde Berlin...
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