9 de marzo de 2012

«No queda otra»


Hacía falta una frase que en tiempos de crisis expresara plena y cabalmente la actitud de quienes se resignan a la adversidad y siguen adelante con buen ánimo o al menos sin hacer aspavientos frente a los hechos consumados. Teníamos algunas, es cierto. Pero eran frases para salir del paso, fórmulas más bien fatigadas y con aire de derrota del tipo «qué le vamos a hacer» o «ya no hay vuelta de hoja», o meras interjecciones cercanas al suspiro lánguido como «en fin» o «vaya por Dios». Hay otra resignación valiente y tenaz que, aun admitiendo que las cosas no son como uno quisiera, opta por la resiliencia y la pelea hasta el final porque «no queda otra». Es la nueva consigna de los caracteres indómitos que porfían en salir adelante aun en las peores circunstancias, el grito de batalla para seguir aguantando a pie firme sin demasiada esperanza pero con convencimiento, o por lo menos con decoro y de manera honorable. La frase «no queda otra» se oye a todas horas. La dicen el gobernante local sometido a las presiones que vienen de Bonn y de París —«no queda otra que ajustar el déficit»— y el míster del equipo condenado al descenso de categoría —«no queda otra que seguir sumando puntos», el que estrena cartilla del paro —«no queda otra que ponerse a entregar currículos»— y el estudiante con un saco de suspensos —«no queda otra que repetir curso»—. El determinativo  «otra» debería acompañar a un sustantivo (opción, alternativa, salida), pero al mostrarse huérfano se diría que apunta no tanto a la realidad exterior como al ánimo, la actitud, la disposición interior de quien lo dice. Quién sabe. El caso es que la moda contagiosa del «no queda otra» ha triunfado, y no queda otra que aceptarlo. 

1 comentario:

Maku dijo...

Tanto como aquí se corrige el mal uso del lenguaje, me parece razonable comentarle que desde el año 1991, con la reunificación alemana, las instrucciones no vienen desde Bonn, sino que desde Berlin...