27 de diciembre de 2010

Cobardía ortográfica


Si algo no tolera la ortografía es la vacilación. Un catálogo de normas ortográficas podrá establecer diferentes clases y categorías de incorrecciones, desde las inaceptables hasta las más leves, pero nunca debe renunciar a la fijación de las formas correctas. Es su cometido. Para eso nació la ortografía como disciplina y con ese propósito han trabajado los gramáticos y filólogos que se han ocupado de ella a lo largo de la historia. Contra lo que pueda suponerse, el hablante no pide flexibilidad ni indulgencia, sino rigor. Reclama de los sabios unas pautas concretas, unas normas precisas a las que atenerse en el uso de la lengua escrita. Que luego las incumpla, es otra cosa. Así que cabe dudar de la oportunidad de los preceptos ortográficos cuando optan por la pusilánime escapatoria de las recomendaciones. De todas las vertientes de la actividad académica, ésta es sin duda la más normativa y la que menos terreno ha de dejar a la ambigüedad. Los significados de las palabras toleran variantes, matices y connotaciones diversas. También la morfología y la sintaxis conocen zonas de sombra donde es delicado marcar la frontera entre lo correcto y lo incorrecto. En cambio la ortografía permite, por su propia naturaleza arbitraria, separar de forma inequívoca el acierto y el error. El mayor reproche que puede hacerse a la Nueva ortografía de las academias no tiene que ver con las tildes en los monosílabos, el nombre de algunas letras o el tratamiento de los dígrafos: ahí ha fijado la norma, como era su obligación. Si defrauda es por el excesivo número de casos en que admite una forma y su contraria. También hay cobardes ortográficos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que más me ha llamado la atención es la supresión del acento en la "o" internumérica. Probablemente los académicos no conocen la anécdota que me contó mi maestro de 5º de EGB para explicarnos la norma. Un comerciante vascongado, pidió a su hombre de negocios en América que le trajera 3 ó 4 monos, de esos pequeñitos que hacían las delicias de la Corte en aquella época. Por olvido, se dejó el acento en esa "o" internumérica y escribió 3 o 4 monos, en lugar de 3 ó 4 monos. Resultado: unos meses después recibió un cargamento con 298 monitos de los que pedía, junto a una carta escrita por su hombre de negocios. Rezaba así: Excelencia, me ha sido imposible conseguirle los 304 monos que me pedía, espero que con los 298 que le envío pueda usted salir de momento del paso.