28 de agosto de 2006

A los cuatro vientos


Para una galería de pintadas. No sé si tiene mucho sentido subir hasta lo alto de un puerto de montaña para proclamar, vía pulverizador, ciertas cualidades de un individuo (cuyo nombre ha tachado piadosamente el fotógrafo). Menos aún si esa declaración queda grabada en una losa horizontal, y no en un muro vertical como acostumbra a hacerse en el medio urbano. Pero cuando las palabras se empeñan en salir, buscan acomodo en los sitios más inesperados. Aunque luego sólo las vayan a leer unos pocos excursionistas. Lo que no se les podrá negar a estos improperios es que han sido lanzados «a los cuatro vientos», pues allá arriba sopla que da gusto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Durante unos segundos he pensado en la imagen como una lápida y, por tanto, en la inscripción como un epitafio. Y al leerlo no he tenido la más leve duda acerca de su verdad, al contrario de lo que sucede con buena parte de las sentencias encontradas en las lápidas de los cementerios. ¿Por qué es más fácil creer a un muerto putero y mujeriego que el marido y padre más bueno del mundo? Propongo un análisis introspectivo sobre el particular. Abstenerse insinceros, como diría Pocholo.
No quiero dejar de expresar mi simpatía por el finado y por el autor o, con toda probabilidad, autora de la frase. A ésta última le agradezco su adhesión a la verdad y al lenguaje certero, aunque ¿los puteros a secas no son mujeriegos?
En fin, ya sé que no es una lápida, pero no he resistido la tentación de colgar esta breve paja mental. Lo siento.
Salud.