Cada vez es más frecuente encontrar el término «malgasto» en los ámbitos de la economía, la política y los medios de comunicación. «Hay que reducir el malgasto de la Administración», manifestaba hace poco un presidente autonómico. Una propuesta de mejoras técnicas en agricultura invitaba a «procurar que no haya fugas ni malgasto de agua». La oposición de un consistorio pedía cuentas a un concejal por el «malgasto de dinero en viajes». El significado del nuevo vocablo ofrece pocas dudas desde el punto de vista semántico. El toque está en que no figura en el diccionario de referencia ni en la mayoría de diccionarios usuales. La Academia, que registra «maltratar» y «maltrato», «maldecir» y «maldición», por ejemplo, no reconoce «malgasto» pese a que existe el verbo «malgastar». Hay motivos, pues, para dar por buena la reciente recomendación de la Fundéu según la cual conviene emplear el neologismo. Pero ¿basta con que una palabra sea usada con frecuencia y no vulnere las normas de construcción del idioma para que se le conceda carta de naturaleza? Si así fuese, tendríamos que incorporar al diccionario miles de voces de uso común que aguardan pacientemente el reconocimiento de los árbitros de la norma culta. No es «malgasto», por otro lado, un término tan extendido como pretende la Fundéu. De hecho, aunque haya irrumpido con cierta fuerza tiene aún muy corta edad. Para referirse al gasto desmedido, innecesario o injustificado el castellano ya dispone de otras voces como «despilfarro» o «derroche». ¿Una novedad necesaria o una concesión a la moda?
Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 30.5.09.
1 comentario:
Yo más bien diría una concesión al "newspeak" de 1984 ("neolengua" en las traducciones castellanas). Creo que el ritmo agotador de creación incesante de palabras está provocando un curioso fenómeno: cada vez palabras más largas, que reunen más morfemas, menos precisos. Al final va a triunfar el mecansismo de construcción de palabras del esperanto, pero en otras lenguas...
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