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15 de noviembre de 2009

PUYAS y PULLAS

Cuando una persona provoca, insulta o zahiere a otra mediante algún dicho agudo, se dice que le ha lanzado una «pulla». Es pulla un término de origen portugués (de «pulha»), registrado en castellano desde antes del siglo XVII. En sus sátiras contra Góngora («Yo te untaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla»), Quevedo acusa al poeta cordobés de ser «docto en pullas, cual mozo de camino». Y es que la pulla de entonces no era cualquier broma. Las pullas tenían por lo general un componente obsceno y grosero propio de gente vulgar. Las decían los muchachos al cruzarse con desconocidos, los gamberros en las fiestas y «los labradores que están cultivando los campos, especialmente en tiempos de siega y vendimia», según el Diccionario de Autoridades. Hoy la pulla puede ser una simple broma, pero ha de tener ánimo provocador y no estar exenta de carga ofensiva. Tal vez por eso muchos dicen y escriben «puya», cada vez con más frecuencia: «en la rueda de prensa, el sindicalista lanzó unas puyas al Gobierno»; «no hay que reaccionar frente a las puyas de los envidiosos». La puya es el arma del picador, esa punta afilada de la garrocha con la que hiere al toro en la suerte de varas. La casi inapreciable diferencia fonética entre una y otra palabra ha propiciado el trasvase semántico y justifica en cierto modo la confusión. Ahora bien, si nos quedamos con el erróneo «puya», convendría recordar que la acción del picador se llama «puyazo», término que admite también un uso figurado muy cercano al significado de «pulla». Así que quedémonos en «lanzar pullas» o «dar puyazos», mejor que «puyas».