La «satio» latina era la sementera, el tiempo de sembrar. Por extensión, el punto de madurez de las cosas, el momento en que algo alcanzaba la perfección o el estado ideal. Del acusativo de satio («sationem») derivó en castellano «sazón», que a su vez dio origen a «sazonar» (dar a los alimentos el sabor adecuado antes de servirlos en la mesa). Y con «sazón» se construye también la locución adverbial «a la sazón», de uso literario y en cierto modo rebuscado, que viene a significar ‘en aquel tiempo’, ‘entonces’, expresando la coincidencia transitoria de dos acciones o situaciones. En la mayoría de casos en que se recurre a la fórmula es para indicar un estado que concierne a una determinada persona en un momento dado, bien sea un cargo o título («Camps, a la sazón ministro del gabinete de Aznar», «Blanco, a la sazón vicepresidente del PSOE»), bien una circunstancia de cualquier orden («la agredida, a la sazón clienta del establecimiento», «el novelista, a la sazón estudiante de bachillerato»). Sin embargo, la locución va quedando en la incierta frontera de los arcaísmos porque ya no resulta familiar a buen número de hablantes. Tal vez esa sea la explicación de algunas anomalías que se cometen en su empleo. La principal de todas ellas es la que la despoja de la referencia temporal para transformarla en un enlace explicativo. Así, por ejemplo, al decir «el juez, a la sazón alguien que debería conocer la legislación vigente» o «doña Rosario, a la sazón su tía», se alude a dos circunstancias permanentes que no dependen de un momento dado. Otra tendencia frecuente consiste en aplicarla a circunstancias presentes y no pretéritas como dispone su significado cabal. Aunque no se trate de un error grueso, parece un cierto contrasentido decir «Messi, hoy a la sazón máximo goleador». Conviene evitarlo, pues en materia de lenguaje también cada cosa tiene su sazón.
Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 10.04.2010.