A
partir de la Ortografía de 2010, la norma sobre la escritura de prefijos
establece con carácter general que estos «deben escribirse siempre soldados
gráficamente a la base a la que afectan». Así pues, lo correcto es escribir
«antiniebla» y no «anti-niebla», «pronuclear» y no «pro nuclear» y
«superamable» y no «súper amable». En ese sentido corrige las ambiguas y algo
imprecisas orientaciones anteriores, que en unos casos proponían la unión del
prefijo y el lexema, mientras que en otros recomendaban el uso del guion («guion»
ahora sin tilde, recuérdese) o la separación con espacio intermedio. No
obstante, sigue habiendo excepciones. Cuando la base es un nombre propio (que,
por tanto, lleva mayúscula inicial), entre esta y el prefijo ha de colocarse el
guion: «anti-Barça»; lo mismo ocurre si la base es un número escrito en cifras:
«sub-23». Si la base no es univerbal sino que está formada por dos palabras
independientes, detrás del prefijo se abre un espacio separador («vice primer
ministro» y no «viceprimer ministro»). El prefijo «ex» no escapa a esta
regulación, pese a que algunos pretenden aplicarle un régimen ortográfico
singular, justificado tal vez por el hecho de que la vieja norma imponía su
escritura separada («ex presidente», «ex compañero», «ex jugador»). De modo que
la persona que ha salido de la cárcel ya no es un «ex-preso» ni un «ex preso»,
sino un «expreso». No atina esta vez la Fundéu al tratar de dar bula al término
y recomendar el uso del guion («ex-preso») para evitar la homonimia con el tren
«expreso» y tal vez el café «expreso». En castellano hay homónimos y homógrafos
a miles, y el hablante se ha acostumbrado a manejarlos sin el menor
problema.
31 de enero de 2012
23 de enero de 2012
*OMEOPATÍA
A fin de cuentas, la homeopatía consiste en disolver y disolver elementos hasta la mínima expresión, así que no es raro que en el proceso haya perdido alguna letra. Lo que asusta en el rótulo de la parafarmacia uno no es tanto la falta ortográfica del principio como los puntos suspensivos del final, que anuncian quién sabe qué productos y tratamientos no especificados.
Vía
*PEGADERO
Había
oído alguna vez el sustantivo «pegadero» con el valor de ‘lodazal’ o ‘cenagal’,
que aunque no figura en el diccionario se emplea al parecer en algunos países de
América. Pero nunca había encontrado el término usado como adjetivo. ¿Qué puede
ser un mito pegadero? ¿Un mito con mucha pegada, tal vez? Cuando el lenguaje de
los deportes se lanza a la fantasía retórica puede dar resultados fantásticos.
22 de enero de 2012
Densidad
En
la jerga informática lo llaman «densidad
de palabras». Es un indicador que viene expresado en porcentajes y mide la presencia de una determinada palabra
dentro de un texto electrónico. Si en un
escrito de 500 palabras un mismo término se repite 10 veces, su densidad es del
2 %. Si lo hace 25, alcanza una densidad
del 5. ¿Qué utilidad tiene conocerlo? En la babel de hoy en día, para lograr
que un mensaje llegue a sus destinatarios no basta con que esté bien elaborado
y ofrezca una buena información; necesita además colocarse a la vista para no
ser engullido por la barahúnda ambiental. Es lo que se conoce como «posicionamiento». Una página web está mejor posicionada cuando
los buscadores la destacan en lugar preferente, cosa que se logra incrementando
la densidad de palabras clave en el contenido de la página, aparte de otros
factores. La consecuencia es que los autores de textos destinados a su difusión
por Internet no aspiran tanto a redactarlos bien como a situarlos allá donde
alcancen mayor presencia (o, dicho en los términos al uso, mayor visibilidad,
popularidad, optimización). Lejos quedan aquellos preceptos según los cuales
había que evitar las repeticiones léxicas porque afeaban el texto. Ya no hay
que recurrir a los sinónimos o los hiperónimos para evitar la reiteración
cansina. Al contrario, la virtud está en la machaconería. El espesor triunfa como norma de estilo. La
densidad enriquece, al menos hasta el límite del 5 o el 6 por ciento. A partir
de ese punto —dicen quienes saben de esto—la inteligencia de los motores de
búsqueda más complejos detecta los intentos de hacerse sitio a empujones y
envía la página correspondiente a la cola. Menos mal.
16 de enero de 2012
Molino da trigo
Es lo que
tiene la imaginación cuando se le deja volar sin control. Vayamos por partes.
Ayer ganó el equipo de casa, una buena noticia que justifica la incontinencia
verbal. El principal agente de la victoria por 2-0 fue el delantero local
Molino, autor de ambos goles. «Movió sus aspas», dice la crónica, y dice bien,
pues para eso están los molinos aunque no todos: solo los de viento toleran la
metáfora. Una figura retórica que, por cierto, adquiere el grado de alegoría desde
el momento que lo vemos extenderse a la acción de otro jugador de la plantilla,
Rubén Reyes, de quien se nos dice que «interpretó el papel del dios Eolo para
moverlas [las aspas]». No cabe duda de que estamos ante un acierto literario de
primer orden. Molino, aspas, viento, Eolo. Sin embargo todo tiene un límite del
que no conviene salir. Ah, los apellidos tentadores. ¿Cómo dejar pasar la
ocasión de referirse a la buena cosecha (de puntos) obtenida en el partido
merced a la acción de Molino? Si a los molinos va el trigo, y sabemos además
que «dar trigo» es lo mismo que resultar efectivo, que ejecutar acciones
provechosas (recuérdese que una cosa es predicar y otra dar trigo, según la
sabiduría popular), ricemos el rizo semántico y apostemos fuerte en el titular
de la crónica: «Molino da trigo». Un hallazgo que no dudaríamos en calificar de
brillante si no fuera por la inoportuna aparición de la lógica, siempre fastidiándolo todo. Y es que ningún
agricultor con dos dedos de frente se le ocurriría recurrir a un molino que diera
trigo, porque este ingenio no se ideó para eso sino para moler el trigo y como resultado dar harina. Si da
trigo, es que algo no funciona. La literatura tendrá que esperar a un nuevo
triunfo del Palencia, que visto lo visto no tardará en producirse.
15 de enero de 2012
PEDIR ESFUERZOS
No
ha sido Rajoy el único en emplear el diplomático giro «pedir un esfuerzo» para
referirse a las medidas impopulares con que el Gobierno pretende hacer frente a
la situación. Estos días la prensa pone las mismas palabras en boca del
presidente valenciano Fabra («no queda más remedio que pedir un esfuerzo
temporal a los funcionarios») y de su homólogo cántabro Diego («probablemente
haya que pedir un esfuerzo a parte de la ciudadanía»), que parecen dispuestos a
desmentir aquel axioma según el cual la crisis iba a hacernos más imaginativos.
Unos y otros se refieren, claro, a los recortes salariales y las subidas de
impuestos, que más que esfuerzos vienen a ser perjuicios directos en el
bolsillo de los afectados. Pero el matiz eufemístico no está tanto en el nombre
como en el verbo. Mientras en las acciones de «reducir», «recortar» o
«incrementar» la responsabilidad recae sobre los agentes, es decir, sobre
aquellos que han decidido tomar las correspondientes medidas, al hablar de
«pedir» el sujeto gramatical pasa a un discreto segundo plano porque la
decisión es puesta en manos del complemento indirecto. El exculpatorio lenguaje
de la política recurre habitualmente a la estratagema de dejar la pelota verbal
en el tejado del prójimo. Ahora bien, si no ordenan sino que «piden», ¿no
debería el ciudadano, en nombre del rigor semántico, reclamar su derecho a
acceder o a negarse a aquello que se le pide? El político amable simula «pedir»
esfuerzo al ciudadano, de acuerdo. En tal caso, y por mera coherencia
lingüística más que política, debería abrir un cauce para que el ciudadano
ejerza el soberano derecho que consagra el refrán: «contra
el vicio de pedir, la virtud de no dar».
12 de enero de 2012
INCUNABLE
Un incunable no es cualquier libro antiguo. En rigor solo reciben
esa denominación las obras impresas datadas antes del siglo XVI. Aunque por
extensión se tienda llamar «incunables» a los libros antiguos en
general, incluso los manuscritos, este uso es erróneo y hasta podría decirse
que fraudulento si lo aplicamos al comercio de antigüedades. Al margen de su
mayor o menor valor, el incunable tiene un límite preciso y, todo sea dicho,
arbitrario. Lo fijó el humanista Bernhard von Mallinckrodt (1591-1664) al
establecer los periodos de la historia de la imprenta. Consideró el estudioso
que el tiempo transcurrido entre el feliz invento de Gutenberg y el 1 de enero
de 1501 era la época primitiva a la que llamó «prima typographiae
incunabula». Aquí «incunabula» es expresión metafórica tomada del
latín, donde venía a designar los pañales usados para las criaturas, así como
el lugar de nacimiento de éstas. El límite señalado por Von Mallinckrodt ha
venido siendo admitido hasta hoy en bibliografías y catálogos especializados,
si bien con algunos matices. No todos los impresores de la primera época
añadían portadas o colofones a sus obras, lo cual impide a menudo conocer su
fecha de impresión. De ahí que, por más seguridad, se maneje también el límite
de 1550 (aproximadamente el primer siglo de la imprenta) para hablar
de «incunables», aunque distinguiendo entre los incunables propiamente
dichos (antes de 1501) y los «postincunables» (hasta 1550).
8 de enero de 2012
En torno al entorno
En
rigor, el «entorno» de una cosa excluye a la cosa. Al hablar del entorno de una
ciudad nos referimos a su extrarradio, a la periferia, a los aledaños, pero
nunca a sus barrios céntricos. El entorno de una persona son sus amigos y familiares
y sus relaciones sociales, pero no la persona misma. Es lo mismo que «ámbito»
en la primera de sus acepciones: ‘contorno o perímetro de un espacio o lugar’;
la salvedad reside en que por «ámbito» se entiende también el ‘espacio
comprendido dentro de límites determinados’, una ampliación semántica que los
diccionarios no registran para «entorno». De modo que, así como podemos
referirnos al «ámbito familiar» como sinónimo de «familia», en rigor no decimos
lo mismo con «el entorno familiar», que vendría a ser la parte menos cercana de
la familia y no su sinónimo eufemístico, y mucho menos el «núcleo» familiar. «Entorno»
se ha convertido en una palabra de moda propensa a otras incorrecciones más
graves que esta. La vemos usurpando el papel de la locución preposicional «en
torno» (que se escribe en dos palabras separadas) en expresiones del tipo «el
déficit se sitúa en el entorno de los ocho puntos», «la sesión se cerrará en el
entorno de las tres» o «percibe un salario en el entorno de los mil euros». Es
una construcción afectada que debe evitarse, por errónea y también por
innecesaria, pues la lengua dispone de un sinfín de procedimientos para
expresar la aproximación, desde locuciones como «en torno a» o «alrededor de»
(«la sesión se cerrará alrededor de las tres») hasta el indefinido «unos»
(«percibe un salario de unos mil euros») y fórmulas adverbiales del tipo
«aproximadamente», «más o menos», etcétera.
5 de enero de 2012
*INVISIBILIZAR
Pase el abuso del verbo visibilizar, que tan a menudo encontramos usado con el sentido de 'hacer patente', 'mostrar', 'sacar a la luz', apurando la definición más restringida que brinda el diccionario. Pero quizá sea excesivo recurrir a este antónimo inexistente (salvo en la áspera jerga sociológica y en el estomagante neoespañol de la corrección política) para lo que bien podría decirse con verbos como borrar, tapar, ocultar, esconder, disimular, velar y tantos otros. O hacer invisible, por qué no.
4 de enero de 2012
El huevo y la castaña
¿Tan extraordinario resulta que un señor mayor sea distinguido con un doctorado honoris causa como para llevar la noticia a la primera plana? El título no suele recaer en jovencitos, sino que más bien se reserva a gente de larga trayectoria y muchos años a las espaldas. Uno recuerda más de un caso de eminencias que fallecieron antes de que pudiera culminar el trámite de concesión porque la burocracia universitaria estuvo más lenta que la ley de vida. Pero ahora no ha ocurrido nada de esto. Todo se reduce a que el protagonista del notable hecho leyó su tesis doctoral con ochenta años, y el tribunal le concedió la calificación de sobresaliente cum laude, otro latinajo. Hay mucho mérito en el animoso jubilado, es cierto, y ha hecho bien el periódico dando relieve al caso. Pero adjudicarle en la prensa por error un doctorado honoris causa viene a quitar valor a su proeza, pues mientras que la mención cum laude se consigue a pulso, tras defender ante un tribunal una tesis que bien puede haber costado unos añitos de estudio e investigación, lo otro es un título honorífico sujeto a la discrecionalidad de las universidades. Vamos, que se parecen entre sí lo que un ovum a una castanea.
(Diario de Navarra, 3.1.2012)
3 de enero de 2012
INCAUTAR
Hasta
hace poco no existía el verbo «incautar». Sí, en cambio, «incautarse», con uso
pronominal, que significa ‘privar a alguien de
alguno de sus bienes como consecuencia de la relación de estos con un delito,
falta o infracción administrativa’. En la construcción oracional «incautarse» exige un complemento con la preposición «de». Así, es correcto
decir «la policía se incautó de un alijo de droga» pero no si se cambia la
frase por «la policía incautó un alijo de droga», convirtiendo «alijo» en un
erróneo complemento directo. En este caso lo correcto sería emplear verbos
transitivos que indican una acción igual o similar, tales como «caturar», «requisar» o
«decomisar». Sin embargo los recientes cambios en la norma impuestos por la
Nueva gramática de la lengua española de 2009 dan por válido el uso que antes
se consideraba incorrecto, y ya no incurre en error quien escribe «incautar una
pistola y diversa munición». Lógicamente, también es admitida la forma pasiva
antes vedada: «los billetes fueron incautados». De nuevo la costumbre se ha
impuesto sobre la regla y lo que durante un tiempo se juzgaba grave delito ha
pasado a ser autorizado por decreto. Se puede considerar un buen criterio si se
aplica a usos generalizados, como es el caso: las hemerotecas están repletas de
enunciados en los que «incautar» aparece como transitivo. Pero en tal caso es
preciso no crear confusión entre los hablantes manteniendo criterios distintos
según sea la fuente de consulta, como aquí ocurre. No estaría de más que la
versión en línea del DRAE recogiera el cambio en vez de mantener la antigua norma en colisión con lo fijado en la Nueva gramática.
2 de enero de 2012
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