Calificar de legendario a un periodista se presta al equívoco, como advierte Santiago González en su brillante blog. Puede inducir a pensar que ese periodista tendía a manipular la información para llevarla al mundo de la fábula, de la inventiva, de la «leyenda». Es decir, justamente lo contrario que se exige a la profesión. Pero Walter Cronkite fue un defensor de la fidelidad a los hechos por encima de todo, un leal cronista de la realidad que siempre porfiaba en presentar tal como era. Su invariable fórmula diaria de despedida decía «And that’s the way it is». Así son las cosas. Nada más alejado de la ‘relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos’, según la definición de leyenda servida por el DRAE.
Pero hay otra acepción del término leyenda que lo identifica con la ‘persona o cosa admirada con exaltación’. Lo mismo que un ídolo, que un icono, que un ser modélico. En este sentido, no es exagerado considerar a Cronkite un periodista legendario. El exceso está en la reiteración del adjetivo, o dicho de otro modo: en el vaciado de la palabra convertida en tópico.
Pero hay otra acepción del término leyenda que lo identifica con la ‘persona o cosa admirada con exaltación’. Lo mismo que un ídolo, que un icono, que un ser modélico. En este sentido, no es exagerado considerar a Cronkite un periodista legendario. El exceso está en la reiteración del adjetivo, o dicho de otro modo: en el vaciado de la palabra convertida en tópico.
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