Hasta hace poco, el secretario municipal era, junto al cura y el maestro, el guardián de la palabra en cada pueblo. Las gentes analfabetas o las escasas de letras recurrían a ellos para que les redactasen contratos, les leyeran o les escribieran las cartas o les corrigieran las cláusulas de su testamento. Los secretarios eran escrupulosos con el lenguaje porque sabían que una coma mal puesta puede llevar a un pleito y que las tildes no son simples adornos prescindibles. Las cosas han cambiado. Véase este bando, donde no sólo fallan las concordancias y el orden oracional es sometido a tortura, sino que hasta el propio nombre de la localidad pierde la tilde que le corresponde llevar sobre la última a. Que nadie saque la socorrida excusa de las mayúsculas, porque algunas palabras del bando sí llevan su acento escrito. En vez de poner bandos como éste negro sobre blanco, mejor sería confiarlos a la trompetilla del alguacil de toda la vida. Al menos daría un toque de color lugareño al asunto, algo siniestro, por cierto.
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