Un incunable no es cualquier libro antiguo. En rigor solo reciben
esa denominación las obras impresas datadas antes del siglo XVI. Aunque por
extensión se tienda llamar «incunables» a los libros antiguos en
general, incluso los manuscritos, este uso es erróneo y hasta podría decirse
que fraudulento si lo aplicamos al comercio de antigüedades. Al margen de su
mayor o menor valor, el incunable tiene un límite preciso y, todo sea dicho,
arbitrario. Lo fijó el humanista Bernhard von Mallinckrodt (1591-1664) al
establecer los periodos de la historia de la imprenta. Consideró el estudioso
que el tiempo transcurrido entre el feliz invento de Gutenberg y el 1 de enero
de 1501 era la época primitiva a la que llamó «prima typographiae
incunabula». Aquí «incunabula» es expresión metafórica tomada del
latín, donde venía a designar los pañales usados para las criaturas, así como
el lugar de nacimiento de éstas. El límite señalado por Von Mallinckrodt ha
venido siendo admitido hasta hoy en bibliografías y catálogos especializados,
si bien con algunos matices. No todos los impresores de la primera época
añadían portadas o colofones a sus obras, lo cual impide a menudo conocer su
fecha de impresión. De ahí que, por más seguridad, se maneje también el límite
de 1550 (aproximadamente el primer siglo de la imprenta) para hablar
de «incunables», aunque distinguiendo entre los incunables propiamente
dichos (antes de 1501) y los «postincunables» (hasta 1550).
2 comentarios:
Genial.
La realidad siempre supera la ficción.
Un saludo
Así que hay tres clases de incunables: incunables, postincunables, y Messi.
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