Días de calor sofocante.
―Cae un sol de justicia ―dicen.
Con el verano regresan algunas manifestaciones de prosa derretida como esa que invariablemente relaciona los calores con el «sol de justicia». Es la imagen del mediodía despejado, con el sol en lo alto como un verdugo implacable que imparte su «justicia» y aplica la condena de forma inmisericorde. Que «ajusticia», diría la ministra Chacón. Pero la locución, por gráfica que sea, tiene otro origen bien distinto. Desde los primeros tiempos del cristianismo fue costumbre referirse a la figura de Jesucristo con metáforas elogiosas, relativas a sus atributos y cualidades superiores. Entre estas imágenes destacaba la de «Sol Iustitiae» o «Sol de justicia», una de las muchas en que la imagen divina hereda la forma simbólica de otras divinidades paganas precedentes. Así lo menciona Fray Luis de León en De los nombres de Cristo, y con ese aspecto aparece pintado en abundantes cuadros, frescos, retablos y estampas religiosas donde se le muestra emanando rayos luminosos.
El «sol de justicia» aplicado a la intensidad del calor solar deriva, por tanto, de los sermones y los rezos de iglesia, en los que muchas veces los fieles no captaban el sentido sino la literalidad. Por eso no es de extrañar que lo sacaran fuera del templo para dar más énfasis a los rigores de la canícula, sin prestar demasiada atención a su significado. Es el tiempo quien hizo el resto, vinculando la inclemencia del astro con la supuesta dureza de la justicia, y encontrando una metáfora donde no la había.
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