Todo el mundo habla ahora de «progresía», pero pocos adivinarían la génesis del término. El indispensable Juan Cueto estaba en el lugar del parto y lo ha contado en un artículo de El País Semanal:
«Perdonen el tonillo de abuelete, pero conozco muy bien cómo, cuándo, dónde y por qué se inventó la palabra “progresía”, y la mayoría de sus usuarios se llevará una sorpresa. Todo ocurrió una noche en el Bocaccio de Barcelona, a finales de los ochenta, en una reunión muy transversal en la que estábamos Félix de Azúa, Eugenio Trías, Rosa y Oriol Regàs, Gonzalo Suárez y un servidor. Andábamos divertidamente indignados por el uso y abuso que cierta izquierda española estaba haciendo entonces de algunos valores progresistas y que había elevado precipitada y paletamente a imperativo kantiano. De repente se nos ocurrió el palabro para nombrar y criticar de un plumazo a aquellas otras mitologías que competían con las de la burguesía desde el lado opuesto. Y encargamos a Gonzalo Suárez que divulgara nuestro alcohólico hallazgo lingüístico en la revista de Haro Tecglen. Así fue como exactamente nació y se extendió la dichosa palabra en los dos epicentros de la progresía (Bocaccio y Triunfo) hasta convertirse en el insulto dominante de la blogosfera, cuando resulta que precisamente nació como divertida autocrítica».
(La caricatura del autor, copiada de un viejo y supongo que inencontrable libro de Fernando Poblet –otro que tal bailaba-: Guía indiscreta de Gijón, 1980)
3 comentarios:
Esta tendencia a situarse en el centro de todo que tienen los históricos de El País -lo de Cebrián hablando supuestamente de García Márquez del otro día fue sonrojante- me resulta sospechosa. Dice Cueto que inventaron el término él y sus colegas "a finales de los ochenta". ¿No sería esa, más bien, la fecha en la que se enteraron de que existía la palabreja? Sólo un indicio: la primera tira del famoso "Quico el progre" de J. L. Martín -donde aparecía ya la palabra "progresía"- se publicó cerca de 1985. Y siempre existe un tiempo entre el nacimiento de una palabra en la calle y su utilización en los medios.
Sé de buena tinta que la anécdota ocurrió, pues se la había oído contar antes a otros de los presentes. Ahora bien, puede ser que creyeran haber inventado algo que ya estaba creado. Suele ocurrir. En materia de innovación léxica nunca se sabe quién tiene la última palabra... ni quién tuvo la primera.
Saludos,
JMR
Lo único que prueba ésto es que los guays de El País les costó una década en descubrir, o reinventar -démosles el beneficio de la duda-, un término que ya tenía más que trillado hasta el último mono y, de rebote, nos ilustra sobre el conocimiento que tienen de la España real aquellos que pretenden pontificar sobre todo.
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