17 de marzo de 2008

Seis palabras


Quizá no valemos más que eso. La revista Smith ha convocado un concurso entre los lectores que logren contar su vida en seis palabras, ni una más ni una menos. Estamos en tiempos de cosas breves donde todo tiene que ser exprés, ultrarrápido, y sobre todo corto. Frente a los inacabables relatos-río, los vertiginosos vídeos colgados de youtube. Frente a las extensas cartas manuscritas de tres folios, el apretado mensaje de teléfono escrito en abreviaturas nerviosas. Hace ya un par de décadas anunció Miguel Delibes que el futuro de la narración estaba en las distancias cortas. Desde entonces han proliferado los textos mínimos, tan cortos o más que el famoso cuento de Monterroso con sólo siete palabras. José Luís González, que se tomó la molestia de agrupar en libro una selección de ellos, fue el primero a quien oí hablar de «microrrelatos». El término hizo fortuna, y con él el género, cultivado por autores tan distinguidos como Millás o Galeano, sin olvidar más cerca de nosotros al llorado Pedro de Miguel. Hasta hay un premio para microcuentos que lleva el nombre de Faroni, un personaje de Luis Landero. Y son innumerables las páginas de la internet donde pueden leerse relatos sucintos; yo me quedaría con la de «Cuentos en cien palabras» de Jordi Cebrián. El microrrelato no consiste en un simple ejercicio de ingenio comprimido. Es una forma de declarar la guerra a los plomizos novelones de mil páginas y de escasa sustancia que imperan en la región más comercial del mercado literario. O de plantar cara a esos escribicionistas de ‘blogs’ ―nueva versión de aquellos ‘cacalibri’ de los que hablaba Lichtenberg— que nos cuentan largo y tendido cada uno de los pormenores de sus apasionantes vidas anodinas. Ya dijo Borges, refiriéndose a los libros de memorias, que algunos no constan más que de cambios de domicilio. Uno de los concursantes en el certamen de Smith se ha retratado así: «Nacido en California; después nada pasó». Tal vez sea cierto y la mayor parte de nuestras biografías a lo sumo den para un relato de seis palabras, que es la medida aproximada de los epitafios.

Publicado en Diario de Navarra, 15.3.08.

3 comentarios:

Passy dijo...

Estimado José Mari:

No resulta muy cortés hablar de asunto distinto al de la entrada, pero me permitirás. Espero.

Aunque no es de tu negociado toda vez que sueles dar caña a quien ha terminado estudios superiores, no puedo por menos: apunta donde puedas. Esta mañana una señora me ha dicho que tenía que pagar un dinero. Ella y otra persona que había salido de "evarista".
Creía conocer todas las combinaciones. Ésta es la cima.

Un abrazo.

P.d. El viernes, comiendo con R. Pita y P. Charro, tuvimos ua agradable sobremesa amenizada con la foto de los cojones personificados.

Anónimo dijo...

Buena pieza, Miguel, esa de "evarista" en vez de "avalista". Ni que decir tiene que me la guardo en la colección. Pero al otro lado de la ventanilla también se dicen cosas curiosas y de peor justificación. Por ejemplo: los bancos "aperturan" cuentas, y en algunos casos las "aperturizan". Un día me ocuparé aquí o en otra parte de las "cuentas delincuentes" que ya empiezan a aparecer en la nomenclatura del gremio.

"La foto de los cojones", dices. O sea, que acabasteis hartos de la dichosa foto. ¿O era otra cosa?

Un abrazo,

JMR

Passy dijo...

Touché.

En cuanto a tu entrada y el enlace con José Luis González. Atención al uso del infinitivo en este curriculum.

http://ilustracion-digital.net/?page_id=4