27 de noviembre de 2008

SINERGIA


El término «sinergia» es una de esas palabras-sonajero que llenan la boca de ciertos hablantes con tendencia a la verborrea y a la afectación. Se usa mucho últimamente. Hay sinergias por doquier: en la economía, en la cultura, en la pedagogía, en la política. Pero, como tiende a ocurrir con las palabras de moda, no siempre se emplea correctamente. «Sinergia» es un vocablo tomado de la biología, donde sirve para designar la acción ejercida por dos o más órganos que, al cooperar entre sí, cumplen mejor una determinada función. Esa precisión científica desaparece cuando, importada la palabra al traicionero terreno de la metáfora, oímos decir que un grupo musical «trasladó su sinergia» al público que había acudido al concierto, o leemos que «Obama aportará sinergias a las minorías y los colectivos más desfavorecidos». Sinergia no es lo mismo que «energía» o «fuerza». Ni una marca de automóviles puede anunciarse hablando de su «sinergia internacional» (en vez de «implantación»), ni es correcto que los directivos de un banco declaren haber «optimizado las sinergias de la entidad» (en vez de «los recursos»). Por otra parte, para que exista sinergia debe haber más de un sujeto. El prefijo griego «sin-» indica justamente vínculo, alianza, unión. Así pues, de no haber una acción conjunta entre varios elementos, no es posible hablar de «sinergia» ni siquiera en sentido figurado. Ha de darse otra condición: que de esa acción conjunta resulte un efecto superior al que produciría la suma de efectos individuales. Gran parte de las «sinergias» de que oímos hablar no son tales, sino simples colaboraciones o contubernios pasados por la cosmética verbal.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 15.11.08.

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