El hecho de que el completo ‘Nuevo Diccionario de voces de uso actual’ de Manuel Alvar Ezquerra (2003) no registre la voz «spa» da idea de la rapidez con que ésta se ha instalado en nuestro idioma. Ya no hay hotel, gimnasio o balneario que se precie que no incluya entre sus servicios el «spa»: un tratamiento medicinal o de relajación basado en el agua. Parte del repentino éxito del vocablo se debe, sin duda, a su configuración fonética. «Spa» no es un anglicismo del montón, sino que suena a moderno y a la vez a exótico, a limpio y al mismo tiempo a refinado. Una palabra muy manejable para colocarla en logotipos y rótulos de fachada. Mientras que «balneario» ―su traducción más aproximada— evoca edificios mohosos con galerías de altos techos y tristes azulejos por las que transitan pensionistas reumáticos y aristócratas venidos a menos, el cliente del spa se siente partícipe en la gran ceremonia rejuvenecedora y deportiva de la época. Pero ¿de dónde surgió la palabra, ya usada en inglés desde el siglo XVII? Parece que en origen está relacionada con el topónimo Spa, una ciudad belga cercana a Lieja conocida precisamente por sus aguas termales de propiedades curativas. Sin embargo, hay quien apunta a un acrónimo de procedencia latina, correspondiente al lema «Salus Per Aquam» (es decir, ‘a la salud por la vía acuática’). Como una explicación no está necesariamente reñida con la otra, admitamos ambas como buenas mientras nadie venga a desmentirlas, y demos la bienvenida a este nuevo huésped de nuestro concurrido léxico castellano.
Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo.
Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo.
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