Humos mayúsculos
A los que todavía creen que las mayúsculas iniciales otorgan dignidad y prestancia a las palabras que las llevan, escribir «el papa [de Roma]», «la familia real» o «la ministra de Sanidad» puede parecerles una herejía. Pero es lo correcto. La Ortografía de la Lengua Española de 2010 (que lleva nada menos que quince años en vigor) establece que los nombres que designan títulos y cargos han de escribirse siempre con minúscula inicial, independientemente del rango y la importancia, y vayan o no acompañados del nombre propio de la persona que ostenta el título. Muchos profesionales de la escritura siguen resistiéndose a aplicar la norma, como temiendo incurrir en alguna extraña falta de respeto si osan apear la mayúscula a gente que consideran importante. Aún no entienden que mayúsculas y minúsculas son convenciones ortográficas ajenas a las categorías sociales. En España y los países hispánicos el culto a la mayúscula ha venido guardando una estrecha relación con el gusto por las apariencias. Hay membretes con largos títulos tan erizados de letras altas que parecen ejecutorias de hidalguía. La mayúscula conserva el aire majestuoso de aquellas letras capitales de los manuscritos cargadas de ricos adornos, y esa sensación de grandeza se extiende a los títulos que la llevan. Pero la ortografía ha venido a bajar humos. Por no llevar, ya ni siquiera llevan mayúscula inicial los pronombres personales usados en las plegarias para referirse a Dios y a la Virgen (antes «Él», «Ella», «Tú», ahora «él», «ella», «tú»), así que tendrán que resignarse a la minúscula todos los doctores, presidentes, alcaldes y jefes de negociado acostumbrados a mirar al resto de la humanidad desde lo alto de sus mayúsculas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario