31 de julio de 2012
Dietas de alejamiento
Alguno habrá que con gusto abonaría a Montoro unas dietas de alejamiento, y el inconsciente periodístico parece haberse hecho eco de ese deseo alterando una vocal.
(Diario de Noticias, 31.07.2012)
23 de julio de 2012
MARIACHIS Y TUNOS
Como todos conocen, «mariachi» es el grupo que interpreta
cierto tipo de música del mismo nombre y, por extensión, de casi toda la música
popular mejicana asociada con guitarras, trompetas y sombreros de ala más bien
excesiva. Los etimólogos suelen atribuir el origen de la palabra al término
francés «mariage» (matrimonio), basándose en una asociación elemental: esa era
la música y esos los grupos que amenizaban las bodas y otras celebraciones.
Pero no está tan claro. Hay razones históricas que permiten ponerlo en duda, si
se tiene en cuenta que no fue hasta 1864 cuando, con el imperio pasajero de
Maximiliano de Habsburgo, la cultura francesa impuso en México sus modos y
maneras. Puesto que el término en cuestión aparece en documentos anteriores a
esa fecha, no parece descabelladas otras hipótesis que relacionan «mariachi»
con la lengua náhuatl, donde ya habría sido sinónimo de ‘gusto’, ‘canto’ o
‘alegría’. Aunque la interpretación más plausible se remonta a la colonización
española. Era práctica común que los religiosos pusieran letras cristianas a
viejas composiciones y cánticos lugareños. En muchas de ellas se invocaba la
figura de la virgen María, de donde salió «María ce son» o «María ce» (‘la
canción de María’), pronunciada por los indígenas como «mariache» o «mariachi».
Ello no fue óbice para que en 1852 un cura de Jalisco dejara escrita su
preocupación por «cuantos crímenes y excesos se cometen en estas diversiones,
que generalmente por estos puntos se llaman mariachis». ¿Qué sería de una
ranchera sin tequila?
En cuanto a las «tunas» estudiantiles, todo hace suponer que fue el nombre
irónico que se atribuyeron estos grupos musicales a semejanza de las cuadrillas
de malhechores guiadas por un «tuno». En la jerga de la delincuencia, el tuno
era el jefe de una banda, y por extensión cualquier pícaro, ladronzuelo o
«tunante». El nombre de «tuno» fue tomado del francés «roi de Thunes», o 'rey
de Túnez', según la costumbre carcelaria de usar motes y apodos majestuosos.
De modo que, salvo por algunas remotas similitudes musicales, el mariachi y la
tuna son cosas distintas. Hasta un argentino sabría distinguirlas, incluso si responde
a los sones de «Clavelitos» con un batir de palmas inequívocamente aflamencado.
(vía Malaprensa)
16 de julio de 2012
El coche de san Fernando
No
sabemos a ciencia cierta el origen del dicho por el que se invoca a san
Fernando como patrón de caminantes. Hablamos de «ir como en el coche [o el
carro, o el caballo] de san Fernando, un rato a pie y otro andando», pero es
muy probable que detrás de ello no haya ningún interés por evocar la vida y
milagros del santo sino que todo se reduzca a una cuestión de rima. La
literatura clásica ofrece algunas pistas al respecto. Sin embargo, todas ellas
apuntan a otro santo diferente: san Francisco. En el Tesoro de la lengua
castellana, Sebastián de Covarrubias explica cómo los religiosos franciscanos
daban largas caminatas y el pueblo, acostumbrado a ver sus idas y venidas,
empezó a llamar «el caballo de san Francisco» al báculo en que se apoyaban. De
modo que «ir en el caballo [o la mula] de san Francisco» era lo mismo que ir a
pie. De quienes se veían obligados a hacer sus trayectos andando por falta de
recursos para hacerse con otros medios de transporte se decía burlescamente que
eran «discípulos [o devotos] de san Francisco». La asociación de ideas venía
favorecida por la fama de austeridad que acompañaba a los franciscanos. Así lo
encontramos escrito en obras como la Segunda parte de Lazarillo de Tormes de
Juan de Luna (1620) o El donado hablador (1624) de Jerónimo de Alcalá. A lo
largo de los siglos hay continuas alusiones irónicas del mismo tipo a la «mula
de los frailes», al «coche de los pobres» o al simple hecho de ir «como san
Francisco, un rato a pie y otro paseándonos». Curiosamente hoy el humor popular
ha retomado la tradición de tropos religiosos y llama «corazonistas» a los
paseantes, en particular a los que caminan por prescripción facultativa. Pero
esa es otra cuestión.
Caminantes a Santiago. Escultura de Vicente Galbete en el Alto del Perdón (Navarra)
12 de julio de 2012
DECHADO
¿Quién no ha leído alguna vez alabanza de alguien que se
presenta como un «dechado» de talento, de belleza o de honradez? Aunque sea un
sustantivo en retirada, todavía conserva cierto aire de nobleza léxica a tono
con la idea de ejemplaridad que transmite. De ahí que en su uso más común vaya
acompañado del complemento «de virtudes», una forma tópica de destacar la
excelencia de personas consideradas superiores en el orden moral. Se suele
creer erróneamente que el «dechado» remite a la abundancia (tal vez por el
recuerdo fonético de verbos como «echar» o «derrochar»): un «dechado de
virtudes» sería así el que reúne cualidades en grado sumo y en mucha cantidad,
algo parecido a un compendio o un resumen. Sin embargo «dechado» tiene un
sentido más cualitativo. Proviene del sustantivo latino «dictatus», procedente
a su vez del verbo «dictare». El «dictatus» era el «dictado», el texto que los
maestros dictaban a los alumnos para que memorizaran frases sabias o retuvieran
las lecciones de alguna disciplina, y de paso para hacerles aprender la
ortografía. Con ese fin el maestro escogía escritos dignos de imitación: de ahí
que «dictatus» pasara a equivaler a «ejemplar» o «modélico». Durante varios
siglos el castellano empleó la voz evolucionada «dechado» con este sentido, incluso
sin necesidad de complementos. Bastaba decir de alguien que era un «dechado»
para situarlo un pedestal. A veces el elogio venía reforzado en formas como
«dechado y modelo», «dechado y prodigio» o «dechado y ejemplo», registradas
desde la Edad Media. Hoy el término admite también modelos negativos («dechado
de defectos», «dechado de vicios»). Es el signo de los tiempos.
11 de julio de 2012
PALABRAS MAYORES
«Eso
son palabras mayores», decimos para indicar que la conversación ha entrado en
terreno delicado, o que el asunto del que se trata es serio, formidable o fuera
de lo común. Aunque al decirlo atribuyamos la magnitud a las palabras, lo que
verdaderamente queremos poner de relieve son las realidades a las que estas
designan. Pero no siempre ha sido así. Antiguamente solo se llamaba «palabras
mayores» a las que contenían insultos, agravios o injurias graves contra
alguien. Las cinco palabras mayores que obligaban por ley a la rectificación
eran, según recoge Sebastián de Horozco en el Libro de los proverbios
glosados (1580), «gafo» (gafo es lo mismo que leproso, y de ahí «gafe», por
asociación de prejuicios), «sodomítico», «cornudo», «ladrón» y «hereje». Eso,
para los hombres. En cuanto a la mujer, todo quedaba concentrado en una sola
palabra mayor: «puta». La literatura del Siglo de Oro ofrece testimonios
abundantes de los efectos que causaban estas «palabras mayores» al presentarse
en las discusiones. Es lo que se llamaba, y aún se llama, «pasar a mayores». De
hecho, había una especie de gradación en el encono que empezaba en el simple
intercambio de palabras, seguía por las «palabras mayores» y podía acabar en el
«más que palabras» («llegando a las manos y diciéndose palabras mayores, y tan
grandes, que alcanzaron a los maridos; y sacando unos con otros las espadas,
comenzó una batalla de comedia», relata Vélez de Guevara en El diablo cojuelo, de 1641). Desvanecido hoy el sentido injurioso del sintagma, las «palabras
mayores» avisan de que se acabaron las bromas, de que toca tomarse las cosas en
serio, de que hay que andarse con pies de plomo.
10 de julio de 2012
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