Nadie hace ya comparaciones. Todo son «comparativas». En las revistas de consumo publican «comparativas de precios» de distintas cadenas de supermercados. Las encuestas de los sociólogos ofrecen «comparativas de intención de voto». Los fabricantes de automóviles recurren en su publicidad a «comparativas de prestaciones» entre sus vehículos y otros de distintas marcas. La acción de examinar alternativamente dos o más cosas para encontrar sus semejanzas y sus diferencias está dejando de llamarse «comparación» porque en su lugar los hablantes del neoespañol prefieren «comparativa». Es cierto que la sustantivación del adjetivo mediante la omisión del nombre en grupos nominales —«el móvil» en lugar de «el teléfono móvil», «los humanos» en vez de «los seres humanos»— resulta un procedimiento tan extendido como eficaz. Si al hablar de «comparativa» entendemos «tabla comparativa», «guía comparativa» o «muestra comparativa», nada habría que oponer a esta novedad. Sin embargo no parece probable que se trate de una simple sustantivación; de ser así, habría tantos «comparativos» (cuadros, estudios, análisis comparativos, en masculino) como «comparativas» en femenino. Es algo que no ocurre en ningún punto del ámbito hispanohablante, excepción hecha de México donde prefieren «los comparativos». Propongo al lector que confronte los periódicos de ahora con los de diez años atrás. Observará que hoy las «comparativas» se imponen abusiva y abrumadoramente sobre las casi desaparecidas «comparaciones». ¿Será porque hemos tomado al pie de la letra aquello de que todas las comparaciones son odiosas?
Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 3.10.07.
1 comentario:
Ocurre un fenómeno muy similar entre los médicos y, por contagio, entre sus pacientes, que acabamos siendo todos. Ya no es posible que te hagan un análisis: inexorablemente te harán "una analítica". Es inexplicable, estúpido y horroroso, pero parece irreversible.
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