4 de diciembre de 2025

Humos mayúsculos

 

A los que todavía creen que las mayúsculas iniciales otorgan dignidad y prestancia a las palabras que las llevan, escribir «el papa [de Roma]», «la familia real» o «la ministra de Sanidad» puede parecerles una herejía. Pero es lo correcto. La Ortografía de la Lengua Española de 2010 (que lleva nada menos que quince años en vigor) establece que los nombres que designan títulos y cargos han de escribirse siempre con minúscula inicial, independientemente del rango y la importancia, y vayan o no acompañados del nombre propio de la persona que ostenta el título. Muchos profesionales de la escritura siguen resistiéndose a aplicar la norma, como temiendo incurrir en alguna extraña falta de respeto si osan apear la mayúscula a gente que consideran importante. Aún no entienden que mayúsculas y minúsculas son convenciones ortográficas ajenas a las categorías sociales. En España y los países hispánicos el culto a la mayúscula ha venido guardando una estrecha relación con el gusto por las apariencias. Hay membretes con largos títulos tan erizados de letras altas que parecen ejecutorias de hidalguía. La mayúscula conserva el aire majestuoso de aquellas letras capitales de los manuscritos cargadas de ricos adornos, y esa sensación de grandeza se extiende a los títulos que la llevan. Pero la ortografía ha venido a bajar humos. Por no llevar, ya ni siquiera llevan mayúscula inicial los pronombres personales usados en las plegarias para referirse a Dios y a la Virgen (antes «Él», «Ella», «Tú», ahora «él», «ella», «tú»),  así que tendrán que resignarse a la minúscula todos los doctores, presidentes, alcaldes y jefes de negociado acostumbrados a mirar al resto de la humanidad desde lo alto de sus mayúsculas.  




2 de diciembre de 2025

 Lo que viene siendo

 

Como hablar es gratis hay quienes acostumbran a hacerlo largo y tendido, aumentando el tamaño de las palabras o el número de estas en la frase, como si de ese modo se expresaran mejor. Se conoce que para ciertos hablantes la competencia lingüística no consiste en emplear en cada momento la palabra adecuada, sino en encadenar polisílabos, redundancias, muletillas y circunloquios. Es un viejo vicio que ya denunció Horacio al hablar de las «sesquipedalia verba», las palabras sobredimensionadas que puestas en boca de los héroes trágicos los hacían parecer fingidos y ridículos. Pero la costumbre del alargamiento no se da solo en la mala literatura o en las neolenguas de la economía, la publicidad y la política, tan dadas siempre al exceso. También ha penetrado en el uso común. Un ejemplo: la innecesaria cuña «lo que es» encajada delante de los sustantivos. «Siga usted por lo que es la avenida; cuando llegue a lo que es el semáforo tuerza a la derecha y al fondo encontrará lo que es la estación», me indicó días pasados un amable samaritano. Espantoso, pero admitido. Tan firmemente se ha instalado el «lo que es» en nuestra comunicación oral que ya ni siquiera cumple la función enfática para la que se creó, a juzgar por un nuevo alargamiento que ha experimentado. Ahora decir «lo que es» suena a escaso, y su lugar lo ocupa «lo que viene siendo». Es más largo, más rebuscado, más absurdo; en fin, la fórmula ideal para alcanzar la necedad expresiva. Y además ofrece otras posibilidades de ampliación, a juzgar por lo oído a un vendedor de muebles que informaba a su cliente del precio de un sillón en venta: «Estaríamos hablando de lo que viene siendo mil euros». 

1 de diciembre de 2025

Despabilar, espabilar

 

No hay ninguna diferencia de significado entre espabilar y despabilar. Quizá despabilar ha quedado como forma arcaizante, aunque en rigor habría que considerarla la más cabal dado que conserva la letra inicial del prefijo des-. El término se origina a partir de pabilo o pábilo, que es la mecha de las velas, y también el resto negro que queda en la mecha después de arder. En el sentido literal del término, la acción de des-pabilar consiste en eliminar ese resto carbonizado a fin de avivar más la llama. De ahí el sentido figurado de 'avivar la inteligencia' con que se usa actualmente; pero en esta acepción la norma léxica prefiere la variante espabilar. Se conocen usos antiguos de despabilar relacionados con la eliminación de algo o con la ejecución rápida de una operación cualquiera —tan pronto se podía «despabilar la comida» (despacharla en un santiamén) como «despabilar un saco de monedas» (robarlo)—, que fueron desapareciendo conforme ganaba terreno la forma espabilar hoy dominante. Espabilar es hoy un verbo de entendimiento que tiene que ver con los procesos de aprendizaje («fue espabilando cuando se puso a trabajar»), con el paso del sueño a la vigilia («no consiguió espabilarse hasta la hora del desayuno») o con la pérdida de la timidez o la torpeza («antes no abría la boca, pero ahora ya ha espabilado») y, en menor medida, un verbo de acción que suele expresarse en imperativo («espabila, que perderás el avión»). El participio espabilado hecho adjetivo abarca un campo más reducido: solo es sinónimo de listo, avispado o astuto, y también de tramposo y caradura. En cualquier caso, he aquí una llama que sigue dando luz aunque ya queden pocos pabilos.