4 de agosto de 2011

CONTROLAR


Los contables medievales recurrían al método del contrarotulus para revisar las cuentas mediante un registro duplicado. De ahí salió la voz control, que pronto evolucionaría hacia su actual acepción de 'comprobación', 'inspección' o 'vigilancia' para adoptar, más tardíamente, el significado de 'dominio' o 'mando'. Funciona como verbo transitivo que lleva el complemento de la cosa controlada: «el piloto controla los mandos de la nave», «hay que controlar el gasto público», «su trabajo consiste en controlar las entradas y salidas del edificio». Admite asimismo un uso pronominal cuando se refiere al autodominio de las reacciones e impulsos propios, sin necesidad de ir acompañado por otros complementos: «las personas adultas saben controlarse», «si salís de fiesta, controlaos». Pero recientemente los usos coloquiales han ampliado el área semántica de controlar convirtiéndolo en verbo de conocimiento, sinónimo de saber, conocer o entender («no controlo el inglés», «no me hace falta el manual de instrucciones, ya controlo el programa»). Y, al mismo tiempo, la acepción pronominal ha ido perdiendo poco a poco el pronombre, especialmente cuando se emplea en primera persona. El escueto «yo controlo» es una expresión de suficiencia y de falsa seguridad que en determinadas circunstancias hace temer justamente lo contrario: que quien lo dice haya bebido más de la cuenta o que no esté en condiciones de ponerse al volante del coche. De modo que controlar se ha vuelto un verbo aventurero que se rebela contra los corsés de la semántica heredada en busca de nuevos horizontes. Controlar se ha convertido, en definitiva, en un verbo descontrolado. 

2 de agosto de 2011

SIESTA


Entre las palabras prestadas por el español a otras lenguas se encuentra siesta. Pero su éxito no se debe al boom turístico de hace décadas que exportó otros términos del buen vivir como paella, fiesta, tapas o flamenco. Viene de tiempo atrás. A mediados del siglo XVII ya está documentada la presencia de siesta en el francés y el inglés, que la adoptan con su significado de origen: el sueño que se toma después de comer. Es la hora sexta de los romanos, que dividían la jornada en cuatro tramos de tres horas, cada uno de los cuales recibía el nombre de una de ellas. La hora prima iba desde el amanecer hasta media mañana; la tercia era el periodo que comenzaba con el final de la tercera hora y acababa al mediodía; la sexta correspondía a las primeras horas de la tarde; y  la nona llegaba hasta el anochecer. En el área mediterránea, las horas comprendidas en la sexta invitan al descanso porque coinciden con la fase más calurosa del día. De ahí la costumbre de la sexta (luego diptongada en siesta), ese sueño más bien corto después de la comida principal. Esta es la única siesta en el sentido etimológico del término. En rigor, no deberían ser llamadas así otras cabezadas que la cultura popular conoce como «la siesta del carnero», «del canónigo» o « del burro», pues son las que se duermen antes de comer. Por cierto, los verbos a los que acompaña siesta como complemento directo de la oración son dormir o echar (una deformación fonética de estar: «estar la siesta» aparece a menudo documentada en los textos antiguos). Debe evitarse el catalanismo «hacer la siesta», no por extendido menos extraño al castellano.