23 de noviembre de 2009

CORSARIOS


Con motivo del secuestro del Alakrana por parte de unos piratas somalíes, las informaciones han hablado en varios casos de «corsarios». Es un error. Leve, pero error. Por «piratas» siempre se ha conocido a los bandoleros marinos, desde el origen griego de la palabra («peiratés», el que prueba fortuna, el que se lanza a la aventura). El pirata ataca barcos y se apropia de ellos o los saquea actuando fuera de la ley. En cambio el corsario era un marino contratado por el gobierno de un país para atacar las naves enemigas. Aunque su actividad fuera el pillaje, estaba amparada por la «patente de corso», un permiso escrito y de valor legal según las leyes marítimas. Tal vez los piratas de las costas de Somalia obedecen órdenes de alguien más poderoso, pero sin documentos que lo acrediten; de modo que en propiedad no pueden denominarse «corsarios». Ni siquiera si pensamos que gozan de cierta impunidad, en el sentido metafórico que hoy damos al sintagma «patente de corso»: bula, licencia tácita, consentimiento interesado. Sí parece más aceptable decir «bucaneros» o «filibusteros» como también hemos podido leer estos días, puesto que ambos eran hipónimos de ‘piratas’. Los primeros actuaban en el Caribe y recibían su nombre de los habitantes de la isla de La Española (quienes comerciaban con carne ahumada en un «bucán» o parrilla). Los filibusteros, cuyo campo de acción se extendía por las costas antillanas sin aventurarse nunca por alta mar, fueron así llamados por asociación con el «fly boat» o barco ligero y rápido en que se desplazaban. Estos sí eran piratas, no corsarios.


Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 21.11.09

16 de noviembre de 2009

PENA DE TELEDIARIO

Será tal vez debido al efecto multiplicador de la televisión y otros medios, pero es asombrosa la facilidad con que las voces recién inventadas prenden en el idioma. No habrá pasado un mes desde la primera vez que oímos hablar de la «pena de telediario» y ya no hay columnista, articulista o tertuliano que no la emplee. Vaya por delante que se trata de un feliz acierto. Así como hay penas de muerte, de privación de libertad o de trabajos forzados, existen las de escarnio público. Antes se aplicaban atando al reo en la picota o paseándolo embreado y emplumado a lomos de un burro por las calles del pueblo, y ahora el instrumento de tortura aplicado es la televisión. Alguien es detenido por sospechoso, o llamado a declarar ya sea como testigo o como imputado, y el principio de presunción de inocencia queda abolido desde el momento en que las cámaras lo muestran saliendo del furgón policial a la entrada de los juzgados. Con el sintagma «pena de telediario» se expresa esa especie de condena sumarísima dictada por la opinión pública, una condena inapelable y sin reparación ante la que el penado queda indefenso. Parece ser que «pena de telediario» empezó a usarse como queja por parte de algunos detenidos en la ‘Operación Pretoria’, a quienes la cámara indiscreta captó esposados y cargando una bolsa con sus pertenencias camino de la Audiencia Nacional. De entonces a aquí, aunque haya llovido poco, la etiqueta es aplicada a todos cuantos aparecen de esa guisa en las pantallas. Un buen hallazgo verbal, si no fuera por la insistente y machacona repetición.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 14.11.09

15 de noviembre de 2009

PUYAS y PULLAS

Cuando una persona provoca, insulta o zahiere a otra mediante algún dicho agudo, se dice que le ha lanzado una «pulla». Es pulla un término de origen portugués (de «pulha»), registrado en castellano desde antes del siglo XVII. En sus sátiras contra Góngora («Yo te untaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla»), Quevedo acusa al poeta cordobés de ser «docto en pullas, cual mozo de camino». Y es que la pulla de entonces no era cualquier broma. Las pullas tenían por lo general un componente obsceno y grosero propio de gente vulgar. Las decían los muchachos al cruzarse con desconocidos, los gamberros en las fiestas y «los labradores que están cultivando los campos, especialmente en tiempos de siega y vendimia», según el Diccionario de Autoridades. Hoy la pulla puede ser una simple broma, pero ha de tener ánimo provocador y no estar exenta de carga ofensiva. Tal vez por eso muchos dicen y escriben «puya», cada vez con más frecuencia: «en la rueda de prensa, el sindicalista lanzó unas puyas al Gobierno»; «no hay que reaccionar frente a las puyas de los envidiosos». La puya es el arma del picador, esa punta afilada de la garrocha con la que hiere al toro en la suerte de varas. La casi inapreciable diferencia fonética entre una y otra palabra ha propiciado el trasvase semántico y justifica en cierto modo la confusión. Ahora bien, si nos quedamos con el erróneo «puya», convendría recordar que la acción del picador se llama «puyazo», término que admite también un uso figurado muy cercano al significado de «pulla». Así que quedémonos en «lanzar pullas» o «dar puyazos», mejor que «puyas».

9 de noviembre de 2009

REINO, *REYNO



Nos mofamos, y con sobrado motivo, del parlamentario vasco que días atrás presentó una moción referida a las recientes hinundaciones (sic), pero no preocupa gran cosa ver cómo aquí mismo se comete otro atentado contra la ortografía, con los agravantes de deliberación e insistencia. Nadie ha explicado aún por qué en rótulos oficiales, en camisetas de equipos deportivos patrocinados por organismos oficiales y en anuncios de instalaciones que van a ser construidas con fondos oficiales se lee «Reyno (sic) de Navarra» cuando los diccionarios sólo registran «reino», con i latina.




Ya sabemos de la alta autoridad que ostentan los miembros de nuestro Gobierno. Los consejeros con su presidente a la cabeza tienen poder sobre nuestros tributos, nuestras carreteras y nuestros colegios. Pueden hacer y deshacer en política de sanidad o de vivienda. Están facultados para dictar normas en materia de orden público, transportes, servicios sociales, cultura, turismo y, más aún, culturismo. Pero las normas ortográficas todavía no están bajo su dominio. En tanto no se negocien transferencias con la RAE y la ortografía pase a ser competencia foral –miedo da sólo pensarlo-, un reino es un reino y quien lo escriba de otra forma no aprueba la selectividad. Se supone que la ocurrencia responde a motivos estéticos. Algún aristotélico convencido de la superioridad de Atenas sobre Roma consideró que la y griega daba más prestancia que la latina. Y que el sello del Reyno (sic) evocaría tiempos de antiguas grandezas y de pasadas pompas y boatos palaciegos. Memeces. Uno ve escrito Reyno y saca la impresión de estar en tierra de paletos. Es como asistir a esos mercados que se hacen llamar medievales donde luego venden productos de nuevo cuño y pasean tipos ataviados con ropajes barrocos. Nos han colado una y griega absurda, apergaminada y cómica creyendo que nos daban una denominación de origen. Y, lejos de enmendar el error, lo quieren redoblar ahora colocándolo en el nombre del nuevo macrohospital. No sé a ustedes, pero a mí no me agradaría ingresar en él y que vinieran a atenderme unos curanderos del siglo XV.

3 de noviembre de 2009

Unas eñes perdidas junto a la cuna del español


Todos sabemos de programas informáticos que juegan malas pasadas con los textos. Una de las más frecuentes deriva del uso de ciertos tipos de letra que no contienen o no reconocen determinados signos. Ocurre a menudo con la letra eñe, a la que vemos convertida en un diabólico jeroglífico cuando creíamos haberla escrito correctamente. Entonces no queda otra solución que desandar el camino, renunciar a la tipografía elegida y emplear en su lugar otra que nos dé más garantías. Sin embargo en Nájera no lo han hecho así. Hace ya algún tiempo, el ayuntamiento de la histórica villa colocó estos paneles informativos de notables dimensiones en uno de los puntos más pisados por los turistas. En ellos se lee una rara transcripción de la palabra «año», y por partida doble, según señala el dedo índice del visitante en la fotografía:



Cuesta creer que los responsables municipales no se hayan percatado de la errata. Y más increíble todavía resulta que no se haya retirado el mupi teniendo en cuenta que a pocos kilómetros de aquí nació la lengua castellana. Últimamente La Rioja ha tomado el español como bandera, cosa muy legítima. Y la letra Ñ se ha convertido en una especie de símbolo de identidad que sella esa relación secular entre la región y nuestro idioma. Una muestra la ofrece el jardincillo donde flores rojas y blancas dibujan una magnífica eñe, en el parque de San Miguel de Logroño, la capital riojana:




Tanto Logroño como Nájera son paso forzoso para todo aquel que desee visitar el lugar donde fueron hallados los primeros testimonios escritos de nuestra lengua romance. Sólo por eso merecería la pena que el Gobierno de La Rioja tomase cartas en el asunto y corrigiera de una vez ese imperdonable error tipográfico.