30 de diciembre de 2007

CUNERO


Con las primeras designaciones de candidatos para las listas electorales llega el eco sonoro y antiguo de la voz «cunero». Los intereses de los partidos en liza conducen a menudo a proponer como candidatos por una determinada circunscripción a individuos que no han nacido en esa región o provincia ni residen en ella. Son los conocidos en la jerga política como «cuneros». La palabra no es hija de la Transición democrática, como creen algunos. Viene de tiempos de la Restauración, cuando el poder caciquil alentaba las preferencias por lo local frente a lo foráneo, aunque el mérito pudiera estar más cerca de lo segundo que de lo primero. Se trataba de defender a capa y espada los intereses propios desacreditando a los advenedizos que, por mucha valía y capacidad que trajeran, no eran «de los nuestros». Se les llamó entonces cuneros porque así eran conocidos los niños de hospicio, los recogidos en las «casas cuna» u orfelinatos. Pero también los caciques recurrían a los cuneros en caso de necesidad, como refuerzos con los que imponer su poder sobre las bases locales. De manera que la palabra quedó en una ambigua zona de nadie, a medio camino entre el desprecio y la alabanza, entre el rechazo y el prestigio. Cuando las listas de un distrito son encabezadas por un cunero de relieve, los votantes se sienten en cierto modo halagados porque eso les otorga un signo de distinción. Y, al revés, los militantes locales del partido miran al cunero como a un «paracaidista» lanzado desde las alturas sin ninguna consideración para con los propios. Cosas de la política.


Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 22.12.07


24 de diciembre de 2007

18 de diciembre de 2007

CUADERNA VÍA


El texto pertenece a un examen de lengua y literatura de primero de bachillerato, donde el estudiante trata de responder a la pregunta «¿Qué es el Mester de Clerecía?». Salvado el escollo de Gonzalo de Berceo mediante el hábil recurso de las iniciales, un nuevo obstáculo se interpone en su camino al aprobado. ¿Cómo diablos se llamaban las estrofas aquellas compuestas por cuatro alejandrinos monorrimos? Lo tiene en la punta del bolígrafo, pero se resiste a salir. Al cabo de un rato se hace por fin presente: «Cuadros vitales». Eso es. Los clérigos escribían sus relatos en cuadros vitales. Qué nervios.

17 de diciembre de 2007

HORAS LOCALES



El ideal de precisión informativa en las noticias pasa por especificar lo más detalladamente posible las circunstancias del hecho narrado. Entre ellas, el cuándo. Una noticia bien relatada debe contener la mención de la hora en que ha tenido lugar el acontecimiento. Pero la información se ha mundializado de tal forma que muchas veces no basta con eso; es necesario aclarar si la hora corresponde al lugar del hecho o al lugar del lector. Lo más frecuente es lo primero, y para eso la prensa recurre a la vieja fórmula de «hora local». Se construye en aposición, separada de la hora correspondiente mediante una coma: «La entrevista entre los dos mandatarios terminó a las 8, hora local». Últimamente, sin embargo, se está generalizando un uso anómalo de la expresión. Consiste en enlazarla con el numeral y hacerla concordar con él, de forma que pasa a presentarse en plural. He aquí algunos titulares correspondientes a esta misma semana: «El juicio de Fujimori comenzó a las 10:04 horas locales». «La explosión se produjo a las 17 horas locales». «Los partidos se disputarán a las 17:00 horas locales». «La nueva presidenta Cristina Fernández de Kirchner empezó su jornada a las 14:00 horas locales». La costumbre ha calado por igual en la prensa española y en la latinoamericana, y es probable que acabe sentando norma. Sería un grave error gramatical (el número y la palabra «hora» no pertenecen al mismo sintagma y por tanto no guardan concordancia entre sí) y también semántico (aquí «hora» equivale a «huso horario», no a «unidad de tiempo»). El tiempo dirá.




Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 15.12.07.

13 de diciembre de 2007

PUBLIO


Ovidio tampoco habría pasado el cruel filtro de estos correctores electrónicos que tantas cosas, ay, desconocen. La desgracia persigue a Publio Cordón, convertido en una especie de fantasma del que a este paso ya no va a quedar ni el nombre de pila.

9 de diciembre de 2007

FELIZ APARCAMIENTO


Decimos «Feliz aniversario», «Feliz fin de semana» o «Felices Pascuas» como expresión de deseo, sincero o simplemente cortés. El adjetivo «feliz» transmite al destinatario la voluntad de que un determinado acontecimiento discurra para él de forma grata, de que le depare alguna clase de alegría, placer o satisfacción. Se acercan fechas en que todos lo pronunciaremos sin tasa. Desearemos felicidad a propios y extraños empleando siempre el mismo sintagma, donde «feliz» irá acompañado de diversos sustantivos. Felices navidades, felices pascuas, feliz año, feliz Nochebuena. Lo que no parece tan razonable es desear a alguien «feliz aparcamiento», como puede leerse en la ventanita luminosa del expendedor de tiques a la entrada de un aparcamiento subterráneo donostiarra. Seguro que también lo pone en otros de otras ciudades, porque estas cosas suelen venir de serie. ¿Se puede alcanzar la felicidad estacionando un vehículo de motor? La pregunta desborda el ámbito de lo semántico para penetrar en el de lo metafísico. Pero lo más probable es que se trate de otro exceso de ese lenguaje de la falsa cortesía con el que los mercaderes y los proveedores de servicios se dirigen a sus usuarios y clientes. Uno recibe el mensaje, coge su tarjeta, da unas cuantas vueltas en busca de un espacio donde aparcar y deja finalmente el automóvil ahí quieto, pensando que tal vez sea al coche y no a él a quien desean un feliz descanso. Al pagar en caja, el conductor se pregunta si no deberían haber escrito también «feliz cobro» (o «feliz saqueo», tal vez) más que nada por coherencia lingüística.

Publicado en 'Juego de Palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 8.12.07.

5 de diciembre de 2007

Sin artículos

Aprendimos de pequeños que los nombres propios de persona no deben llevar artículo: Antonio, no «el Antonio»; Mercedes, no «la Mercedes». El empleo del artículo constituye un vulgarismo que empequeñece, subestima y ofende al mencionado. Tal vez por eso en el habla actual va dejando de acompañar a determinados sustantivos comunes. Ya es normal oír expresiones como «Voy a resolver unos asuntos en Diputación» o «Fuentes de Gobierno informan de la apertura de negociaciones». Aquí la Diputación y el Gobierno parecen no sólo quedar personificados, sino adquirir cierto rango de nobleza precisamente por la omisión del necesario determinante artículo. Bien, al fin y al cabo se trata de instituciones a las que los ciudadanos profesan alguna forma de respeto, como si se tratase de personas distinguidas. Hay, por así decirlo, un factor psicológico que explica el error. Donde resulta menos comprensible es en otras situaciones corrientes en las que el nombre despojado de artículo designa un lugar, espacio o dependencia común y corriente. Ocurre mucho en el lenguaje de la burocracia administrativa («Persónese en Secretaría», «Hemos recibido un informe de Inspección», en vez de «la Secretaría» o «la Inspección»), que probablemente ha inspirado a los hablantes en otros ámbitos donde la supresión del artículo ya es vicio habitual. «Abonen sus compras en caja», advierte el rótulo de un comercio. «Te necesitamos en plató dentro de una hora», dice la voz de un anuncio. «Acceso a comedor», se lee en un bar-restaurante. «Pidan información en mostrador», en una tienda. ¿Será que el artículo está llamado a desaparecer?

Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 24.11.07.