20 de noviembre de 2007

PAVO


Un pavo no es sólo el ave galliforme de negruzco plumaje y extraña cabeza que nos visita en las navidades. El término «pavo» ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo otros significados, y entre ellos el de «moneda de cinco pesetas». Hasta no producirse la europeización monetaria, en el argot común un pavo equivalía a «un duro» desde la lejana época en que ambas cosas sólo estaban al alcance de los más privilegiados. Ahora la Dirección General de Tráfico ha dado un nuevo impulso a la palabra merced a una campaña publicitaria que la emplea como leit-motiv. En síntesis todo se reduce a lo siguiente: los jóvenes menores de 25 años que aspiren a obtener el permiso de conducir podrán disponer de un crédito que sólo les obligue a pagar un pavo al día. Pero aquí el pavo se ha encarecido; en vez de un duro, vale un euro. El nuevo referente semántico del vocablo (pavo=euro) no es invención de las autoridades, pues ya está relativamente consolidado en el habla de la calle. Lo que llama la atención es esa creciente tendencia al coleguismo idiomático que manifiestan los gobernantes cada vez que se dirigen a la gente joven. Les ofrecían viviendas a las que llamaban «quelis» y ahora carnés de conducir por un «pavo» diario. Quizá nadie ha tenido en cuenta que también «pavo» es sinónimo de soso o parado, y que en la jerga marginal significa «incauto, víctima de un robo o una estafa» (véase el Diccionario del argot de Víctor León). A la vista de los anuncios televisivos de la DGT, se diría que sus jóvenes destinatarios quedan incluidos en esta última acepción. Son los inconvenientes de la polisemia.

Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 17.11.07.

Ya es una batalla perdida, y aquí está la prueba. Ocupando todo el titular en el periódico de mayor tirada de España. Tarde o temprano tenía que suceder que ese maldito punto y final ganara la partida al pobre pero correcto punto final.

14 de noviembre de 2007

Eufemismos en pareja



Las dos caras de ese proceloso asunto que es la vida conyugal reflejadas en sendos eufemismos: uno para el encuentro y otro para la despedida, uno para el amor y otro para el desamor, uno para el «¿estudias o trabajas?» y otro para el «ahí te quedas», uno para la petición de mano y otro para el puntapié:

«Entonces supe que lo que debía hacer era invitarle a un proyecto vital compartido»

«La Zarzuela anuncia el cese temporal de la convivencia matrimonial»

Las cosas del querer son a veces complicadas, pero anda que las palabras...

6 de noviembre de 2007

'MIGRATA'

Una pintada en las cercanías de la localidad navarra de Peralta (llamada así desde época romana por la ‘piedra alta’ que se levanta sobre la espalda del pueblo) retoca el topónimo y lo convierte en Perualta. La u epentética no es producto de la confusión. Se trata de un deliberado engaño verbal que alude a la abundante presencia de población inmigrante en el lugar. Peruanos, ecuatorianos, marroquíes, rumanos, tanto da; la xenofobia no suele ir muy ligada al dominio de la geografía. Abundan estos juegos de creación léxica empleados por el aborigen para señalar al llegado, para mirarle por encima del hombro, para expresarle su desprecio. Para los andinos de pequeña estatura se ha ideado «payoponi», un compuesto de dos lexemas: el uno racista («payo»), el otro zoológico («poney»). Apenas instaladas en España las primeras cohortes de latinoamericanos ya se les había adjudicado el oprobioso apocopado de «sudacas». Ahora empieza a oírse «migrata», una especie de derivado genérico del término «inmigrante» primero reducido a su raíz más elemental y luego completado por el sufijo –ata (que, como en «negrata», arrastra una visible carga de desprecio). La boca que insulta considera «migratas» sin distinción a todos los venidos de fuera para buscar trabajo, para salir adelante, para sobrevivir. Son «migratas» porque molestan, como un incómodo dolor de cabeza pero sin ñ. Son «migratas» porque llamándoles así parece más fácil justificar el oprobio y la condena que recaen sobre ellos. Qué lástima, tanto desperdicio de agudeza verbal puesta al servicio de la intolerancia.

(Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 3.11.07)