23 de octubre de 2007

La Z


Una letra del alfabeto es un símbolo igual que lo es una bandera. Y los símbolos pertenecen a toda la colectividad que se siente representado en ellos o se comunica a través de ellos. Por eso nadie puede adueñarse de los símbolos, sean banderas, sean letras. Ni adueñarse, ni menos todavía hacer un uso indebido del signo correspondiente. Para las banderas hay una ley que establece normas, obligaciones y protocolos. Para las letras está esa parte de la Gramática que conocemos como Ortografía. ¿Está autorizado un presidente de Gobierno a saltarse las reglas ortográficas jactándose además de hacerlo? Yo diría que no, pero quizá soy demasiado escrupuloso. A quienes sostenemos que la acción política debe contener algo de pedagogía nos cuesta admitir ciertas licencias porque siempre tememos que los niños vayan a tomar nota, y más si las ven reflejadas en un vídeo cuyo protagonista adopta la actitud del buen padre emisor de consejos. En un país donde el idioma se despeña en caída libre empujado por las patadas que le propinan sus usuarios más conspicuos, sembrar confusiones sobre el empleo de la zeta es una frivolidad imperdonable. Pero por lo visto la campaña electoral del presidente Zapatero se va a apoyar en eso: en la Z inicial de su segundo apellido, elevada a la categoría de emblema y logotipo y colocada a tal fin allá donde no debiera estar, cerrando palabras como modernidad, seguridad, equidad, lealtad, solidaridad, humildad o verdad. Se ha lucido el asesor de turno con su ocurrencia. Los atribulados profesores de escuelas, colegios e institutos se estarán preguntando ahora con qué autoridad (con d) podrán reprender a los estudiantes que cometan esos errores de prosodia y de escritura si el presidente del Gobierno tiene a gala incurrir en el mismo defecto. Desde hace mucho tiempo estamos acostumbrados a que todas las campañas electorales sean campañas de imagen. Sabemos que las formas importan más que los contenidos. Que se trata de seducir y no de convencer, de atraer y no de razonar. La campaña que nos viene ya parece apuntar no sólo en esa dirección, sino en el reforzamiento del culto a la personalidad. Un Rajoy envarado, solemne y señorial frente a un Rodríguez Zapatero desenvuelto, jovial y simpático. Uno, arropado en la bandera; el otro, catapultado por una zeta puesta en todas partes como estocada de El Zorro. ¿No tiene todo esto algo de mensaje para tontos? ¿No será esta zeta despendolada el símbolo de otra cosa, de una especie de llamada a la zafiedad, a la ligereza, a la puerilización de la política? Ya digo que tal vez exagero, pero cada uno es hijo de sus debilidades y una de las mías es el respeto por el idioma. Y además, no olviden que también zoquete se escribe con zeta.


Publicado en El Correo, 20.10.07, y en El Norte de Castilla, 21.10.07.

22 de octubre de 2007

Indecentes


Es probable que los oficios relacionados con la enseñanza hayan perdido su antiguo prestigio. Los ejerce gente de poco fiar. Presentarse en público como profesor, o administrativo, o bedel de un instituto ya no inspira respeto como antaño, sino lástima y desdén. Pero al menos hasta ahora nadie dudaba de la decencia de quienes desempeñaban estas tareas. Todo se andará, dijo alguno. Bien, profecía cumplida.

(Diario de Noticias, 20 de octubre de 2007)

Pero no tiren piedras todavía. Esperen a ver esto. Unos meses antes de que lo escribieran en un pie de foto de un periódico local, el Boletín Oficial del Estado ya había acuñado la expresión al publicar una resolución relativa a los salarios del personal universitario:



(Gracias a R.)

15 de octubre de 2007

VISTO PARA SENTENCIA


Una de las numerosas contribuciones del lenguaje jurídico a la lengua común es la fórmula «visto para sentencia». Indica que un hecho, una acción o un proceso han llegado a su término, después de haber atravesado diversas fases y únicamente a la espera de la conclusión definitiva, esto es, la determinada por la «sentencia» del juez. Como ocurre en los juicios de los tribunales, ante lo que está «visto para sentencia» ya no caben pruebas ni argumentos, sino sólo algo que ya queda fuera del alcance del afectado. El estudiante hace el examen y a partir de ese instante empieza a actuar la maquinaria que le concederá el aprobado o le castigará con el suspenso. Hasta que aparezca la nota, el juicio está «visto para sentencia», al igual que en cualesquiera otras acciones o decisiones donde ya no cabe marcha atrás ni hay vuelta de hoja. Pero con frecuencia la expresión es aplicada impropiamente a cualquier hecho acabado, esté o no pendiente de una resolución final. En el lenguaje deportivo ya se ha convertido en un tópico de cronistas y redactores, para quienes todo partido, combate, disputa o encuentro queda «visto para sentencia» al sonar el pitido final, pese a que la sentencia ya está dada en el marcador correspondiente. Bien es verdad que en materia de errores idiomáticos todo es susceptible de empeorar. Y la última vuelta de tuerca consiste en cambiar el participio visto por su parónimo listo. Aparecía escrito en el relato de un reciente encuentro de fútbol: «en el minuto 92 el partido queda listo para sentencia». Con lo sencillo que sería decir que el partido «acaba», sin más.


(Publicado en El Correo, 10.10.07)

9 de octubre de 2007

Depende


La variopinta y confusa familia léxica del verbo depender. Y es que, como canta Pau Donés, todo depende.
(Viñeta de El Roto, El País, 8.10.07)

8 de octubre de 2007

Una víctima un poquito acribillada


¿Es posible acribillar a una persona de un solo balazo? La historia del crimen está cargada de misterios sin resolver. He aquí uno de ellos: cómo puede ser que un solo proyectil llenase de agujeros el cuerpo de una persona.

4 de octubre de 2007

COMPARATIVA


Nadie hace ya comparaciones. Todo son «comparativas». En las revistas de consumo publican «comparativas de precios» de distintas cadenas de supermercados. Las encuestas de los sociólogos ofrecen «comparativas de intención de voto». Los fabricantes de automóviles recurren en su publicidad a «comparativas de prestaciones» entre sus vehículos y otros de distintas marcas. La acción de examinar alternativamente dos o más cosas para encontrar sus semejanzas y sus diferencias está dejando de llamarse «comparación» porque en su lugar los hablantes del neoespañol prefieren «comparativa». Es cierto que la sustantivación del adjetivo mediante la omisión del nombre en grupos nominales —«el móvil» en lugar de «el teléfono móvil», «los humanos» en vez de «los seres humanos»— resulta un procedimiento tan extendido como eficaz. Si al hablar de «comparativa» entendemos «tabla comparativa», «guía comparativa» o «muestra comparativa», nada habría que oponer a esta novedad. Sin embargo no parece probable que se trate de una simple sustantivación; de ser así, habría tantos «comparativos» (cuadros, estudios, análisis comparativos, en masculino) como «comparativas» en femenino. Es algo que no ocurre en ningún punto del ámbito hispanohablante, excepción hecha de México donde prefieren «los comparativos». Propongo al lector que confronte los periódicos de ahora con los de diez años atrás. Observará que hoy las «comparativas» se imponen abusiva y abrumadoramente sobre las casi desaparecidas «comparaciones». ¿Será porque hemos tomado al pie de la letra aquello de que todas las comparaciones son odiosas?


Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 3.10.07.

1 de octubre de 2007

EMÉRITO


Emiliano es, sin duda, una gloria del baloncesto. Pero su ejecutoria bajo la canasta no le puede hacer acreedor del título de Presidente Emérito del Real Madrid tal como indica la noticia. Nadie que no haya ejercido antes el cargo o empleo correspondiente puede convertirse en emérito, por la sencilla razón de que no se ha jubilado previamente de ese puesto. Quizá este breve texto lo explique mejor:


Oficialmente, la condición de «emérito» no se contrae necesariamente por «méritos», aunque las dos palabras guarden entre sí un claro vínculo etimológico. Hay profesores eméritos de escasa valía y los hay que, siendo reconocidas autoridades en su área o disciplina, no han alcanzado esa supuesta distinción. Y decimos «supuesta» porque sólo se llega a emérito al alcanzar una determinada edad. Es «emérita» en su oficio o cargo la persona jubilada a la que se le mantiene en su trabajo más allá del tiempo establecido. El Diccionario académico, no obstante, concede al adjetivo un cierto nimbo de prestigio (tal vez por efecto de la proverbial asociación mental entre vejez y honor o sabiduría) al indicar que se aplica a la «persona retirada de un empleo o cargo y disfruta de algún premio por sus buenos servicios». Abundan los profesionales de diversos ramos que aprovechan esa ambigüedad y se autotitulan «eméritos» como quien se cuelga una medalla o espera un trato distinguido. Otros, en cambio, huyen del término temerosos de ser considerados decrépitos, gastados o inútiles. Y es que hay eméritos cargados de méritos y eméritos que estarían mucho mejor gozando de su jubilación. Al fin y al cabo, también uno de los lugares comunes del idioma habla de «merecido descanso». Pero considerándolo desde el punto de vista semántico tal vez conviniera volver a los orígenes, y adjudicar el rango de «emérito» no a todos los jubilados que continúan en su empleo, como se hace ahora, sino sólo a los más valiosos y dignos de reconocimiento.

Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 26.9.07.