29 de agosto de 2007

El juicio final del lenguaje



El lenguaje nos juzga, escribió una vez Francisco Umbral. Una máxima que muchos escritores deberían llevar anotada en la frente para no olvidarla, y que Umbral aplicó a su vida y su labor por encima de todo. Quizá lo mejor que se puede decir de un literato una vez encaminado hacia la posteridad, lo que lo perpetúa y le redime de cualquier delito que haya podido cometer a punta de pluma, es algo tan simple como que le gustaba escribir. Y a Umbral le gustaba escribir. Amaba su oficio. Le encantaba esta extraña manía de poner una palabra detrás de otra, siempre que se cumplieran ciertas reglas, naturalmente. Y la primera de todas era el estilo.

El estilo en la escritura y también en la vida. Porque es cierto que el Francisco Umbral columnista, memorialista, novelista, creó un personaje Francisco Umbral que le acompañaba como una sombra alargada. Era el producto de una indisimulada vanidad sin la cual tal vez no se puede entender la peripecia literaria de Francisco Pérez Martínez, aquel muchacho de Valladolid llegado un día al café Gijón decidido a conquistar un lugar en la sociedad cultural por cualquier medio. Parte de la operación consistía en cultivar una especie de malditismo mesetario entre dandy y cañí que tal vez le abriera ciertas puertas, entre ellas la de la fama popular, pero que acabaría pasándole factura.

En este país donde se lee tan poco, la mayoría de la gente conoció a Umbral a través de los caricatos que impostaban su voz de ultratumba, se calzaban unas gafas de pasta y una bufanda blanca y decían dos o tres frases de repertorio sacadas de sus momentos estelares en la televisión. Ese fue el precio que hubo de pagar por la puesta en escena del personaje Umbral. Pero al lado de todo eso había una prosa formidable labrada día a día en las columnas de prensa y año a año en la continuidad de sus libros vertiginosos y desiguales. Nadie con un mínimo de criterio podrá negar la conmovedora maestría de Mortal y Rosa, la agudeza de Las palabras de la tribu o de La leyenda del César Visionario, la emoción evocadora de El hijo de Greta Garbo, el valor testimonial de Travesía de Madrid, por destacar ahora sólo algunos de sus libros.

Todos los que crecimos en el columnismo a la sombra de Umbral –los entonces jóvenes de lo que el llamó la coleguidad- hemos bebido de su ejemplo de manera directa o indirecta. Hubo una época en que florecieron por doquier umbralitos que imitaban sus binomios con barra, sus latiguillos coloquiales, sus neologismos audaces y sus hipérboles barrocas. Otros preferían –preferíamos- mirar más en profundidad para intentar aprender algo de su lirismo, de su audacia, de su constancia y sobre todo de su amor al idioma. Sigue siendo un enigma que la Academia no acogiera en su seno al principal prestidigitador de las palabras del siglo XX, después de Valle-Inclán, pese a contar entre sus admiradores con un padrino de la influencia de Lázaro Carreter.

Umbral fue un clásico que jugaba a ser moderno, un apolíneo disfrazado de dionisíaco, un sentimental con apariencia de cínico. Rezumaba literatura por todos sus poros, ya fuera en la frivolidad de una crónica de sociedad, ya en el atormentado ensimismamiento de una novela intimista. Hoy, más allá de excesos, de tropiezos y de contradicciones, la figura de Francisco Umbral se levanta imponente sobre el paisaje de nuestras letras de una larga época. El juicio final del lenguaje lo absolverá de sus culpas y pondrá en claro sus méritos.

(Publicado en Diario de Navarra, 29.8.07)

27 de agosto de 2007

A vueltas con el género



Al parecer el femenino de repartidor no es repartidora, sino «repartidar». Los nuevos códigos del castellano sin género imponen fórmulas como ésta de los morfemas con el signo @ que en apariencia resultan útiles pero pueden conducir a la ridiculez. Pero no importa: los dueños de la pizzería donde se ha colocado el aviso tendrán la conciencia tranquila. Aunque ofrezcan empleos precarios con contratos basura, nadie podrá condenarlos por discriminar a la mujer.

Obsérvese en cambio la siguiente demostración de cómo usar adecuadamente la a y la o en los rótulos públicos:




(Gracias a S. y a P. por las imágenes)

22 de agosto de 2007

*TRAYAZOS


Antiguamente lo mejor de la tauromaquia eran sus cronistas. El estilo, vivo. El léxico, variado y preciso. La prosa, elegante incluso cuando se deslizaba hacia el casticismo. La mayoría de las crónicas taurinas de hoy están fraguadas con una prosa tan diabólica que parecen destinadas a hacernos compartir el sufrimiento de los animales: ellos, acribillados por los yerros del torero y su cuadrilla; nosotros, testigos de los estragos que se cometen con el idioma. Lo de aquí arriba es una simple muestra. No solamente llaman la atención esos *trayazos del titular, sino que la entradilla, el pie de foto y casi todo el cuerpo del texto piden a gritos el aviso de la presidencia y hasta la sanción gubernativa para el siniestro, mejor que diestro.


(Diario Marca, 22 de agosto de 2007)

17 de agosto de 2007

Bares, qué lugares


Seguramente ustedes también habrán observado el cambio de tendencias en la última década para la elección de nombres para bares, tabernas, cafeterías y otros establecimientos similares. El desternillablog plantea el asunto con interesantes reflexiones y amplio aparato documental y gráfico. Les recomiendo que le echen una ojeada, incluidos los comentarios. Está visto que este país andamos sobrados de ingenio cuando se nos pone entre botellas.

16 de agosto de 2007

MUERTE NATURAL


Bien mirado, si te atropella un coche no hay cosa más natural que morirse, incluso si eres un oso. El concepto de muerte natural, tal como lo entienden la ciencia médica y los forenses, es demasiado estrecho. El nuevo periodismo ensancha sus límites aprovechando que en verano los filólogos y los profesores de lengua no están de guardia. Muerte natural a consecuencia de un atropello, está bien. Y mejor aún la aclaración de que la osa Franska «era polémica». Brillante.

15 de agosto de 2007

BARCO NODRIZA


La inmigración ilegal por vía marítima ha aportado nuevos términos a nuestro léxico. Primero fue la patera, más tarde el cayuco y ahora el barco nodriza. Parece ser que las barquichuelas que llegan a algunos lugares de la cosa no provienen de litorales lejanos, sino que son transportadas por barcos más grandes que las descargan a poca distancia de la orilla. A esas naves transportadoras las empiezan a llamar «barco nodriza». Pero ¿qué nodriza traficaría con sus criaturas y las dejaría expuestas a los elementos? Los propietarios de estos barcos no nutren de nada, sino tal vez hacen lo contrario: abandonan a aquellos a quienes han llevado en su regazo.

14 de agosto de 2007

La reina de las palabrotas


La palabra «está tan desprestigiada que ni siquiera nuestro goloso Diccionario de la Real Academia la recoge. Y me parece completamente injusto tratándose de una de las pocas expresiones que ha perdurado desde hace más de diez siglos con escasa variación tanto en su forma como en su significado, desde aquel “hideputa” que podíamos encontrar ya en textos clásicos de los albores de nuestra literatura, hasta los actuales “joputa” e “híoputa”, con todo su espectro de valores intermedios (“jodeputa”, “hiputa”, “quijjjodeputa” y muchos otros), distribuidos más o menos uniformemente por la geografía nacional e incluso local, ya que, como todo el mundo sabe, la hijoputez va por barrios». Es lo que explica con acierto Otis B. Driftwood en su hilarante bitácora. Una reflexión léxico-sociológica muy aguda.

1 de agosto de 2007

Malapropismos


Para empezar agosto con una larga carcajada, Juan Bas publica hoy un artículo lleno de divertidos malapropismos. Que se diviertan.
(La imagen, de Mrs. Malaprop en The Rivals)