28 de marzo de 2007

*APESADUMBRAMIENTO


Este joven de la foto, enfurecido anteayer hasta el grado de propinar una coz en la entrepierna a Antonio Aguirre, es hoy un hombre arrepentido cuyo estado de ánimo ha descrito Iñigo Urkullu, portavoz del PNV, con las siguientes palabras: pesar y apesadumbramiento. Quién no siente pesar cuando se da cuenta de que ha metido la pata (y, en este caso, cuando se da cuenta también de dónde la fue a meter). Lo singular, lo excepcional del caso, lo que a juicio de Urkullu le exime de cargos y culpas y justifica de sobra que su partido ni siquiera se haya planteado abrirle un expediente, es esa acumulación de prefijos y de sufijos que salta las fronteras de los diccionarios para indicar la hondura de su sentir: apesadumbramiento. He aquí un hombre apesadumbramentado. No me digan que no inspira cierta compasión.

27 de marzo de 2007

UN BLEDO



Entre las frases más famosas del cine está la que Rhett Butler asesta a Scarlett O’Hara en las escenas finales de Lo que el viento se llevó: «Francamente, querida, me importa un bledo» («I don’t give a damn», en inglés). Todos entendemos la expresión, pero pocos son saben qué es un «bledo». Algo insignificante y sin valor, se supone, puesto que «no importar un bledo» actúa como fórmula de desplante, rechazo o indiferencia. Sin embargo el bledo, al decir de quienes saben de estas cosas, es una planta comestible de notables propiedades nutritivas pese a lo insípido de sus hojas. Tal vez nuestros antiguos no apreciaron sus virtudes y sólo vieron en el bledo una hierba silvestre de la que no podía sacarse provecho alguno. Curiosamente, el español abunda en frases negativas de este tipo con el verbo «importar» al que acompaña el nombre de un vegetal. Donde unos dicen «bledo» otros ponen «comino», que parece más justificado por el tamaño de las semillas de esta planta usada como condimento. Otros prefieren decir «me importa un rábano», de donde se deduce que en otros tiempos tampoco esta raíz hacía las delicias de la gente. Lo mismo ocurriría con el «pepino», y es de suponer que también el desprecio alcanzaba al «pimiento». Bledo, comino, rábano, pepino o pimiento son términos intercambiables que cumplen la misma función en la frase. Lo digno de anotar es que el «Me importa un...» raras veces sale fuera del reino vegetal (salvo con «pito» y alguna que otra voz más escatológica). Una cuestión menor –un bledo-, pero también un pequeño misterio más de nuestra lengua.


Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 19.3.07.

22 de marzo de 2007

PRIMAVERA


Antiguamente, cuando el paso del tiempo no estaba sometido al decreto de los calendarios y sí al dictado de los fenómenos naturales, la sabiduría popular no distinguía cuatro estaciones del año, sino cinco. La primavera era la más corta, una especie de apeadero en torno al equinoccio de marzo, situado entre los rigores del invierno (el hiems latino) y el esplendor del verano (ver), que a su vez precedía al estío o canícula, la época de los grandes calores. Y luego vendría el otoño.


Como a Josep Pla, a mí también me parece una apreciación muy fina y muy apropiada para la admirable rareza de estas fechas equinocciales. Prima vera, deformación en latín vulgar del clásico primo vere, o sea, ‘en el principio del verano’, era un concepto literario y poético que captaba con precisión unos matices que el calendario gregoriano, con su despótico cientifismo, acabaría eliminando. Prueba de que el «verano» de antaño no era el de ahora es el añejo refrán Una golondrina no hace verano, que se remonta a Aristóteles: todos saben que las golondrinas llegan mucho antes de lo que conocemos por verano. Pero vayamos a la autoridad de Cervantes, siempre de fiar: «Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar lo escusado; antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda; la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua» (Quijote, 2, LIII).

21 de marzo de 2007

Despacio


El poder persuasivo de la palabra. Puede ser una idea para próximas campañas de la DGT.



(Gracias a P.)

Temperaturas sensacionales


Es verdad que el frío o el calor son sensaciones subjetivas que dependen de diversos factores. Lo que para unos es un día templadito puede ser vivido por otros como un tiempo insoportablemente siberiano. Hay gente que dice achicharrarse cuando el termómetro no marca más de 20 grados. Lo que no admite discusión es la temperatura, que la dan los números con su desapasionada objetividad, sin sensaciones que valgan. ¿Qué demonios será entonces eso de tener «sensaciones de temperaturas bajo cero»?
(Primera plana de Qué!, edición de Zaragoza, 21.3.07)
(Post-post: después de lo que explican más abajo Sergio y dalet en sus bien documentados comentarios -gracias a ambos- casi quedo convencido de que puede hablarse con toda propiedad de "sensación térmica" precisada en una temperatura concreta. Pero en todo caso sería "sensación", en singular; tengo la impresión de que el plural "sensaciones", como pone el titular, traspasa los límites del idioma).

"PEN DRIVE"


El llamado «pen drive USB» que ya todos usamos quizá sea el cacharrito con nombre más difícil de traducir al español. En el foro TIC del Centro Virtual Cervantes se llegó a plantear la discusión y los foristas no consiguieron ponerse de acuerdo. Tampoco las fuerzas de vigilancia y protección del idioma han tenido a bien dar pautas al respecto. Yo me inclinaría por «lápiz de memoria» o «memoria portátil», pero reconozco que son sintagmas largos y por tanto poco económicos. Nos queda el consuelo de pensar que tampoco los anglosajones aciertan a llamarlo de una sola forma. He aquí algunas de sus variantes en inglés: flash drive, USB key, USB memory key, jump drive, keydrive, thumb drive, USB stick... Como puede verse, las hay para todos los gustos y con todos los aspectos: 1, 2, 3...

16 de marzo de 2007

ARGUMENTARIO


Otra palabra muy oída últimamente en el lenguaje de los políticos y que no se puede encontrar en los diccionarios: «argumentario». Al parecer no basta con «argumentación», que viene a significar «conjunto de argumentos usados para defender una tesis propia o rechazar una tesis del contrario». Y es que el argumentario no siempre contiene ‘argumentos’ en sentido estricto, sino consignas, instrucciones, órdenes, munición retórica para disparar al contrincante. El vocablo ya se usaba en el lenguaje del mercadeo, de donde seguramente proviene. Un argumentario era y es un esquema escrito que se facilita a los vendedores con la finalidad de que convenzan al cliente no sólo con razones para la compra, sino con las respuestas oportunas a las posibles objeciones que le plantee. Cada mañana, los cerebros de los partidos políticos elaboran un manual de instrucciones, un catecismo de doctrina, una guía de estrategia verbal que es distribuida entre dirigentes y militantes para que éstos la hagan suya con sumisión ovina. Provistos de ese bagaje de ideas, salen a la calle, acuden a las tertulias radiofónicas y televisivas, redactan sus artículos y responden a las entrevistas de rigor. Los «argumentarios» tienen la ventaja de que evitan la engorrosa tarea de pensar con cabeza propia, aunque también el inconveniente de que no alcanzan a cubrir todos los imprevistos, especialmente si se tiene en cuenta que en el frente opuesto también fabrican materiales del mismo tipo. Pero hoy día, en política, sin un argumentario estás perdido. Especialmente en tiempos de campaña electoral.

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 14.3.07.

13 de marzo de 2007

"CREPÚSCULOS"


No me resisto a colocar aquí un enlace a la perla que ha descubierto Perroantonio: los «bloques y crepúsculos de extrema derecha». Ojalá los grupúsculos de extrema derecha fueran organizaciones en decadencia, o sea, crepusculares. Claro que también hay crepúsculos matutinos, que son justo lo contrario. Cualquiera sabe.

12 de marzo de 2007

Verbos hostiles


No bastaba con «lanzar una OPA». La Economía es la guardiana del sagrado fuego de las palabras, y si ha decidido fraguar en sus hornos otro neologismo nadie podrá resistirse. Así que vayan haciéndose a la idea, porque o mucho me equivoco o van a oír estos verbos más de una vez en el futuro inmediato. Háganles sitio a opar y contraopar, aunque suenen un poco a...

BOTA MALAYA


Así era conocido un antiguo instrumento de tortura. La «bota malaya» consistía en un artilugio a modo de molde donde quedaba encajado el pie del reo. Mediante un sistema de prensado a base de palancas, el pie era comprimido poco a poco, se iban rompiendo sus huesos y el torturado padecía dolores insoportables. De ahí que hoy se hable de «bota malaya» en sentido figurado para referirse a cualquier daño causado lenta y concienzudamente sobre otro. Pero muchos dicen «gota malaya», alterando la consonante inicial y con ella el referente del dicho. Aluden tal vez al suplicio de la gota: dejar caer lenta pero constantemente gota tras gota de agua fría sobre el cráneo de alguien. Como en materia de crueldad la mente humana no conoce límites, es probable que alguna vez se diera este tipo de tortura; pero le sobra el adjetivo «malaya». Sería en todo caso una versión de la conocida «gota que perfora la piedra», símbolo clásico de la obstinación y de la insistencia, de la pelmacería y la terquedad. Siendo presidente del Gobierno, Felipe González se refirió en cierta ocasión a Pasqual Maragall en tono elogioso como «la gota malaya», destacando así la tenacidad del político catalán a la hora de conseguir sus pretensiones. Algunos sostienen que aquel error lingüístico presidencial consagró la alternancia «bota» / «gota», que hoy en día se inclina muy mayoritariamente por el segundo término, es decir, el equivocado. En su defensa hay que admitir que no carece de sentido ni de expresividad. Pero quede constancia de que malaya, lo que se dice malaya, no es la «gota», sino solo la «bota».

Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 7.3.07.

11 de marzo de 2007

*OVISPO



La viñeta fue publicada en la edición de El País del domingo 4 de marzo. Presentaba dos faltas de ortografía tan clamorosas y tan próximas la una a la otra que el lector ingenuo las atribuyó a alguna oculta intención humorística. No todo el mundo sabe coger los chistes y, cuando eso ocurre, lo mejor es mantenerse callado para no parecer idiota. Sin embargo siete días después el ombudsman del periódico admite que fue una doble metedura de pata del dibujante y éste, con un gracejo muy profesional, entona el mea culpa: «Después de la caricatura de Mahoma, quizá ésta haya sido la provocación más grave hecha por un humorista gráfico y, por ello, juro y prometo no volver a escribir obispo con v».

7 de marzo de 2007

*Teätro


Calderón de la Barca fue un adelantado de las artes escénicas. Aparte de reconocer el valor de sus piezas más celebradas, algunos le consideran el precursor del teatro musical español. Por eso, si Calderón levantara la cabeza no se disgustaría al ver que en el teatro madrileño que lleva su nombre se estrenan montajes de pop y rock. Tal vez tampoco le importase demasiado el reciente cambio de denominación del local, que ahora le hermana con una conocida marca de helados. Es el signo de los tiempos. Pero lo que don Pedro Calderón de la Barca no habría consentido en modo alguno es que en los rótulos luminosos de ese teatro se leyera Teätro.

6 de marzo de 2007

"ZURZULLUDO"




La última entrada del hilarante Diccionario de Coll era el término zurzulludo, que el autor definía de la siguiente manera: «Zurzulludo.- Nada, absolutamente nada. Así que hemos acabado».

La vida de José Luis Coll ha llegado hoy a su zurzulludo. Descanse en paz.

PROGRESÍA


Todo el mundo habla ahora de «progresía», pero pocos adivinarían la génesis del término. El indispensable Juan Cueto estaba en el lugar del parto y lo ha contado en un artículo de El País Semanal:


«Perdonen el tonillo de abuelete, pero conozco muy bien cómo, cuándo, dónde y por qué se inventó la palabra “progresía”, y la mayoría de sus usuarios se llevará una sorpresa. Todo ocurrió una noche en el Bocaccio de Barcelona, a finales de los ochenta, en una reunión muy transversal en la que estábamos Félix de Azúa, Eugenio Trías, Rosa y Oriol Regàs, Gonzalo Suárez y un servidor. Andábamos divertidamente indignados por el uso y abuso que cierta izquierda española estaba haciendo entonces de algunos valores progresistas y que había elevado precipitada y paletamente a imperativo kantiano. De repente se nos ocurrió el palabro para nombrar y criticar de un plumazo a aquellas otras mitologías que competían con las de la burguesía desde el lado opuesto. Y encargamos a Gonzalo Suárez que divulgara nuestro alcohólico hallazgo lingüístico en la revista de Haro Tecglen. Así fue como exactamente nació y se extendió la dichosa palabra en los dos epicentros de la progresía (Bocaccio y Triunfo) hasta convertirse en el insulto dominante de la blogosfera, cuando resulta que precisamente nació como divertida autocrítica».

(La caricatura del autor, copiada de un viejo y supongo que inencontrable libro de Fernando Poblet –otro que tal bailaba-: Guía indiscreta de Gijón, 1980)

4 de marzo de 2007

PONERSE LAS PILAS

«Hay que ponerse las pilas», requirió días pasados Mariano Rajoy a sus leales, con motivo de la presentación del programa electoral del PP. Fue un buen modo de exhortarles a la actividad. «Ponerse las pilas» ha pasado a ser una expresión triunfante que, pese a su condición de giro coloquial, ya no desentona en discursos políticos ni en otras situaciones comunicativas formales. El profesor invita a los estudiantes a ponerse las pilas cuando se acerca el tiempo de exámenes. El director de escena sugiere a los actores que se pongan las pilas el día en que remolonean en los ensayos. A estas alturas de la Liga, entrenadores y afición de los equipos en zona de peligro exigen a sus jugadores que asimismo se pongan las pilas para no verse condenados al descenso de categoría. De todas las locuciones metafóricas extraídas del campo tecnológico, tal vez ésta sea la más consolidada en el español actual. En menor medida, también decimos con frecuencia «cargar las pilas»: es lo mismo que recuperarse de la fatiga física y mental, especialmente de la ocasionada por el exceso de trabajo. Unos se toman vacaciones para cargar las pilas y otros reanudan la actividad laboral poniéndose las pilas. Cuestión de energía, al fin y al cabo. Bien es verdad que, al igual que las pilas eléctricas contaminan la naturaleza, con tanta pila en danza podemos acabar perjudicando el medio ambiente idiomático, que no tolera bien el abuso de tópicos. No estaría mal alternar de vez en cuando «ponerse las pilas» con «hacer esfuerzos», «tomar en serio», «poner empeño», «actuar con decisión» o «tirar por la calle de en medio», por ejemplo.

Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 28.2.07.