31 de enero de 2007

CONFRONTACIÓN


Todo el mundo habla hoy de «confrontación» dándole a la palabra un sentido negativo que no tiene. No es sinónimo de oposición sistemática, ni de enfrentamiento, ni de riña. Ah, aquellos tiempos en que «confrontar» era «congeniar un persona con otra, tener entre sí cierta simpatía» (Diccionario de Autoridades, 1726).

30 de enero de 2007

*CONYUGUE


Por desgracia, *cónyugue es un error bastante común aunque inexplicable a estas alturas. Lo que ya no abunda es la doble falta de ortografía en la misma palabra: la u y la pérdida de la tilde. Y aquí, además, con el agravante de reincidencia en la misma noticia. Es decir,
que no se trata
de una simple errata.

Alguien dio un toque al periódico y al rato enmendaron
la metedura de pata.

Pero entretanto Aberron capturó la pieza en su redacción original y tuvo el detalle de hacérmela llegar. Copio y pego.

29 de enero de 2007

BOOM, *BUM

(Portada de La Voz de Galicia, 29.1.07)

Aunque se trate de un anglicismo, parece conveniente mantener la grafía boom ('auge') para no confundirla con los incómodos significados del inglés bum (1 y 2). Bien es verdad que el boom inmobiliario y urbanístico hace que mucha gente vaya de culo o que tenga que vivir como vagabundos. O que literalmente haga bum y explote.

Desahogos de cuneta


El surrealismo también reside al borde de la carretera. La imagen muestra algo parecido a un pez grande que se come al chico, un primer insulto en perfecta ortografía, y finalmente el amago de un conjuro feroz y castizo que se sale del cartel llevándose consigo un montón de preguntas. Mecabuen, dice. ¿Contra quiénes irá dirigida esta singular pieza artística? ¿Quién será el pez grande? ¿Quién el chico?


(Carretera N-111 de Soria a Logroño, desvío a Nalda)

28 de enero de 2007

LAPSUS *LINGUE


Si el presidente del Gobierno comete de vez en cuando algún lapsus linguae, es normal que también los cometan –lapsus cálami, y por partida doble- quienes informan del hecho. Cuestión de contagio.

27 de enero de 2007

Ni los más viejos del lugar


Con las primeras nieves salen de los armarios
- las bufandas
- las botas de monte
- las cadenas del coche
- y algún sintagma como «los más viejos del lugar», que parece que sólo se emplea como unidad de medida para calcular el espesor de las nevadas:



Aunque todo se moderniza. Pedro Piqueras, presentador de las Noticias de Tele5, ha hecho uso del giro con una variante socialmente más correcta: «una nevada que no recuerdan ni los más ancianos del lugar».


25 de enero de 2007

MONOLITO


Monolitos de piedra. Caramba.

Zapatero asegura



Zapatero asegura que «quizás» estamos ante la «fase final» del terrorismo de ETA. Extraño titular, pues entre el verbo asegurar y el adverbio quizás hay una cierta incompatibilidad semántica. Pero eso no parece importar demasiado al redactor ni al presidente, una de cuyas habilidades comunicativas consiste en transmitir intuiciones, corazonadas, pálpitos. El conductor del país sigue su hoja de ruta confiando en que el destino le conduzca a buen puerto, como en la «Oración del conductor» del poeta Carlos Murciano:



24 de enero de 2007

BURKINI


No deja de ser irónico que tomando como punto de partida la palabra «bikini» se haya creado otro nombre para designar una rara prenda de baño que cubre el cuerpo de la mujer del tobillo a la cabeza, cabello incluido. Su creadora, la australiana Aeda Zanetti, la ha llamado «burkini» (cruce de «burka» y «bikini»), pues está pensado para las mujeres musulmanas que acostumbran a ir por la calle sepultadas bajo ese siniestro vestido que llaman burka. No es la primera vez que «bikini» sirve para la creación de «palabras portmanteau» referidas a trajes de baño. Al tratarse de una prenda de dos piezas, muchos creyeron que la primera sílaba de «bikini» era un prefijo («bi», es decir: dos o doble) y de ahí sacaron «monokini» (bañador de una sola pieza) y hasta «trikini», éste supuestamente formado por tres elementos: los dos propios del bikini más otro que unía ambos por la parte delantera del cuerpo. Pero el vocablo «bikini» tuvo un origen bien distinto. Era el nombre del atolón del Océano Pacífico donde los Estados Unidos hicieron las primeras pruebas nucleares en los años 40. Alguien pensó tal vez que a un bañador entonces tan «explosivo» le venía bien un topónimo asociado con las bombas. Hasta tal punto hizo fortuna aquel bañador escueto, que no sólo se convirtió en la prenda más común en las playas, sino en un símbolo de libertad y de emancipación femenina. El burka impuesto a las mujeres por el ‘hiyab’ islámico es, por el contrario, un signo de siniestra opresión. Así que asociar el bikini con el burka constituye una especie de contradicción léxica y conceptual.

(Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 24.1.07)

22 de enero de 2007

PSICÓPATA


Los siempre delicados nombres de algunas profesiones...

(Encontrado en flickr por S.)

'GOOGLEAR'


Lejos estaba de imaginar el matemático Edward Kasner que pasaría a la historia no por las cifras, sino por las letras. No por los números, sino por haber inventado una palabra para poner nombre a un número: el 10 elevado a la centésima potencia o, lo que es lo mismo, el 1 seguido de 100 ceros. Lo llamó, allá por 1930, «gogol» (en inglés «googol»), inspirándose en un vocablo del habla infantil pronunciado por un sobrino suyo de corta edad. Pero la palabra iba a llegar mucho más lejos años después, cuando transformada en «google» pasó a convertirse en nombre de marca. La adoptaron los creadores del principal motor de búsqueda de la internet, por asociación entre el número y el gigantesco volumen de datos que maneja Google, el buscador más usado por los internautas. Es precisamente esta hegemonía la que ha dado lugar a otro neologismo: el verbo «googlear» (y sus variantes «guglear» y «goglear»). Por «googlear» se entiende la acción de buscar informaciones a través de Google, pero también se emplea, en sentido más amplio, cuando las pesquisas se hacen mediante otros buscadores. Es, por tanto, un caso más de término basado en un nombre comercial que acaba siendo aplicado a todos los productos –en este caso acciones- del mismo género aunque sean de distinta firma o marca. ¿Tiene sentido preguntarse sobre la oportunidad del vocablo? Habrá quien justifique su existencia, no sin argumentos convincentes. Pero, si los buscadores de la red no hacen otra cosa que buscar, ¿qué necesidad hay de otros verbos? «Buscar en Google» o «buscar» a secas sería suficiente.

(Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 17.1.07)

20 de enero de 2007

Si ellas lo dicen

«No vamos a utilizar todo ese vocabulario y frases hechas que utiliza la clase política» (Ainhoa Aznárez, miembro de Ahotsak y concejal del Partido Socialista en el Ayuntamiento de Pamplona. Declaraciones al Diario de Navarra, 20.1.07)


Se agradece la voluntad de expresarse con otro lenguaje. Tal vez eso es lo que ha impulsado a Ahotsak a emplear en su comunicado del 10 de enero enunciados y giros como los siguientes:

• seguir adelante con el trabajo iniciado y con los compromisos adquiridos
• la violencia estructural que se ejerce
• mostramos nuestra solidaridad
• consecuencia de un conflicto
• construir un proceso de paz
• una realidad de no violencia
• el Diálogo [sic] debe ser la base
• construir consensos políticos
• garantice el ejercicio de derechos y libertades


Así será, si ellas lo dicen. Ciertamente son expresiones originales, llenas de frescura, en los antípodas de la jerga usada por la «clase política».

PALABROFLEXIA


Los estados de violencia no sólo causan daños en las personas. Las bombas no sólo destruyen vidas y bienes. En todas las situaciones de sinrazón y barbarie hay otra víctima que pasa inadvertida: el lenguaje. Una sociedad sana es aquella en la que las palabras significan lo mismo para todo el mundo porque no han sido manoseadas, adulteradas, traídas y llevadas a trompicones por la sinrazón retórica de los usuarios. Es cierto que la política moderna ya nos tiene acostumbrados a las jergas y a las neolenguas en las que cada cual toma de los vocablos el significado que más le conviene. En eso consiste la polisemia, al fin y al cabo. Y para eso están los diccionarios y el fino oído de cada receptor. Dentro de unos límites razonables, el hablante común aprende a desenvolverse entre tanta bulla y sabe que palabras como «ciudadanía», «derechos» o «autoridad» denotan realidades ligeramente diferentes según quien las pronuncie. Pero cuando el ruido de las detonaciones sacude también al lenguaje, no se trata de un simple problema de interpretación. Es un delito de saqueo. La siniestra abertzale y la banda terrorista ya han dado todas las vueltas de turca imaginables a una expresión tan clara en apariencia como «alto el fuego», hasta tratar de hacernos creer que son sus propietarios. Se supone que eso les autoriza a trasladarla al absurdo adjudicándole el significado contrario: el alto el fuego sigue vigente, según ellos, después de haber matado y destruido. Humpty Dumpty no se habría atrevido a tanto. A partir de ahí ya no hay límites. Es posible llamar a cualquier cosa de cualquier modo. Un crimen puede ser un «accidente» y un documento legal en un «papelito». Basta con que alguien decida hacer una lista de palabras proscritas para que éstas ya queden inservibles. Pero por eso mismo, por no caer en las mismas vilezas que los terroristas y sus comparsas, sería bueno que nadie osara adueñarse de ningún término. ¿Por qué entonces palabras como «paz», «diálogo» o «libertad» han caído tan bajo que son subastadas en el mercado de los intereses partidistas y puestas a la altura de una pancarta? No creo que nadie pueda arrogarse la propiedad del término «diálogo», que si a alguien pertenece tendría que ser al viejo Platón. Si tuviera dudas sobre el significado de «paz», lo buscaría en Gandhi y no en unos politicuchos del tres al cuarto que han decidido condenarla al silencio. Tampoco me explico que después de Éluard y de Moustaki haya quien se atreva a apropiarse de «libertad». El peor efecto colateral de las bombas, después de las vidas humanas, son las palabras que dejan sepultadas entre escombros y las que, botín de guerra, acaban expoliadas por los amigos de la palabroflexia.


Publicado en El Correo, 13.1.07, y en El Norte de Castilla, 14.1.07.
(Imagen: William Hogarth, La visita del charlatán, 1743)

Vuelta a las andadas

«Volver a las andadas» es reincidir en un mal hábito que ya se había abandonado. Pero éste no quedó aplazado por nocivo, sino porque otros asuntos más vitales reclamaban la atención del caminante, que ahora vuelve a emprender el camino. Gracias a los que se han interesado, perdón por la pausa y adelante con los faroles.

7 de enero de 2007

DÍADA


Una díada es una pareja de cosas vinculadas entre sí. No existe la *díada de Reyes, salvo en el juego del mus: pero entonces es mejor decir «pares». Y tampoco sirve la excusa del falso amigo catalán, porque en la lengua de Verdaguer «diada» (día señalado en que se celebra una fiesta popular o solemne) se escribe sin tilde.

(La noticia, publicada en El País del 7 de enero de 2007, informa de la concesión del premio Nadal el día de Reyes a F. Benítez Reyes por una novela donde se narra el robo de las reliquias de los Reyes). Eso sería una tríada.

4 de enero de 2007

AGUINALDO


Uno de los vocablos más navideños de nuestro léxico es «aguinaldo»: regalo que se da en la Navidad o a final del año en diversas formas, desde la colación de Nochebuena hasta una retribución extraordinaria o una cesta de turrones. Aunque casi ha desaparecido del uso común, la pervivencia de la palabra queda asegurada al menos por cierto tiempo gracias a la letra de algunos villancicos. Poco se sabe del origen de «aguinaldo», si bien el término ya está documentado en textos del siglo XV y entra en la literatura a través de algunos romances tardíos («Día era de los Reyes, / día era señalado, / cuando dueñas y doncellas / al rey piden aguinaldo», reza el de Doña Jimena, incluido en el Cancionero de Amberes de 1550). Covarrubias creyó que las raíces de «aguinaldo» estaban en el árabe «guineldun» (regalar) o en la supuesta voz griega «gininaldo» (agasajar a alguien en su nacimiento). Pero es más probable la procedencia latina, a partir de la locución adverbial «hoc in anno» (en este año). Durante varios siglos «aguinaldo» convivió con «aguilando», que todavía se puede oír en algunas regiones españolas y que probablemente fue la voz primera, deformada después por metátesis en «aguinaldo». En el español de América se mantiene más viva que en España, pero no tanto es su acepción de ‘regalo’ como en el sentido de ‘retribución económica’. De hecho, el concepto de aguinaldo está incluido en muchos convenios laborales, en equivalencia a lo que a este lado del Atlántico se conoce como «paga extraordinaria».

(Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 3.1.07)

3 de enero de 2007

EFECTIVOS


El nombre plural «efectivos» significa ‘totalidad de las fuerzas militares o similares que se encuentran bajo un solo mando’. Cuando leemos, pues, que «efectivos de la Cruz Roja prestan ayuda humanitaria en conflictos bélicos» deberíamos entender que esos efectivos no son sólo las personas, sino los vehículos, los aparatos y los recursos movilizados en cada caso. Sin embargo el uso del vocablo ha ido convirtiendo en normal lo incorrecto. De hecho, el término ya no conoce otro empleo que el erróneo: como sinónimo de ‘policías’, ‘soldados’, ‘combatientes’, ‘voluntarios’, etc. Los lingüistas han advertido hasta la saciedad no sólo de que se trata de un anglicismo innecesario, sino también de que no puede ser usado como sustantivo contable y de que sólo admite la forma en plural. No es posible decir que «un efectivo de la Guardia Civil de paisano detuvo al atracador». No está bien escribir que «una veintena de efectivos trabajarán en el cuartel» ni que «trescientos efectivos de la policía reforzarán la seguridad del aeropuerto». Pero la práctica ya se ha impuesto sobre la norma sin vuelta de hoja, y lo que hasta hace poco nos hería los oídos empieza a parecernos la cosa más natural del mundo. Aunque los libros de estilo sigan recomendando evitarlo, cualquier lector de periódicos u oyente de emisoras sabe que el nombre «efectivo» designa hoy a las personas que desempeñan su actividad en determinados ámbitos, empleos o cuerpos. En materia de idioma, contra los hechos consumados no tiene sentido movilizar inútilmente los «efectivos» de la Academia.

(Publicado en 'Juego de Palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 27 12.06)

Poner de su parte


Poner quinientos kilos de explosivo es, en efecto, mucho poner. Semejante cantidad le daría toda la razón a este sujeto si no fuera porque el significado real de la locución poner de su parte es otro: 'Colaborar algo, poner interés, poner los medios que están de su parte para alcanzar un fin'.